domingo, 27 de diciembre de 2009

La manía de la nación


José Domingo en El Mundo.

Siempre existe una excusa para la pomposidad, para la teatralidad al servicio de la propaganda. Durante estos últimos días ha sido la del 650 aniversario de la denominada Diputación del General, antecedente histórico de la actual Generalitat. Aprovechando la ocasión, el Presidente Montilla ha proclamado que “de esta continuidad histórica, de esta voluntad de autogobierno, de esta cultura y lengua milenarias, es de donde surgen los argumentos para decir que somos una nación. Una nación no es una manía”.



Puede que la nación no sea una manía, pero si es propio de maniáticos insistir en el sonsonete nacionalista para condicionar la actividad política y pretender hipotecar la viabilidad de la propia Nación española. Tanto es así que para ellos el grado de afección o desafección de los catalanes hacía España pendería del mantenimiento de la palabra nación en el preámbulo del Estatuto.



Tan grandilocuente y fatuo es este discurso que él sólo se desacredita. Es cierto que el Parlamento de Cataluña hizo esta declaración y que, recurrente y obsesivamente, se bautiza a muchas instituciones y pactos de ámbito catalán con el adjetivo nacional. Igualmente, las normas aprobadas en el Parlament suelen ser calificadas como “de país” utilizando el término no en su acepción geográfica, sino política. Paralelamente y en sentido contrario, instituciones dependientes del Gobierno español, modifican su nomenclatura para reafirmar su carácter estatal y olvidar lo nacional como, por ejemplo, el Instituto Nacional de Meteorología que ha pasado a denominarse Agencia Estatal.



La continuidad histórica a la que apelaba Montilla desapareció hace algunos siglos del entramado institucional. La cita está justificada en el caso de las monarquías hereditarias, pero la legitimación del actual Presidente de la Generalitat se asienta exclusivamente en la soberanía nacional del pueblo español que aprobó la Constitución, no en el derecho natural, que era el que regía allá por el siglo XIV. No estamos, desde luego, ante un tema menor. Por primera vez en la historia de España en una norma del bloque constitucional se declara a Cataluña como nación y eso tiene, necesariamente, su trascendencia. No se llegó a tanto en el Estatuto catalán de la II República que calificaba a Cataluña como “región autónoma dentro del Estado español”. Para los independentistas la permanencia del concepto nación, en cuanto parada para llegar al Estado, es fundamental, pero no se comprende, sin embargo, tanta emotividad y prosopopeya en dirigentes que se autocalifican como federalistas o autonomistas.



Pero si hablamos de continuidad histórica, tendremos que referirnos necesariamente al territorio que conforma Cataluña. El Estatuto de 1979, al igual que el de la II República, configura la Cataluña actual mediante la agrupación de las provincias de Barcelona, Gerona, Lérida y Tarragona. Su base territorial es regional y responde a la suma de las cuatro provincias creadas en la organización administrativa aprobada en 1822 durante el trienio liberal y que sería respetada en la división provincial elaborada por Javier de Burgos en 1833. A través del tiempo, esta división se ha consolidado.



Sin embargo, el estatuto de 2006 ignora, deliberada y cicateramente, la referencia provincial en la delimitación del territorio catalán para preparar el campo a la veguería como instrumento de organización básica de Cataluña. La provincia siempre ha incomodado a los nacionalistas y el hecho diferencial se remarca haciéndola desaparecer del léxico político catalán. El proceso es rupturista puesto que Cataluña contará con su específica división administrativa al margen de la del Estado español.



La pretensión de algunos partidos políticos de aprobar la Ley de Ordenación Territorial de Cataluña para implantar las veguerías es disparatada. No sólo porque el modelo previsto en el Estatuto de Autonomía está pendiente de la sentencia del Tribunal Constitucional sino porque no existe consenso social ni necesidad política de hacerlo. Existen conflictos sobre el número de veguerías, sus límites, sus capitalidades e incluso su nombre y todo ello en un contexto de gran rivalidad que casi doscientos años de escenario provincial habían logrado pacificar. Además, todo ese proceso conllevará el desmantelamiento de las cuatro diputaciones provinciales para crear, al menos, siete consejos de veguerías, en un escenario de grave crisis económica en el que la austeridad en el gasto público debiera ser la primera prioridad.



De todas maneras, la falta de consenso entre los propios miembros del Gobierno sobre este tema no debe utilizarse para paralizar la Ley del Área Metropolitana de Barcelona. Una vez más, se lleva camino de anteponer el cálculo partidista, el reparto del peso territorial a la necesidad de gestionar coordinadamente los servicios e infraestructuras de millones de catalanes. Sería deseable que el Gobierno priorizase y antepusiera la mejora de la gestión a los delirios nacionalistas.

La democracia escoltada


Francisco Sosa Wagner en El Mundo


LA LEGISLATURA avanza entre trompicones y sobresaltos, enredada en asuntos diversos. Animados por la mejor intención, hay quienes despliegan una habilidad caliente para inventar problemas que llevan a cocinar desaguisados mayúsculos. A la vista de lo que ha ocurrido a día de hoy, no está mal la cosecha de año y medio de desvelos parlamentarios. Sin embargo, hay algo de lo que apenas se habla y, si se hace, es siempre en voz baja o en un imperceptible balbuceo.

Me refiero a ese objeto dormido, solitario, que vaga como un gorrioncillo perdido por los pasillos del edificio constitucional y que llamamos «reforma de la ley electoral». Han pasado muchos años desde que se diseñó el sistema actualmente vigente, por lo que el buen criterio impone revisarlo y ponerlo a punto agradeciéndole educadamente sus virtuosos servicios. Porque es un hecho que, tras las elecciones de 2008, fue tan clamoroso el dislate resultante del reparto de escaños (hubo dos partidos que, con el mismo número de votos, obtuvieron seis y un escaño respectivamente) que el propio Gobierno encargó al Consejo de Estado la elaboración de un dictamen que permitiera afrontar este problema de manera sólida y, al mismo tiempo, respetuosa del orden constitucional. Hace ya largo tiempo que este dictamen ha sido evacuado con la solvencia esperable, como hace ya largo tiempo que se encuentra constituida una Subcomisión parlamentaria a la que se encargó abordar este asunto.

Las noticias más benevolentes dicen que la tal Subcomisión duerme un sueño envuelto en espesura de silencios. Según me cuentan, a veces, una voz velada la requiere y, entonces, animosa, abre un ojo, se despereza, se yergue incluso, hasta que de nuevo alguna pócima, administrada por un malandrín o follón, la sepulta en su abismo. Y allí, a ese arcano, se lleva sus secretos, especialmente el que podría despertar a nuestra democracia.

Pues sépase que es la nuestra una democracia dormida y, como luego se verá, escoltada. Una democracia que, acunada por la nana de la derecha y la izquierda, parece haber encontrado postura en una siesta profunda, en una de aquellas siestas antiguas, de oración, pijama y orinal. Siesta peligrosa porque no es intervalo, la pausa imprescindible para tomar fuerzas, sino que tiene todas las trazas de convertirse en un descanso prolongado y pegajoso como légamo oscuro.

Buscar una fórmula para despabilar a la durmiente Subcomisión debería ser tarea urgente de los demócratas. Porque la democracia es un sistema delicado, frágil, que como tal exige cuidados y desvelos, la vigilia de sus seres queridos y cercanos. Para que no desfallezca, para que conserve su lozanía y no se agriete, ni quede a la intemperie, menos en las garras de sus enemigos. Porque no existe sistema alternativo que nos garantice una vida pacífica y de entendimiento mutuo, la democracia ha de estar provista de antenas sensibles que sepan captar aquello que en la sociedad -cuyos destinos rige- bulle y se mueve. La democracia, como ser vivo, ha de absorber los nutrientes que le permitan regenerar sin desmayo su cuerpo, abrillantarlo, tensar sus alas y, al tiempo, conjurar sus zozobras y acallar los gritos de muerte helada de sus demonios. La democracia necesita la mano audaz de la energía, la flauta de la imaginación, el bullicio en sus intimidades de la sangre hirviente de la virtud cívica.

Una democracia rígida, que no admite variaciones en su seno, se acaba convirtiendo en una democracia orgánica, yerta en sus eternidades y en la inalterabilidad de sus principios gloriosos e inamovibles. O en una de esas democracias tramposas que han instaurado donde han podido los comunistas, esos grandes secuestradores precisamente de la democracia y de las libertades a lo largo de todo el siglo XX.

La democracia no puede ser una estatua a contemplar, la piedra cincelada de una vez por todas por la mano del artista. Por el contrario, la democracia ha de saber alargar su cuello para ver las extensiones en las que cuaja el porvenir; ha de llevar en sus entretelas el gusto por la renovación de la vida en libertad. Debemos dejarnos acompañar por ella como la sombra que refleja el ansia implacable de justicia.

Si todo esto es así, es evidente que una democracia no puede caminar escoltada por dos gendarmes que, además, siempre son los mismos. Porque esto lleva a que el espectador se canse, se hastíe y le vuelva la espalda. La democracia es a veces comedia, a veces drama, siempre un poco de teatro. Y es tal condición la que obliga a renovar los decorados, el vestuario y los artistas. Para evitar el vacío de la sala mayormente.

Este peligro del vacío, es decir, de la abstención, se ha hecho visible en España en muchas ocasiones, a veces memorables, la más clamorosa de las cuales fue el referéndum del Estatuto de Cataluña, una necesidad angustiosa de un pueblo que él mismo ignoraba padecer. Y las sucesivas consultas electorales muestran en estos últimos años cómo el votante se retrae, se aleja de la urna al sentirse ajeno al sistema, desentendido de su suerte. Otra cosa es que en la valoración de los resultados se olviden esos miles y miles de votos en blanco que expresan la conciencia negra de la democracia, o no se cuente a quienes se quedaron en casa oyendo a Mozart o se fueron a tomar unas gambas a esa playa donde las brisas nos desvelan su magnífico enigma de fragancias.

En la República Federal Alemana se ha podido detectar este mismo fenómeno en las últimas elecciones legislativas celebradas el pasado mes de septiembre. Se han publicado allí varios libros que contienen una especie de juicio crítico al sistema democrático hecho por los médicos del cuerpo social. Uno de ellos hizo bastante ruido: su autor es un periodista vinculado a Der Spiegel llamado Gabor Steingart que ha llamado a la democracia alemana «la democracia robada» (Die gestohlene Demokratie, Piper, 2009). Este hombre propició una campaña bastante activa en favor del abstencionismo electoral que -como digo- desató una nada desdeñable polémica con participación de muchos ciudadanos en el debate (en parte estas voces se hallan recogidas en el mismo libro).

Hay en él un análisis demoledor de las formaciones políticas que se disputan los escaños en aquel país, como lo hay respecto del sistema electoral al que descalifica por propiciar la partitocracia, es decir, el predominio de unos partidos que no saben contraer su acción y su presencia a los ámbitos que la Constitución les acota, sino que se desparraman por todos los intersticios de la vida social, sofocándola y contaminándola con sus enredos y sectarismos.

LEYENDO SU ALEGATO, fundado y con buena asistencia de argumentos históricos extraídos de la experiencia de Weimar, yo pensaba en qué diría este hombre si conociera la realidad electoral española, donde es imposible en decenas de circunscripciones que salga elegido un diputado que no pertenezca a los partidos que escoltan nuestra democracia. Pues en Alemania, aun con la ley electoral criticada, se pasó del dúo de demócratas cristianos y socialdemócratas al terceto (con los liberales), después al cuarteto (los verdes) y hoy al quinteto, al incorporarse «la izquierda» (Die Linke), «el partido más joven que tiene en su seno el mayor número de jubilados», como divertidamente anota Steingart.

Nada de esto es posible en los pagos hispanos, cercenada de raíz como está toda posibilidad de enriquecimiento de nuestro hemiciclo por causa de una ley perversa que tiene el desparpajo de prescindir de la voz de millones de ciudadanos, es decir, de tirar literalmente su voto a la basura cuando éste no se ha dirigido en la dirección correcta. Instaurar una auténtica pluralidad de opciones, dando a cada papeleta de voto el valor que merece el ser humano que la selecciona, es ya una tarea urgente si se quiere librar a nuestra democracia de la asfixiante protección de sus escoltas.

martes, 1 de diciembre de 2009

Reflexiones de un naturalista confuso


Félix de Azúa en El Periódico de Catalunya


Confieso que soy un devoto de los programas meteorológicos. Lo primero que hago cuando llego a una ciudad es buscar el canal local para catar el programa del Tiempo. Los hay suntuosos y los hay miserables. Estos últimos indican un talante fatuo y un seso de corcho. Algunos programas del Tiempo añaden apostillas sobre rocío escarchero, nieves rosadas y crías de oso panda. Son emisiones (como manda la cadena) de Yo-amo-la-Naturaleza. Bien es verdad que la Naturaleza es una señora que se murió en el siglo XVIII y cualquiera que haya cursado estudios sabe que ese concepto es un placebo para no quedarnos solos en el cosmos. La Madre Naturaleza suplanta a la Virgen María.

En estos programas, sin embargo, se insiste una y otra vez en el tópico de que los humanos estamos destruyendo la Naturaleza, como si se tratara de dos órdenes distintos, de un lado los humanos y de otro la naturaleza. Así, por ejemplo, se dice que los humanos estamos calentando el planeta o malogrando seriamente el ecosistema. Bueno, es cierto que el clima cambia (siempre ha cambiado), que el entorno es cada vez más asqueroso (sobre todo donde yo vivo), es cierto que de repente en un río catalán aparece un cangrejo belga que se come a las vacas (también se murieron los dinosaurios), todo esto es cierto, y más todavía: los glaciares se escoñan, los ríos se pudren, el mar es una cloaca y el ayuntamiento de Barcelona ha colgado unos adornos de Navidad que parecen traídos de Somalia por esos vascos tan agradecidos. Es cierto. Pero estas catástrofes las causa la Naturaleza, si es que entiendo yo lo que denota ese nombre, y no el humano, que no pasa de ser otro invento de la evolución, como las monas. Y si las abejitas hacen panales, pues nosotros hacemos campos de fútbol y centrales nucleares. Tan "natural" es lo uno como lo otro, a menos de que Dios creara el cosmos y luego, en otro pronto, al humano entero, según sostiene Roma desde hace unos siglos.

Si la Naturaleza se está suicidando (lo que es muy posible) que no nos culpen a nosotros, pobres de nosotros.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Doctor, ¿verdad que no nos haremos daño mutuamente?


La opinión de Ángel Sánchez Ponce


Según el barómetro del CIS del mes de Septiembre, la corrupción en España preocupa solamente al 1,4% de los españoles. ¡La corrupción no preocupa! ¡uhmmm! una de dos, o el pillaje tiene buena prensa entre nuestros paisanos y, en caso de poder, todos haríamos lo mismo, o bien, damos por perdida la batalla contra esa expansiva epidemia.

Y si no preocupa a la ciudadanía ¿por qué habría de preocupar a sus representantes políticos? a los hechos me remito, en 2007, según información de El Mundo, la mesa del Parlament recibió un informe de la Sindicatura de Cuentas, donde se detallaban las malas prácticas urbanísticas que se daban en Santa Coloma de Gramanet y ningún grupo político requirió la comparecencia del síndico para explicar la situación: ahora sabemos que no se trató el tema en sede parlamentaria porque el orden del día era muy extenso, del mismo modo, el Parlament tenía conocimiento de las actividades irregulares de Millet, desde bastante antes de que se descubriera el pastel del Palau, sin embargo, no se tomaron medidas al respecto, hemos de suponer que el orden del día seguía siendo inabarcable.

No es de extrañar, pues, que en referencia al caso ‘Pretoria’ el diario Público nos ofrezca este titular: “Montilla y Mas ponen sordina a la corrupción. Ambos eluden los reproches para que la operación no aumente el desapego por los políticos”. Entiendo yo que lo sensato sería pensar lo contrario, es decir, que el escaqueo descarado, ese silbar mirando para otro lado, por parte de ambos dirigentes, empeora la percepción que tiene el ciudadano por sus representantes y fomenta el desapego hacia ellos.

Sucede que lo que han protagonizado gobierno y principal partido de la oposición en el Parlament es obedecer al patriarca Pujol, que poco antes había afirmado en la televisión pública catalana: ‘no conviene tirar de la manta porque todos saldremos perdiendo’; así, dicho con naturalidad, pontificando, saboreando la certeza de que nadie de entre la clase política catalana alzará la voz contra tamaña desvergüenza.

Así las cosas, han tenido que ser instituciones de fuera de Cataluña, ¡qué ultraje!, como la Audiencia Nacional, la Fiscalía y la Inspección de Hacienda, las que han tirado de la manta debido a que aquí, o han faltado redaños o todos tienen algo que ocultar. Y esto es lo que hay, nada que no se parezca a lo que ocurre en otros lugares, sólo que aquí, lo hacen unos tipos envueltos en la bandera de Wifredo. Nos chulean, nos trajinan, nos hacen pagar la cama y, cuando se les descubre, solo aciertan a insinuar lo que el paciente aquél a su dentista. En vista de ese exiguo 1,4 %, tal vez, nos lo merecemos.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los terribles contrastes


HERMANN TERTSCH

HA sido probablemente lo más reconfortante de esta semana. Angela Merkel ha hablado ante el pleno del Congreso norteamericano, Casa de Representantes y Senado unidos. Ha sido un discurso como el que muchos soñamos escuchar de nuestros propios representantes y líderes. Muy pocos han sido los dirigentes extranjeros que han recibido semejante deferencia en Washington. Se ha dicho que Konrad Adenauer, el padre de la República Federal Alemana, hace la friolera de 56 años, recibió el mismo honor. No es exacto. Adenauer habló ante ambas cámaras, el único canciller alemán hasta ahora en hacerlo, pero no en sesión conjunta. Angela Merkel ha adquirido así un puesto muy especial en la jerarquía de relaciones con la administración norteamericana. Ante actos realmente históricos como éste producen hilaridad cuando no vergüenza los patéticos esfuerzos de algunos de presentar su foto semigótica con Barack Obama como un encuentro planetario. Y el efímero encuentro en el Despacho Oval como el principio de una larga y profunda amistad. Pero eso sucede cuando quien habla no sabe nada de casi nada y mucho menos de historia, de simbolismos, de la profundidad que confiere a las relaciones políticas y humanas una comunión de valores. Cuando no se sabe más que de insidias barriobajeras de trepadores e intrigantes de partido semileninista. Si hay algo que ofende quizás más que la incompetencia y el desprecio a la inteligencia ajena es la ignorancia paleta de la que hacen gala algunos dirigentes de este Partido Socialista nuestro, sobre todo los que más hablan. Ignaros arrogantes con trajes y vestidos nuevos que jamás habrían podido comprarse con un salario merecido en el mercado libre. Ustedes ya saben quiénes son.
El discurso de Merkel no tiene desperdicio por su altura de miras, su calidad humana y su sabiduría política. Por supuesto que muy probablemente no sea todo el texto obra suya. Pero suya es la responsabilidad de haber escogido a la gente adecuada para que el discurso que aprobó y pronunció ante el Congreso en el Capitolio haya sido de lo mejor que se ha podido oír en mucho tiempo sobre los retos y los anhelos de la libertad. Sobre la dignidad de la persona y sobre la grandeza de la política, sobre el sacrificio y sobre la gratitud inexcusable a quienes lo hacen, sobre la fuerza de las ideas y el peligro de su debilidad para todos los valores que los hombres libres han de defender. Decenas de veces fue interrumpida por los aplausos y al final de su discurso toda la sala se puso en pie para brindar a la canciller varios minutos de ovación continua y entusiasta. Merkel habló de su infancia y juventud en una dictadura comunista que aquí aún muchos defienden. Y de sus sueños desde entonces del gran país de las oportunidades infinitas que otorgan el esfuerzo, el talento y la libertad. Habló de la grandeza de la democracia que da vía libre al individuo. Y por tanto de la miseria de los experimentos sociales que desde el Estado reprimen al ser humano en aras de promesas de felicidades futuras imposibles y siempre a la postre sangrientas. Merkel dio una lección de historia de una mujer que, súbdita de una dictadura miserable, ha logrado dirigir a la mayor potencia europea. Y lo hizo dando las gracias a Estados Unidos, que tantos hijos ha sacrificado por la libertad de tierras lejanas a las que sólo los unían sus antepasados. Grandeza había en sus palabras. Vergüenza daba recordar la charlatanería buenista y provinciana de nuestro Gran Timonel en su breve paso por Washington.

jueves, 22 de octubre de 2009

Acoger al extranjero


la opinión del diputado catalán José Domingo.


Antes de finalizar el 2010, Cataluña tendrá la primera Ley de acogida de inmigrantes que se apruebe en España. Al margen de los conflictos competenciales que puede generar -el Estado tiene competencias exclusivas sobre inmigración y extranjería según el artículo 149.1.2 de la Constitución-, lo más preocupante es que el tripartito y CiU pretenden con esta ley fijar un marco propio de relaciones con el inmigrante al margen del espacio común español.

Probablemente García Márquez y Vargas Llosa no se hubieran establecido en Barcelona si para ser ‘acogidos’ hubieran tenido que superar las pruebas que la ley exige a los extranjeros. El certificado acreditativo oficial por el que se reconoce el arraigo acredita competencias lingüísticas básicas en catalán y el conocimiento de los rasgos básicos, históricos y geográficos de la sociedad catalana.

Es, cuanto menos, discriminatorio que se obligue al recién llegado a aprender primero el catalán y no se le deja libertad alguna para decidir en qué lengua debe ser acogido. El inmigrante es quien mejor conoce su proyecto vital y por ello debe ser él el dueño de su destino.

La intención del Gobierno autonómico de Cataluña no es preparar al inmigrante sino salvar un modelo carca de identidad catalana. En el colmo de los desvaríos, la ley prevé que en los servicios de acogida de los ayuntamientos también se impartirá la formación ‘nacional’ a los españoles procedentes de fuera de Cataluña. Los encargados de darla serán -tienen todos los números- las asociaciones habituales encargadas del adoctrinamiento nacionalista.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Los intelectuales se pudren


Álvaro Delgado Gal en ABC


En 1892 despareció de las sierras del noroeste la cabra montés; el lince ibérico está en un ay, y el quebrantahuesos dibuja círculos cada vez más erráticos alrededor de tal cual eminencia pirenaica y otros tantos, no muchos, peñascales del sureste peninsular. ¿Hemos concluido la relación de especies extintas o en trance de extinción? No. Queda el intelectual, una subespecie adscrita al taxón homo sapiens. Los intelectuales languidecen por lo mismo que vino a menos la cabra del noroeste o amenazan con tomar las de Villadiego el lince y el quebrantahuesos. Sencillamente, los intelectuales se han quedado sin entorno: los nichos en que acostumbraban a desenvolver su existencia se han visto expuestos, durante los últimos tres o cuatro decenios, a un erosión insistente, progresiva, y probablemente irreversible.
Hago esta constatación como parte interesada, porque yo mismo soy, y lo declaro sin jactancia alguna, es más, lo admito con cierta violencia íntima, un intelectual, quiero decir, alguien que se gana la vida traficando con ideas. Es difícil que una idea sea buena, y punto menos que imposible, que sea original. Puesto que carezco de títulos para considerarme distinto de la mayoría, concedo de barato que las ideas con que trafico son malas antes que buenas, y que rara vez, o quizá nunca, son mías de verdad. Pero esto da igual. El caso es que, en tanto que soldado de tropa, de la tropa menguante, desastrada, dejada de la mano de Dios, de los intelectuales, me he preguntado, me pregunto con solicitud creciente, por qué se nos ha puesto el viento tan de cara, o empleando una expresión que una vez le oí a Vargas Llosa en un lugar cuya mención no viene a cuento, cuándo demonios se jodió el Perú.
Es cierto que los intelectuales no han dejado de equivocarse desde hace tres cuartos de siglo. Causa cierta consternación leer una requisitoria como Past Imperfect, de Tony Judt. Entre 1944 y 1956 la clase intelectual francesa, con excepciones contadas -Raymond Aron, y poco más-, desplegó una incomprensión absoluta de la democracia parlamentaria y la libertad económica, y, en paralelo, una indecorosa simpatía hacia Stalin. Las rectificaciones fueron tardías, torpes, e insuficientes. Era entendible, es más, era justo, que el error repetido pasara factura. Pero esto no me basta. Aquí estamos hablando de ecología, no de moral. El intríngulis no está en que el intelectual haya incurrido en la desaprobación del respetable. El caso es más humillante. Lo que ocurre, es que se ha hecho invisible para el resto de la sociedad. ¿Cómo explicarse el desvanecimiento, el eclipse absoluto?
Situémonos en España, que conocemos mejor que Francia o Italia. A lo largo de los cincuenta, de los sesenta, incluso durante la primera mitad de los setenta, los intelectuales solían ser de izquierdas. No necesariamente, por supuesto. Pero lo más frecuente es que estuvieran situados a babor, en alianza explícita o implícita con el Partido Comunista. Esto era por entero natural. El franquismo, tan eficaz, a partir de los últimos cincuenta, en el manejo de la intendencia, tan instalado, no sólo en el poder, sino en la propia sociedad española, ofrecía una diana clarísima a la crítica ideológica. El sistema de formas y conceptos que proponía el Régimen a los españoles era anacrónico, atrabiliario, y en muchos sentidos grotesco. Ello facilitó un empleo, habilitó un lugar bajo el sol, al intelectual. Por el lado sociológico, que no estrictamente ideológico, se verificó un fenómeno aún más importante. La izquierda, obligada por la Dictadura a renunciar a la política en su acepción ordinaria, se refugió en la cultura y la universidad. En tanto que la derecha se socializaba en la empresa, o en las profesiones donde confluyen la administración pública y la administración de las cosas en general -el Derecho, las grandes oposiciones a las carreras del Estado, etc...-, la izquierda se socializó en la colonización de las ideas. Las dos, tanto la izquierda como la derecha, ofrecían a sus oficiantes un cursus honorum, un peculiar camino de perfección. La diferencia estaba en la estaciones que ese camino recorría. La derecha fatigó el que ya se ha dicho. La izquierda eligió la pana y la virtud airada y consiguió no sentirse inútil a despecho de su ubicación marginal.
¿Hemos terminado? No. Mucho antes de que Zola se subiera a la tribuna para enunciar su «Yo acuso», Marx, un inteligente desclasado, había sabido abrir un hueco a los intelectuales entre el macizo de la burguesía y el macizo del proletariado. En 1844 (Introducción a la crítica de la filosofía hegeliana del derecho) escribió: «Así como la filosofía averigua sus armas materiales en el proletariado, el proletariado encuentra sus armas intelectuales en la filosofía... La filosofía es la cabeza, el proletariado, el corazón».
A lo largo del tiempo, los intelectuales habían desempeñado funciones varias: la de apologistas al servicio de la Iglesia, la de humanistas o poetas en la corte del príncipe, la de bohemios y malditos en las grandes metrópolis europeas del XIX. El marxismo les propone un papel mucho más prometedor: el de parteros de la Historia, que halla en ellos un vehículo y, a la vez, un heraldo, un oráculo. En términos sicológicos, el retorno de esta atribución, o más valdría decir, autoatribución, fue inmenso. Los intelectuales se hallaban lejos de los despachos, de los coches oficiales, de los restaurantes de cinco tenedores. Pero, ¡caramba!, la razón y el futuro estaban de su lado. Y el enemigo era localizable, andaba distraído apretando botones en el puente de mando, y presentaba flancos débiles.
Conviene señalar en passant que el engreimiento de los intelectuales, un fenómeno en parte reivindicativo, en parte compensatorio, tuvo su lado bueno. Muchas personas honradas, voluntariosas, con hambre de balón, volcaron su energía en la edición, la literatura, el arte y la enseñanza. La melancolía innegable que ahora aflige a la cultura se debe en alguna medida al hecho de que la vida pública se ha abierto y los que habrían ido para intelectuales hace cuarenta años, se dedican a echar buen pelo en los negocios y la política. Pero esto es secundario. El cataclismo, el desastre, es de calibre mucho mayor: ostenta el carácter mayúsculo que los marxistas infieren a la hache cuando escriben «Historia».
A pesar del sesgo futurista de la filosofía marxiana, el intelectual conjeturado por Marx en 1844 trascendía a Antiguo Régimen. Se trataba de una figura en la que se fundían, como en un cuño, el pastor de pueblos y el levita bíblico. Sorprendentemente, la democracia ha derivado, sí, en un experimento radical, aunque no según lo soñaron los viejos revolucionarios, sino en línea mucho más afín a las teorías del mercado: sobresale más el que contenta a más consumidores. En este mundo, regido por las leyes de la oferta y la demanda, florecen cantantes, estrellas de la televisión, y políticos con glamour escénico. El intelectual, con su pesada prosopopeya, con sus barbas de patriarca, se ha convertido en un trasto y un pelma. Así, señores, hemos acabado los del gremio. Llegada la democracia a plenitud, desatadas las libertades, el intelectual ha descubierto que su color no es el rojo auroral que pronosticaban los libros proféticos sino el sepia de los celuloides rancios. Como el Palinuro insepulto de Virgilio, el intelectual es un espectro que atiende en el inframundo a que den tierra a su cuerpo y le dejen reposar en paz.

martes, 20 de octubre de 2009

¡Claro que sí!


Fernando Savater en El País.


José Bergamín deploraba la decadencia del analfabetismo; otros, con menos ingenio pero con mayor sinceridad, lamentamos el presente eclipse del sentido común. En el caso de Bergamín, la paradoja era provocativamente deliberada; en el nuestro, la constatamos como un doloroso síntoma que confirma nuestras peores previsiones.
Cuando insistimos en la redundante candidez del caballo blanco de Santiago -ustedes me disculparán el símil hípico- no falta nunca la ofendida denuncia, casi incrédula ante tanta desfachatez: "¡De modo que para usted el caballo blanco de Santiago es nada menos que blanco!". Y a uno le toca sonrojarse por ser tan arcaico, tan poco pluralista o alternativo y tan cerrado al diálogo.

Tenemos un claro ejemplo en el discurso de Urkullu en el pasado Alderdi Eguna. El presidente del Euskadi Buru Batzar denunció con (supongo) sincera indignación que el PSE y el PP quieren convertir a Euskadi en una comunidad más de España. Pretenden debilitarla y diluirla hasta, horresco referens, armonizarla con el Estado.

Para ello, no retroceden ante ninguna bajeza: no prescinden de la ikurriña, ah no, sería demasiado brutal, pero le ponen al lado la bandera española; no suprimen el euskera, son muy arteros, pero sostienen en plano de igualdad los derechos de quienes quieren expresarse en castellano; a la Ertzaintza la enredan en quitar carteles pro-etarras, con lo que quema eso y a Euskaltelebista la privan de su mapa telúrico-metereológico tradicional y la limitan al plano de la comunidad autónoma. No cabe duda, van a por nosotros...

O sea, podríamos resumir, no gobiernan como los nacionalistas sino como quienes no lo son. ¡El caballo blanco de Santiago se atreve a ser ufanamente blanco, como si tuviera buenas razones y legitimidad para ello! ¡Habráse visto! Hombre, a uno le parece que no hay nada de malo en que la CAV sea una comunidad más en España: como las otras, sin menoscabo de sus derechos legítimos ni trato de favor. También sin esa excepción que supone el terrorismo y la extorsión mafiosa para mantenerlo, el amedrentamiento de los adversarios políticos, la unanimidad forzosa que impide la expresión pública de voces y símbolos de comunidad con el resto de España o la exhibición hagiográfica de quienes se han distinguido por atentar contra conciudadanos.

No estaría mal poder ser institucionalmente como el resto del país del que formamos parte puesto que de hecho fundamentalmente lo somos: y vivir en armonía con el Estado democrático que es el nuestro (y al que recurrimos con razón en muchas ocasiones, como por ejemplo cuando reclamamosprotección militar para nuestros atuneros amenazados por la piratería) tampoco parece un gran atropello. Perdonen tanta simpleza, pero así lo veo yo.

Cuando oigo discursos como el de Urkullu y otros de parecido corte nacionalista, me parece escuchar a quienes desde hace un par de siglos se escandalizan porque el Estado trate de imponer los mismos derechos individuales para todos los ciudadanos: "¡O sea que ahora tenemos que ser todos iguales! ¡Pero yo soy conde, o marqués, o hijo de un distinguido mariscal! ¿Me van a tratar como a uno más?". Y los ricos: "De modo que debo pagar impuestos como cualquiera para costear servicios públicos que no utilizo y así financiar a vagos y maleantes que no ahorran...".

El elocuente reaccionario Joseph de Maistre rechazaba los derechos del hombre diciendo que él no conocía a ningún "hombre", sólo a franceses, españoles o ingleses. Hablar del "hombre" en general suponía para él acabar con la rica diversidad cultural e histórica del mundo.

Aún hoy hay quien sigue hablando de los derechos humanos "individuales y colectivos", como si precisamente los derechos humanos no se hubieran inventado para combatir los supuestos derechos históricos -es decir, los privilegios- de colectivos como la nobleza, el clero, los gremios, los varones, o los miembros de tal etnia o tal religión.

Lo malo es que la mentalidad diferencialista ha calado ya en la sociedad más allá de la ideología del nacionalismo declarado. No hay más que ver cómo todos los partidos vascos, con excepción de UPyD, suscriben con entusiasmo los privilegios fiscales de la CAV y su blindaje contra asechanzas del exterior: ¡cualquiera se atreve a decir otra cosa! Somos las ventajas que tenemos y las excepciones que nos favorecen, que nadie nos las toque. Y para qué hablar de los abogados que le han salido a ese fantasma que a cada cual se le aparece según el licor del que abusa: la "identidad". "¡Que me roban mi identidad!", protestan unos y otros, con el mismo trémolo angustiado con que Unamuno clamaba "¡que me roban mi yo!". Y la identidad oficial es algo que siempre definen a su conveniencia los especialistas en la materia. Lo curioso es que por el momento la exaltación identitaria sólo ampara a colectivos autodesignados (quienes no se avienen a ello son traidores a los suyos) pero no a los particulares.

De momento, nadie puede invocar a su favor que su idiosincrasia exige ser violador, recibir cohechos o pavonearse con relojes de miles de euros, tal como el escorpión se excusaba ante la rana a la que acababa de inocular su veneno diciendo que tal era su carácter... Pero todo llegará, si somos coherentes con el derecho irrestricto a la diferencia.

En España no estamos en eso todavía, claro. Y tampoco es que vaya a romperse el país, como constatan muy ufanos los de siempre. De momento a los nacionalistas de iure o de facto les interesa más la gestión indefinida del independentismo que la independencia misma. Políticamente, es más segura y más provechosa: se ejerce por aquí y por allá la astuta rentabilidad de la desafección. Hay bastantes que han aprendido a cobrar por hacernos el favor de seguir siendo españoles, lo mismo que esos alumnos franceses que van a cobrar por hacer el favor de asistir a clase. Tan interiorizada tenemos esta situación al parecer irrevocable que los chispazos de unidad son celebrados como triunfos memorables: por ejemplo, los medios de comunicación se deshicieron en elogios cuando la ministra de Sanidad y todos los consejeros autonómicos del ramo salieron juntos a proclamar medidas comunes contra la gripe A. Vaya, no faltaba más que contra una epidemia el país hubiera funcionado según 17 criterios distintos...

Que los nacionalistas tengan sus propias ideas me parece normal. Pero que haya un contagio general que impide a los demás afirmar lo que pensamos so pena de diversos sambenitos retrógrados ya suena peor. El caballo blanco de Santiago sigue siendo blanco, pese al refunfuñar de los coloristas. ¿Qué deseamos, que el País Vasco, Cataluña, Galicia, Navarra o la que ustedes prefieran sean comunidades autónomas ni más ni menos que como las demás, armonizadas con el Estado del que forman parte, sometidas al mismo régimen tributario y por tanto institucionalmente solidarias con el conjunto del país, donde el pleno derecho a utilizar la lengua común oficial conviva con el uso voluntario de las lenguas regionales? ¡Pues claro que sí!

lunes, 12 de octubre de 2009

Ladrones patriotas


La opinión de José Domingo


Los casos Millet, del Orfeó Català-Palau de la Música, y Gürtel, del PP, serán estudiados en el futuro por los profesionales de la corrupción para eludir errores de principiante. El libro de estilo del perfecto corrupto incluye dos reglas básicas:

La primera, evitar la ostentación porque genera sospecha. En este caso, los sobornadores, que trabajan con la debilidad humana como materia prima de su industria, han caído en su propia trampa, dedicándose con fruición al despilfarro indecente, a la pompa del dinero fácil.

La segunda, que el sistema funciona a la perfección cuando el Gobierno es tolerante o cómplice, pero tiene fallas cuando cambian las tornas y, súbitamente, se pierde todo interés por salvar al protegido.

Don Vito o Don Millet han sido muy generosos con los sobornos y han alimentado con dádivas a las respectivas “familias”. Muchos compañeros de partido y de patria han recibido sus obsequios a cambio de contrataciones o de aportaciones públicas o privadas. Facturas falsas, dinero negro, creación de empresas destinatarias finales del dinero que son propiedad de hombres de su confianza o de la familia, elevaciones ficticias del precio de las contrataciones para cobrar los sobornos. Nada nuevo bajo el sol. Tampoco en la justificación. Lo hicieron por el partido o por la patria, cuando, en realidad, debieran decir que fue ¡Por la pasta!

Incluso los corruptos deberían saber que no importa la sofisticación e imaginación de las tramas, siempre se corre el riesgo de que el papel o el pen drive dejen huella.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Cataluña in(ter)dependiente


La opinión de José Domingo en El Noticiero de las ideas.


El 21 de noviembre de 2006, José Montilla pronunciaba su discurso de investidura en el Parlamento de Cataluña. Lo iniciaba diciendo que Cataluña abría una nueva etapa y lo acababa con una descripción de su persona: “más que un ideólogo o un político, soy un trabajador de la política”, “discreto, pero transparente, no grito, pero sí dirijo, no gesticulo, pero sabré gestionar”. Montilla había aprendido la lección de la legislatura anterior en la que el Gobierno-montaña rusa de Maragall hizo del escándalo su seña de identidad. Aquel Gobierno tuvo su carta de presentación en el pacto del Tinell y continuó con al artefacto estatutario catalán que, finalmente, explotó en las manos de sus impulsores. Esta bomba de relojería está todavía pendiente de ser desactivada por el Tribunal Constitucional. Efectivamente, el de Montilla es un Gobierno menos estridente, pero muy eficaz en la construcción nacional. El Presidente de la Generalitat, nacido andaluz, no puede hablar de la Cataluña de sus antepasados pero trabaja para que sus hijos y nietos reconozcan a Cataluña como “nación”. Para lograrlo, utiliza el Estatuto de Autonomía de 2006 como instrumento idóneo para conseguir más autogobierno, más y mejor financiación y un mayor reconocimiento de la identidad nacional. Sin necesidad de gritar, defiende una Cataluña interdependiente de España y de Europa, esto es con dependencia recíproca respecto a ambas. Esta política, calculadamente ambigua, permite que un vector de su Gobierno (ERC) trabaje, con la ayuda del presupuesto de la Generalitat, a favor de la independencia. La “Entesa Nacional de Progrés” El examen del documento programático del Gobierno, denominado de la “Entesa Nacional de Progrés” y la actualización de ese acuerdo, pactado por los socios de gobierno en abril de este año, son buenas muestras de las formas de Montilla. Los titulares del programa son aparentemente inocuos (“Progreso social y atención a las personas”, “Profundización del autogobierno, del Gobierno local y de la acción exterior; la calidad democrática y nuevos valores” e “Impulso económico, empleo y política territorial”) pero el menudillo está cargado de ideología fundamentada en los siguientes principios: a) la demolición simbólica de la presencia de la Administración General del Estado en Cataluña; b) el reforzamiento de la identidad catalana y el impulso al ámbito catalán de decisión; y c) la organización de una estructura que sirva de base para un hipotético Estado catalán. Esta decidida acción de gobierno no hubiera sido posible sin el Estatuto de Autonomía de Cataluña, la complicidad silente del Gobierno de la Nación y la inoperancia del Tribunal Constitucional que, tres años después, no ha sido capaz de dictar la sentencia que sopese la constitucionalidad de aquella norma. La situación sostenida de interinidad se ha aprovechado para ir construyendo una arquitectura normativa que hace desaparecer en la práctica a la Administración General del Estado. Así, en este periodo transitorio se han aprobado leyes que desarrollan el Estatuto como el Consejo de Relaciones Laborales de Cataluña, al servicio del espacio catalán de relaciones laborales, la Agencia Tributaria Catalana que gestiona, recauda, liquida e inspecciona los impuestos en Cataluña; y el Consejo de Garantías Estatutarias que convierte a este órgano en una especie de sucedáneo del Tribunal Constitucional. También, se está tramitando en estos momentos el proyecto de ley del Síndic de Greuges que impedirá la supervisión de la Administración catalana por parte del Defensor del Pueblo. En esta misma línea de fractura se encuadra la futura creación de la Agencia Catalana de la Inspección de Trabajo y Seguridad Social que acabará con la dependencia orgánica que tenían los Inspectores de Trabajo de su Ministerio, a pesar de la oposición de las organizaciones sindicales y empresariales a nivel nacional. En esta labor de demolición juega también un papel trascendental la deslegitimación de las instituciones o empresas estatales. Son muchas las campañas orquestadas en las que se presentan como inservibles, por profundamente ineficaces, a empresas públicas como RENFE, AENA o la Administración de Justicia. Estas campañas son parte de una estrategia, bien diseñada, que identifica lo español (esto es, lo estatal) con la mala gestión, mientras que la transferencia de competencias cuenta con la presunción de la eficacia administrativa. El proceso se ha visto completado con la progresiva consolidación de una estructura propia de un Estado, según el modelo clásico. Para ello, resulta imprescindible controlar la policía y dotarse de una administración exterior. En lo que hace referencia al modelo policial, el despliegue de la policía autonómica ha finalizado en 2008 con la llegada de los Mossos d’Esquadra a la provincia de Tarragona, pasando a desempeñar la Policía Nacional y la Guardia Civil un papel anecdótico. Uno de los temas estrella de esta legislatura, aparte de la financiación autonómica, es la creación de la Administración exterior catalana. Carod viene insistiendo en que el nuevo Estatuto da fundamento suficiente a la Generalitat “para crear una estructura dedicada a las relaciones internacionales“, a pesar de que el artículo 149 de la Constitución atribuye explícitamente la competencia exclusiva de estas relaciones al Estado, y de que dicho sintagma no aparece en todo el texto del Estatuto (art. 193) que únicamente faculta al Gobierno catalán a llevar acciones con proyección exterior que se deriven directamente de sus competencias. Amparándose en ello, se están creando las Delegaciones del Gobierno de la Generalitat en el exterior. Basta leer los discursos de Carod en Berlín, Londres o Nueva York, con motivo de la inauguración de las nuevas Oficinas, para apreciar el nivel de deslealtad institucional que contienen. Este no es un tema menor puesto que de lo que se trata es de dar apariencia de Estado y de ahí que sólo figure en sus sedes la bandera catalana; además, se presenta a Cataluña como una Comunidad al margen de España y obligada a convivir en ella por una imposición secular. El discurso exterior catalán, se combina con una recurrente reivindicación de lo particular y un aparente pacifismo de raíces históricas inmemoriales que, según la “diplomacia” catalana son garantía de su buena fe y de su carencia de veleidades expansionistas o neocolonizadoras. Esta idiosincrasia supuestamente no-beligerante ha derivado hasta ahora en sonados enfrentamientos con compañías de aviación (Air Berlin) o medios de comunicación privados (The Economist) por asuntos relacionados con las críticas que han efectuado estos medios al modelo lingüístico catalán. La Ley de Educación de Cataluña Esta obsesión por la política lingüística, que empapa el discurso de Montilla, repleto de citas sobre la “lengua propia” y la descalificación de aquellos que defienden la libertad lingüística, atribuyéndoles, de forma malévola, un deseo de romper la convivencia en Cataluña (el discurso de Montilla está impregnado de lenguaje nacionalista y es habitual que en sus intervenciones públicas apele, de forma continuada, al sentimiento de pertenencia y a los conceptos de nación, pueblo o país). El documento programático de la “Entesa Nacional de Progrés” no preveía una nueva ley de educación de Cataluña y, aparentemente, la presencia al frente del Departamento de Educación de un socialista, cuando hasta ahora esta Consejería había sido feudo republicano, hizo albergar esperanzas sobre una mayor flexibilidad en la política lingüística en la escuela. Es más, al poco de iniciar su mandato, Ernest Maragall, hermano del expresidente de la Generalitat y responsable de la educación, reconoció en el Parlamento que los niños de Olot no sabían hablar bien castellano, lo que justificaría una mayor presencia del castellano en las aulas. La sinceridad de Maragall desembocó en una reacción durísima de los nacionalistas de ERC y de CiU. Fue el inicio del cambio de modelo lingüístico que se consagra en el proyecto de ley de Educación de Cataluña. La situación de debilidad jurídica de la política educativa catalana era cuestionada por el Gobierno de la Nación, al intentar aplicar el Real Decreto de enseñanzas mínimas que prevé impartir tres horas de castellano a la semana y por los tribunales que dejaban al descubierto el artificioso engranaje administrativo que había servido de soporte a los atropellos lingüísticos. En concreto, la sentencia del Tribunal Supremo confirmando la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que obligaba a preguntar a los padres en la hoja de preinscripción por la lengua en la que querían escolarizar a sus hijos en la primera enseñanza (hasta los ocho años) encendió la alarma roja del Tripartito, llevando a ERC a condicionar su continuidad en el Gobierno al blindaje de la política lingüística. La contestación se ha materializado en la aprobación de un Plan de Inmersión y el nuevo régimen lingüístico de la Ley de Educación de Cataluña que extinguen los pocos derechos de los castellanohablantes que reconocía el artículo 21 de la Ley de Política Lingüística de 1998. De aprobarse el proyecto de ley, la inmersión lingüística será reconocida por primera vez en un texto normativo y los castellanohablantes sólo tendrán derecho a reclamar la escolarización en su lengua habitual durante un único año mediante el modelo segregacionista de la atención individualizada. Son los socialistas, nuevamente, ya lo hicieron en la ley de Normalización de 1983 y en la Ley de Política Lingüística de 1998, los encargados de aplastar la escolarización en castellano. La lengua de acogida de los inmigrantes El último paso en el proceso de construcción nacional es la asimilación cultural de los inmigrantes. Cataluña, cuenta con casi un millón cuatrocientos mil residentes extranjeros (un 16% de su censo) y esta cifra preocupa a los defensores de una identidad única catalana. El Gobierno en el año 2007, con motivo del Congreso Internacional sobre la acogida de las personas bienvenidas, presentó una ponencia en la que, al hablar de acogida para los inmigrantes, quedaba claro que se pretendía intervenir en el uso de la lengua catalana de los colectivos de la “nueva inmigración”. La aprobación de un pacto nacional (¡como no!) para la inmigración ha sido la coartada para la elaboración de una Ley de acogida en la que se condiciona el imprescindible certificado de arraigo al conocimiento de la lengua catalana, priorizada respecto al castellano, lengua oficial del Estado. De aprobarse en su literalidad el proyecto resultará, por ejemplo, que un residente de nacionalidad argentina en Madrid no tendrá problemas de arraigo y, en cambio, si vive en Tarragona, le darán el certificado cuando acredite los conocimientos lingüísticos (en lengua catalana, por supuesto). Los efectos del Estatuto de Autonomía han continuado influyendo en la política catalana y es la promesa del paraíso de la especificidad el que guía al Gobierno. Su empecinamiento en marcar la diferencia hace inviable, por ahora, la posibilidad de un gobierno en el que los intereses nacionales, entendiendo por tales los de toda España, primen sobre lo particular.

jueves, 24 de septiembre de 2009

El Gobierno, entre Escila y Caribdis


Javier Pradera en El País


El presidente Zapatero ratificó el pasado sábado ante el Comité Federal del PSOE -en su condición de secretario general de los socialistas- la decisión gubernamental de elevar la presión fiscal en torno al 1,5% del PIB, previamente anunciada durante el debate celebrado el 9 de septiembre sobre la evolución y las perspectivas de la situación económica y el empleo. La pésima costumbre de sustituir las sesiones del Parlamento por las reuniones de los partidos como ámbitos noticiosos alcanzó también al aplazamiento durante un año del cobro de los 1.500 millones adeudados por los ayuntamientos. Hasta la aprobación por el Gobierno esta semana de los Presupuestos Generales de 2010 y su posterior negociación con los grupos parlamentarios aliados, no se podrá conocer la nueva estructura de los ingresos del Estado. Zapatero mantiene el suspense hitchcockiano creado por los contradictorios globos sonda lanzados desde medios oficiales: sólo ha avanzado el scoop de que "algunos ajustes fiscales serán al alza y otros a la baja".

La alternativa a la subida de impuestos anunciada por el Ejecutivo sería una elevación del déficit

El objetivo básico de ese incremento recaudatorio de 15.000 millones sería garantizar la cobertura de los gastos sociales -disparados por los dos años largos de crisis económica- sin necesidad de incrementar todavía más un déficit presupuestario que rondará al final de este ejercicio el inquietante porcentaje del 10%. De tomarse al pie de la letra las palabras pronunciadas por el presidente Zapatero en el debate parlamentario, la política impositiva tiene una vertiente instrumental en cada fase del ciclo, "además de un postulado que responde a cuestiones ideológicas". Así pues, la conveniencia de bajar o de subir la presión fiscal depende sólo de la coyuntura: "No me aproximo al tema de los impuestos con una actitud dogmática en ningún sentido". Situados igualmente en esa perspectiva instrumental, no faltan destacados expertos -ajenos a la CEOE- en desacuerdo con cualquier elevación fiscal previa a la consolidación de la fase ascendente del ciclo. A juicio de esos economistas, que trabajan para el Gobierno o se muestran muy próximos a sus planteamientos políticos, se debería aplazar la subida de impuestos -a la larga necesaria- hasta que la tarta aumente de tamaño y recurrir entre tanto a un aumento del déficit. Aun discrepando de la afirmación de Zapatero sobre el carácter exclusivamente técnico de la decisión, el Gobierno y el PSOE parecen resueltos a justificar el alza impositiva no tanto por razones instrumentales como por criterios valorativos de equidad que enfrentarían las posiciones socialdemócratas con las conservadoras.

La dificultad de elegir entre dos males -en esta ocasión subir los impuestos o elevar el déficit- tiene una larga tradición: el astuto Ulises sufrió esa prueba tras eludir los embrujos de las sirenas en su viaje de regreso a Ítaca. A fin de no naufragar en las embravecidas aguas del estrecho de Mesina, el ingenioso aqueo prefirió bordear la roca habitada por la monstruosa Escila, que devoró a seis tripulantes de su nave, antes que orillar el peñasco de la aún más terrible Caribdis. Las amenazas para el Gobierno son la subida de impuestos, con un inevitable coste electoral y eventuales efectos perversos para el empleo, y el aumento del déficit, situado ya en porcentajes peligrosos para la Unión Europea.

Zapatero ha tenido que aprender a costa de su imagen que el rosado optimismo no es una guía mejor para la toma de decisiones que el negro pesimismo: la incertidumbre propia de la economía exige conocimientos, prudencia y modestia. Durante el debate en el Congreso, confesó con reticencia sarcástica ("reconozco mi error: algunos de los que suben a esta tribuna nunca se equivocan") que había infravalorado la gravedad de la crisis. Ironizando a costa de quienes mantienen oculta "una receta guardada en la caja fuerte" para resolver la crisis del sistema financiero internacional, el presidente del Gobierno parece haberse percatado de que el futuro se halla tejido con hilos imprevisibles. Si nadie puede hoy "afirmar con rotundidad" cuándo se producirá la recuperación del crecimiento económico estable, carece de sentido -recalca- exigir del Ejecutivo "un juego de vaticinios": sabia lección cuyas enseñanzas debería seguir de ahora en adelante el propio Zapatero para no basar sus decisiones sobre expectativas falsas.

martes, 22 de septiembre de 2009

Catalonia is not Poland


La opinión de José Domingo.


Algunos acontecimientos han venido a situar las cosas en su sitio después del chaparrón del referéndum-bufo de Arenys sobre la independencia de Cataluña y del anuncio del rosario de consultas que pretenden convocar "nuestros secesionistas" en municipios estratégicamente seleccionados.

El primero, las obstinadas y repetidas protestas de los operarios que han perdido su puesto de trabajo y que persisten en plantear sus reivindicaciones con desparpajo no nacionalista (sin ir más lejos, el “Catalonia is not Poland” de los trabajadores de Sharp); el segundo, la palmaria demostración de que el clásico "Espanya ens roba" debe ser reemplazado por el más adecuado: "Els nostres burguesos ens roben, i de quina manera!”. Finalmente, el último golpe, la selección española de baloncesto ha ganado la Copa de Europa con un equipo formado en su mayoría por catalanes que tiene en sus filas al mejor jugador del torneo, Pau Gasol -que dedica el triunfo a toda España- y con un capitán, Juan Carlos Navarro, que se muestra eufórico al recoger el trofeo. Además, el equipo es una piña en el que los diferentes orígenes conviven armónicamente sin ningún tipo de conflicto.

A la vista de lo anterior, sugiero que los soberanistas abandonen la matraca independentista (por ahora, sabemos que poco más de tres mil personas de los más de siete millones de habitantes están a favor de convertir a nuestra Comunidad Autónoma en Estado independiente) y se dediquen a crear empleo, a controlar interna y financieramente los gastos de las instituciones catalanas y a celebrar (también hay que divertirse) los triunfos de la selección preparando homenajes a los jugadores catalanes que tanto han contribuido al éxito del baloncesto español.

martes, 15 de septiembre de 2009

Proteger al que enseña


Gabriel Albiac en ABC

EN el que es para mí su más acabado relato, pone Jorge Luis Borges a su Paracelso en presencia del joven Grisebach, que aspira a ser aceptado como su discípulo. Reticente, el viejo sabio deja que exponga sus motivos. Grisebach habla con respeto e inteligencia. Paracelso mantiene su distancia, sin embargo. Tal vez le inquieta el ímpetu excesivo de este que quiere ser aprendiz suyo: pero un aprendiz no habla; y, menos aún, pregunta; y, en ningún caso, exige nada a su maestro. El joven tiende una bolsa de oro. Y formula su propósito: «Es fama que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera». Paracelso lo mira, desolado. El lector percibe un vidrio infranqueable entre ambos. Grisebach busca romperlo: toma de la mesa la rosa que trajo consigo, la arroja al fuego, al poco no es más que ceniza. El maestro le devuelve su dinero y lo despide. La puerta se cierra. «Paracelso», escribe Borges, «se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió».
Enseñanza autoritaria es pleonasmo. Habla el maestro. Sus palabras se perderían en lo inútil, si discípulo y maestro estuvieran en igual plano. Aprender es posible sólo cuando alguien -el que sabe- ocupa un lugar simbólico cuya preeminencia el otro -el que aprende- respeta, aun antes de que una palabra sea dicha. Sin esa cesión, no hay saber ni maestría que puedan ser transmitidos. Son las reglas de un juego en el cual cada sociedad se juega su ser. Sin la autoridad del que sabe ante el que aprende, ningún patrimonio anímico es transmisible. Durante siglos, la garantía de lo sagrado fue respaldo de tal continuidad de saberes, esto es, de autoridades. San Agustín, en De Magistro, daba razón de ello: ¿por qué aceptar la voz del maestro, si no es porque a través de él habla algo que es en sí mismo sagrado? «Al que escucha, si las sintió y presenció, mis palabras no le enseñan nada, sino que él reconoce la verdad por las imágenes que lleva en sí mismo; pero, si no las ha sentido, ¿quién no verá que él, más que aprender, da fe a las palabras? Cuando se trata de lo que captamos con la mente, es decir, con el entendimiento y la razón, hablamos de lo que vemos presente en la luz interior de la verdad, con que está iluminado y goza el llamado hombre interior; pero entonces, también el que nos oye, si él mismo ve con una mirada simple y secreta esas cosas, conoce lo que yo digo en virtud de su contemplación, no por mis palabras. Luego tampoco a éste, que ve cosas verdaderas, le enseño yo algo diciéndole la verdad, pues aprende, no por mis palabras, sino por las mismas cosas que Dios le muestra interiormente; por lo tanto, si le preguntase sobre estas cosas, también él podría responder. ¿Y hay nada más absurdo que pensar que le enseño con mi locución, cuando podía, preguntado, exponer las mismas cosas antes de que yo le hablase».
¿Qué autoridad queda al maestro, cuando la reverencia debida a su metafísico vicariato de lo divino no posee ya subsuelo de creencia en el que enraizar? Es duro responder que no hemos hallado nada con lo cual suplir aquel altar de lo sagrado que, tras la huida de los dioses que cantara Hölderlin, hizo del magisterio oficio en nada superior al de los lacayos. ¿Por qué respetar a ese pobre diablo mal pagado, en cuya función nadie cree, el Estado menos que nadie? Bien está que, al menos, la administración lo proteja de palos y humillaciones. Pero el maestro ha muerto.

martes, 8 de septiembre de 2009

De falangistas y comunistas


La opinión de José Domingo.


De todas las informaciones leídas sobre el falso referéndum de Arenys de Munt convocado por el “Moviment Arenyenc per l’Autodeterminació”, me han parecido especialmente tendenciosos los titulares de algunos periódicos. Según han publicado, el abogado del Estado que ha interpuesto el recurso contencioso-administrativo contra la moción aprobada por el pleno de ese Ayuntamiento en apoyo a la consulta, tiene un pasado falangista.

No ha sido la Falange la que ha decidido recurrir el acuerdo del Ayuntamiento, sino la Delegación del Gobierno en Cataluña que dirige el socialista Joan Rangel. Los Abogados del Estado son los encargados de defender y representar en juicio a la Administración central por lo que la ideología actual o pasada del excelente abogado Sr. Jorge Buxadé es intrascendente a esos efectos. En estos mismos días se ha conocido que la Delegación del Gobierno en Andalucía ha presentado un recurso contencioso-administrativo contra el acuerdo del Ayuntamiento de Granada de mantener un monumento a José Antonio Primo de Rivera en la vía pública por entender que esta decisión vulnera la Ley de Memoria Histórica. Ningún medio de comunicación ha hurgado en la condición ideológica del abogado del Estado que lleva el caso. Desconocemos si es socialista, democratacristiano o carlista. Y así debe ser, puesto que a estos funcionarios se les piden cuentas por la calidad de la defensa jurídica, no por su adscripción ideológica. Conozco a algunos Abogados de la Generalitat que han tenido que defender resoluciones de esta Administración en las antípodas de su pensamiento, y han ganado el pleito.

El abogado del Ayuntamiento de Arenys de Munt es el diputado Salvador Milà que actualmente milita en ICV y antes fue del PSUC, cuando este partido se reconocía comunista. Salvador Milà no pleitea al lado del ayuntamiento por su antigua condición de joven comunista, sino porque ha recibido un encargo profesional consistente en defender la legalidad del acuerdo de esa corporación de apoyar consultas populares en su municipio. Desconozco si el Ayuntamiento de Arenys de Munt apoyaría y cedería sus locales para preguntar a los vecinos sobre si están de acuerdo con la castración de los violadores, o la despenalización de la pederastia, o la defenestración del alcalde, o el apedreamiento de los gatos. Es de imaginar que sí, puesto que su defensa se basa en el genérico derecho del ayuntamiento a facilitar las consultas populares. Se ha de asumir, por lo tanto, que la coincidencia de que el alcalde de ese pueblo sea integrante de la Comisión promotora del “referéndum” que desde Arenys de Munt defiende de manera ambiciosa la independencia para toda Cataluña, es un hecho intrascendente a efectos de la decisión municipal.

Si el debate es meramente jurídico hay que situarlo en estos términos y descargarlo de contenido político. La cuestión de fondo sería la misma, fuera cual fuera la pregunta, esto es, si los ayuntamientos contravienen la ley cuando dan apoyo y cobertura mediante acuerdos municipales a asociaciones que quieren efectuar consultas no vinculantes a sus vecinos. Por lo tanto, el hecho de que los defensores de las partes implicadas en el proceso sean falangistas, comunistas, independentistas, o anarquistas es irrelevante y quien ponga el acento en esa circunstancia actúa con evidente mala fe.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Sobre sabios, bobos y malvados


Félix de Azúa en El País.


Imagino al viejo profesor aún errante entre París, Chicago, Ginebra, Londres, Dios sabe. Puede anidar donde le apetezca, cerca de una biblioteca, eso sí. Es viejo, pero muchos le siguen leyendo porque nunca escribió como un profesor, sino como un escritor.

Sin los judíos de Viena, el mundo germánico iba a convertirse en un cuartel de borrachos

Cierta moral idiota tiende a distinguir los crímenes de Hitler de los de Stalin

No sé cuáles pueden ser ahora sus hábitos. ¿Mira la luna cuando se tiñe de amarillo como si tuviera ictericia? ¿Le aburre leer a los trágicos? ¿Acaricia a su gato con una pizca de autocompasión? Ni idea. Sin embargo, todo lo que he leído de este viejo judío de 80 años me ha complacido y le tengo un agradecimiento que nunca podré compensar ni con una felicitación navideña. "Happy new year, dear profesor Steiner". En la cartulina se ve un arbolito adornado con bolas luminosas y a sus pies un monigote de nieve con sombrero y pipa. Felicitación de tía hidrópica y en residencia, que apenas miramos antes de arrojarla al cesto. Los últimos resplandores del amor son demasiado dolorosos.

Creo que lo que más he apreciado en George Steiner es la infrecuente atadura de modestia y soberbia, humildad y orgullo, que asocio con los judíos de novela centroeuropea. Aquellos ciudadanos que inclinaban la cabeza o bajaban de la acera cuando se cruzaban con un oficial vienés, pero que sabían con certeza cristalina que el mundo germánico podía prescindir de la totalidad del Ejército austriaco (y así fue), pero quedaría reducido a un cuartel de borrachos si se destruía a los judíos de Viena. Y así fue.

No es su saber, que es considerable, lo que me gusta de este hombre, sino lo que hace con ese saber. Yo supongo que es la misma simpatía que me produce la obra de Stefan Zweig, cuyos libros llevan incorporado el corsé, el parasol de seda, el sombrero de paja italiano, los veranos en Baden Baden y términos como "clorótico" o "mozalbete", pero que no han perdido ni un ápice de su singular sagacidad, ni esa capacidad para hablarle al lector como si estuvieran los dos sentados en un café, envueltos por el humo de los cigarros. La narración puede interrumpirse para pedir otro marillenschnaps o para encomiar la entrada de una belleza que (se dice) alivia las cargas del ministro consejero de la Guerra, y seguir al cabo de un rato en el mismo tono de voz, la misma mirada al mármol, igual recogimiento. El estilo es modesto, lo que se cuenta es soberbio.

Ahora que George Steiner está un poco cansado (¡cómo ha de abatir ver en los rimeros de la biblioteca 30 libros escritos a lo largo de una vida entera, libros excelentes, elegantes, y que sin embargo carecen ya de la menor importancia!), le habrá subido la densidad a su escepticismo.

Siempre miró la vanidad del mundo por una esquina del ojo, nunca pudo vivir sin impaciencia el oropel, el boato, la purpurina de la buena sociedad. Al final de su vida ha aceptado algunos premios y honores, sí, tampoco es cuestión de avergonzar a los admiradores, pero con una distancia e ironía tan sutiles que sus valedores ni la pillan.

No sé si volverá a escribir alguna obra de envergadura. ¿Para qué? Él ya no lo necesita. Escribió sus libros para averiguar qué es lo que quería saber. Y ahora ya lo sabe. Para compensar, sus seguidores están recogiendo papeles por aquí y por allá, escritos que habían quedado sepultos en almacenes de revistas y diarios, algunos ya desaparecidos, donde podían haber yacido para siempre hasta hacerse polvo.

Sin embargo, en muchos de estos escritos circunstanciales, a veces forzados por la intendencia, hay fantasías, ideas, juicios, que no se habría permitido en un libro "serio" que iba a ser forzosamente comentado en el Times Literary Suplement o en el New York Review of Books. Demasiada responsabilidad, sobre todo, para el comentarista. ¿Cómo vas a hacerle esa jugada? No le pongas en un compromiso.

De modo que los libros que recogen su obra menor guardan algunas de las mejores páginas que le he leído, justamente porque aparecieron en ciertos medios a cuya clientela conocía como a su cepillo de dientes y no corría peligro ninguno mostrando su vena sarcástica.

En el último de ellos (hasta el momento) se recogen casi 30 artículos publicados por la revista americana The New Yorker (la traducción española está en la editorial Siruela) cuyos lectores forman un compacto biotopo de ejecutivos liberales, profesores de mediana edad, acomodadas matronas con ventana a Central Park, judíos cultivados y un manojo de radical chic. Es como escribir para tus hijos. Puedes permitirte burlas sobre los abuelos que nunca incluirías en una conferencia.

Es el estupendo equilibrio entre modestia y soberbia lo que le permite ser el mejor introductor de Thomas Bernhard en el mundo anglosajón, sin escatimar una colleja por el exceso de jeremiadas. O alabar como es debido el teatro de Brecht, sin ocultar la abyección moral del personaje. Poner en su sitio la radical belleza de la música de Webern, sin olvidar su confusa relación con los nazis. O, por el contrario, esclarecer la naturaleza criminal de Albert Speer sin negar su inteligencia, tan codiciada por los occidentales: fueron los rusos quienes impidieron que Speer se convirtiera en un ejecutivo de la élite industrial americana, como tantos otros nazis.

Si hubiera de destacar una sola de las virtudes que trae consigo este asombroso equilibrio entre humildad y orgullo, yo diría que es su coraje para asumir la identidad ética de comunismo y nazismo, así como para denunciar esa moral idiota de tantos europeos que tienden a distinguir los crímenes de Hitler de los de Stalin, justificando los de este último como "más comprensibles". Steiner es uno de los escasos escritores que desde hace muchos años (últimamente esta idiotez moral parece que disminuye) ha puesto las cosas en su sitio. Quizás porque sabe que el antisemitismo estalinista no tuvo nada que envidiar al nazi.

Mucho antes de la caída del muro de Berlín, en 1980, escribió Steiner un artículo magistral. Es uno de los más largos del libro y el más hermoso que he leído sobre ese sujeto repugnante que fue sir Anthony Blunt. No escatima alabanzas para el experto en barroco y neoclásico, ensalza las monografías que escribió Blunt, especialmente la de Poussin, no la hay mejor. Tampoco se ensaña con el personaje, cuya traición como agente doble del espionaje soviético y de los servicios británicos toma en su artículo un carácter turbio que luego expandiría John Banville en una estupenda novela.

En cierto modo, George Steiner quiere entender las debilidades de Blunt, su rencor contra la ignara clase alta inglesa, la sed de afirmación de un homosexual que podía ser condenado a penas humillantes. Pero entender no es comprender. El objeto de su artículo no es Blunt, sino aquellos que, una vez descubierto, juzgado y condenado, aún le defendían porque era "uno de los nuestros". En particular, sus colegas de Oxbridge, la aristocracia universitaria británica, los nacionalistas de la sabiduría.

He aquí lo que me lleva a sentir tanta simpatía por este hombre altivo y respetuoso: sabe cabalmente quién es un criminal, aunque alguno de ellos posea un talento del que carecen las gentes honradas. Al criminal hay que entenderle y castigarle sin ánimo de venganza. Pero a quien no se puede perdonar es al tullido moral que defiende o "comprende" a los criminales.

Como decía Cipolla, podemos llegar a entender la coherencia de un malvado, pero el imbécil es perfectamente incomprensible. Y detestable. La soberbia nos pide que tratemos de entender al criminal para combatirlo mejor. La modestia nos obliga a renegar del idiota que lo justifica. Así lo hizo Steiner sabiendo a lo que se arriesgaba, con el soberbio orgullo del modesto.

jueves, 27 de agosto de 2009

Inquietante palabrería


HERMANN TERTSCH en ABC

DESDE ayer sabemos que Hugo Chávez, caudillo de Venezuela, pretendida y poco pulida reencarnación de Simón Bolívar, le ha declarado una especie de guerra a Colombia. Y ha roto, como supuesto paso previo, todas las relaciones con el país vecino. En realidad, Chávez y algunos de sus amigos bien pagados llevan años en guerra con la democracia colombiana. De forma delegada, por medio de su constante y masivo apoyo y suministro a la organización terrorista de las FARC. Pero ahora don Hugo se ha enfadado mucho porque el presidente Uribe ha tenido la valentía -cualidad que nunca le ha faltado- para firmar un acuerdo de cooperación militar con EE.UU. para combatir mejor a la guerrilla y al narcotráfico, es decir, a los socios del caudillo bolivariano. La presencia norteamericana en bases colombianas y el mayor apoyo militar y tecnológico que implica el acuerdo de Uribe con el presidente Barack Obama complicará los planes expansionistas del totalitarismo autodenominado «Socialismo siglo XXI», orquestado por Caracas y La Habana. Sus éxitos en la abolición del Estado de Derecho han sido rotundos en Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Acaba de sufrir su primer serio revés en Honduras. Pero don Hugo no se arredra. Los años de liquidez ilimitada gracias al precio del petróleo los ha utilizado para expandir influencia y comprar lealtades de personas e instituciones estatales extranjeras, pero también para llenar la cesta de la compra de armamento. Y está claro que ni los aviones de combate comprados a Rusia ni todas las armas ligeras y pesadas adquiridas por todo el mundo, también en España, son para reprimir a los estudiantes, asustar a la clase media aún existente ni aplastar revueltas de otrora seguidores que puedan hartarse de la miseria rampante, la corrupción y el aventurerismo. Es un amenaza directa a Colombia y a todo el que ose hacerle frente. Sin embargo, y pese a la retórica truculenta, no parece previsible que Chávez se atreva a utilizar el próximo 70 aniversario del asalto coordinado por Hitler y Stalin a Polonia para ampliar los territorios de su Reich bolivariano. Consuela, pero nos deja con una incógnita. Sabemos de qué parte estarían en esta guerra Barack Omaba y la UE. ¿Sabemos en cuál estarían Zapatero y el PSOE?
Lejos de Caracas surge otro conflicto. Tampoco llevará a la guerra. Pero revela que si en Latinoamérica resurgen los fantasmas del totalitarismo, Europa está lejos de haberse inmunizado de su trágico pasado. Eslovaquia ha prohibido la entrada en su territorio al jefe del Estado de la vecina Hungría. Ambos son miembros de la UE. Bratislava acusa al presidente húngaro de «afanes expansionistas» por querer inaugurar una estatua de San Esteban, Rey de Hungría, en Komarno, en el sur de Eslovaquia, territorio húngaro hasta 1919. Palabrería, sin duda. Pero que revela inquietantes fragilidades también en Europa, donde no son pocos los políticos que quieren utilizar el pasado, por trágico que sea, para desviar la atención de su impotencia ante los retos del presente.

jueves, 13 de agosto de 2009

50 años anclados en la violencia



Reyes Mate en El Periódico de Catalunya


ETA ha conmemorado sus 50 años de existencia asesinando. Lo sorprendente no es que mate, que es lo suyo, sino que exista. Eso es lo que llama la atención de la prensa extranjera. Esta España, bien integrada en los valores cívicos occidentales, y este País Vasco, con un nivel de autonomía política que resiste cualquier comparación, no permiten ninguna justificación ni moral ni política del terrorismo etarra . Sería comprensible la existencia de algo así como un grupo mafioso que, falto de apoyos sociales, hubiera transformado viejos ideales políticos en un modus vivendi basado en la extorsión. Pero si todavía es algo distinto a un mero grupo mafioso es porque, pese a todo, sigue contando con equívocos políticos y complicidades culturales.

Respecto de los primeros, hay que decir que la evocación de un nacionalismo irredento, fruto del mito más que del análisis histórico, hay que tomárselo con distancia. El más fervoroso nacionalista debería en algún momento mirarse en el espejo que le pone delante El Quijote. Ahí aparece el vizcaíno como la encarnación del cristiano viejo porque por sus venas no corre una gota de sangre impura, ya sea judía o morisca. Y ese cristiano viejo, que tan bien representa el vasco, es, no lo olvidemos, el prototipo del español castizo.
Cervantes, es verdad, no era historiador, pero sí un genio por la ironía con que captó las ideas y creencias de su tiempo. Esa pelea entre el vizcaíno, representante de las esencias patrias, y El Quijote, de sangre tan impura que unas veces es Quijano y otras Quesana o Quejada, destroza el mito nacionalista. Si los libros de texto han dado un vuelco a la historia presentando la «pureza racial» como sangre no contaminada por lo español, habrá que dar la razón a Victor Hugo cuando decía que «si no damos la razón a los hechos, la ignorancia nos perderá». En el capítulo, pues, de la identidad nacional, solo el conocimiento puede salvarnos.
Las complicidades culturales tienen por epicentro el prestigio de la violencia. Donde este prestigio se pone a prueba, en primer lugar, no es en las solemnes condenas de los asesinatos, faltaría más, sino en cómo valoramos sus consecuencias, por ejemplo, en las víctimas.
Durante cuatro decenios, las víctimas de la violencia etarra eran invisibles. Tenían que privatizar su dolor y renunciar a darle un significado político. No se entendía que levantaran la voz, ni siquiera en el funeral. Lo que se sobreentendía es que la historia no avanza sin producir algunos inevitables efectos colaterales. Lo que procedía en esos casos era lamentarlos, sin que a nadie se le ocurriera la peregrina idea de que el futuro tuviera que construirse sobre la memoria de esas víctimas. Gracias al empuje de la memoria, que se ha dado en todo el mundo, las víctimas de la violencia etarra han empezado a contar.
Una segunda manifestación del halo místico de la violencia es el miedo a juzgarla, de ahí la equidistancia respecto de toda forma de violencia. Maestra consumada de esta nivelación del sufrimiento ha sido la Iglesia vasca. Desde el primer momento lo tuvo claro: había que homologar el sufrimiento de las familias que tienen que visitar lejos al hijo preso, con el de la mujer o los hijos de concejal socialista o popular al que ese mismo hijo había asesinado a tiros. La querencia nacionalista de la mayoría de sus pastores les ha llevado a interpretar los hechos de la violencia (asesinatos, torturas, amenazas , etcétera) a la luz de un supuesto conflicto político previo, en lugar de profundizar, como cabría esperar, en el significado moral de esos hechos. Querían estar tan cerca de su grey –el nacionalismo vasco es impensable sin el componente religioso– que no comprendieron el colosal desafío que supone a la conciencia cristiana vivir bajo el terror. Es verdad que ha habido, sobre todo en los últimos tiempos, voces críticas, pero son tan débiles que la tarea de romper el embrujo de la violencia sigue pendiente.
Habría que señalar, finalmente, las biografías de una generación española que no ha hecho sus deberes sobre este particular. La dictadura franquista incluía entre sus objetivos prioritarios borrar del mapa los brotes nacionalistas. Eso explica el favor que encontraron entre los antifranquistas los primeros asesinatos de la banda terrorista ETA.

Con la llegada de la democracia, aquella generación cambió su valoración de la violencia. Lo que pudo haber tenido sentido en una dictadura no lo podía tener en una democracia. Y se pasó de la complacencia a la crítica. Pues bien, lo que pretendo decir es que el itinerario revela una insuficiente elaboración de la significación política de la violencia, porque si hoy estamos donde estamos es porque ETA tuvo en un momento el apoyo de muchos intelectuales, políticos y líderes sociales. Entonces se incubó el huevo de la serpiente.
Contra ese pasado, ¿qué podemos hacer? Mucho si llegamos a entender que la violencia es un producto altamente explosivo y no, como entonces creíamos, el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. La militancia por la resolución razonada de todo tipo de conflictos, los domésticos y los políticos, cuestiona cualquier complacencia con ese pasado violento y con toda forma moderna de violencia.

sábado, 8 de agosto de 2009

Modelo desafecto


José Domingo en La Voz de Barcelona


El acuerdo aprobado el pasado 15 de julio en el Consejo de Política Fiscal y Financiera a instancia del Gobierno de España con el apoyo de las CCAA gobernadas por los socialistas, en solitario o en coalición, y el de las Islas Canarias, ha puesto de manifiesto las contradicciones entre los distintos partidos y el predominio del localismo frente al interés general.

El acuerdo ha sido gestado, básicamente, entre el Gobierno español y el autonómico catalán. Con él se da cumplimiento a lo dispuesto en el título de financiación autonómica del Estatuto de Cataluña; es, por lo tanto, un pacto de matriz estatutaria catalana.

El debate celebrado en el Parlamento autonómico de Cataluña sobre la financiación reflejó las posturas de los distintos partidos. PSC e ICV-EUiA consideran que el acuerdo cumple el Estatuto de Autonomía; CiU lo acepta ante la situación de emergencia financiera de la Generalidad con la condición que se reconozca que no cumple el Estatuto; ERC lo ve como un paso más a favor de la autofinanciación completa, esto es, la independencia; PP lo rechaza porque supone más endeudamiento de las instituciones que conllevará subidas de impuestos; y Ciudadanos lo defiende porque, según sus cuentas, cumple con el noventa por ciento de las tesis que hasta ahora ha defendido.

Resulta incomprensible la postura de este último partido que criticaba la bilateralidad y propugnaba la nivelación total en la prestación de servicios fundamentales y, ahora, en cambio, considera que el acuerdo es plurilateral porque se ha aprobado en el seno del Consejo de Política Fiscal y Financiera, olvidando que este aspecto es meramente formal, porque el sustancial, el político, se ha llevado a cabo conformando la posición del Gobierno a los criterios marcados por el consejero Castells y, lo que es más grave, bajo las condiciones de ERC.

Para aquel debate preparé trece propuestas de resolución contrarias al acuerdo que, finalmente, reduje a una que se limitaba a rechazarlo. El PP voto a favor; CiU, PSC, ERC e ICV-EUiA votaron en contra; y Albert Rivera se abstuvo.

Mi posición contraria al acuerdo en el debate de financiación no fue caprichosa. Sigo sosteniendo que con este pacto no se arreglarán definitivamente los problemas de financiación en toda España y sólo servirá para ahondar las diferencias interterritoriales y acentuar la deriva de un sistema autonómico desnortado.

A pesar de que el objeto de discusión del Pleno autonómico se centró en discutir si el acuerdo era o no “infraestatutario”, a mi juicio, el debate debió haber girado sobre si era o no “infraconstitucional”.

Digo “infraconstitucional” por no decir “presuntamente anticonstitucional”. A la vista de la doctrina del Tribunal Constitucional sobre financiación autonómica, es comprensible que no exista ningún interés en determinados sectores nacionalistas y socialistas en que el TC dicte sentencia sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña.

Con el nuevo modelo de financiación autonómica, el Gobierno de España ha contravenido el contenido del artículo 2 de la Constitución, que habla del principio de solidaridad. Sé que este principio levanta bajas pasiones, pero las normas están para cumplirlas, también la Carta Magna. La solidaridad no puede ser reducida al carácter de un precepto programático, tiene un contenido económico innegable.

El elemento nuclear de mi discrepancia con el acuerdo obedece a que el artículo 158 garantiza ‘un nivel mínimo en la prestación de los servicios públicos fundamentales en todo el territorio español’. No lo limita a tres (educación, sanidad y servicios sociales) ni dispone que será dotado con un porcentaje de los tributos como hace el acuerdo (el 75% de los recursos cedidos a las CCAA, cuando lo ideal sería que fuera del 100%).

De igual manera, con el fin de corregir desequilibrios económicos interterritoriales y hacer efectivo el principio de solidaridad, la Constitución prevé la aprobación de un Fondo de Compensación con destino a gastos de inversión ‘cuyos recursos serán distribuidos por las Cortes Generales entre las Comunidades Autónomas y provincias, en su caso’. Este Fondo debiera tener un importante papel ahora que se acaban los Fondos FEDER de la Unión Europea. En cambio, el acuerdo opta por crear una serie de fonditos y el único Fondo que figura en la Constitución, el de Compensación Interterritorial, es ignorado. Lo adecuado sería que los recursos de los Fondos de Suficiencia Global y de Convergencia se destinaran al Fondo de Compensación Interterritorial.

Lamentablemente, el interés localista y partidista ha primado sobre los principios constitucionales. Es cierto que los nuevos marcos competenciales de las CCAA (habría que preguntarse si era necesaria la ampliación de los mismos) precisan de una mayor inversión, pero también es verdad que el Estado debe seguir contando con los instrumentos necesarios para garantizar un nivel mínimo de prestación. Es necesario diseñar un modelo sensato, estable, que no dañe al crecimiento económico, pero que, al mismo tiempo, responda a los fines encomendados constitucionalmente de cohesión y solidaridad, siempre bajo los principios de factibilidad económica y política.

50 años de ETA


La opinión de José Domingo.


Frecuentemente, los acontecimientos del presente se justifican en el pasado. También los relacionados con ETA, que ahora cumple 50 años celebrando con pasteles-bomba fiestas de terror. Los jóvenes que en la década de los sesenta fundaron ETA no lucharon en la guerra civil, y los jóvenes que matan y destruyen domicilios ahora, tampoco padecieron la dictadura franquista. Se creen, sin embargo, herederos de una misión histórica y pretenden extemporáneamente ganar la guerra civil y acabar con el franquismo. Su batalla es estéril, España no está en guerra y vivimos en una democracia.

Sin embargo, persisten en su equivocación, viven para ello y de ello. Mientras tanto, truncan vidas de jóvenes y mayores en aras de un ideal imposible, la independencia de un País Vasco, reunificado a horcajadas de España y Francia, que nunca existió ni existirá.

No me cabe la menor duda de que el Estado de Derecho acabará con los asesinos, pero es desazonador comprobar que, después de tanto sufrimiento generado por los terroristas, cueste tanto reaccionar. La confusión ideológica o el miedo atenaza a muchos y les impide dar un paso al frente y parar en seco cualquier grieta que ampare a los terroristas. ¡Todavía hay jueces, excesivamente comprensivos, que se parapetan en la libertad de expresión para permitir homenajes en las calles a etarras para vergüenza de los demócratas y de las víctimas del terrorismo!

En el Congreso de los Diputados, con motivo de la condena del asesinato de los guardias civiles, Carlos Saenz de Tejada y Diego Salvá Letaún, se leyó una declaración de condena en la que se dejaba claro que la vía de la negociación con los terroristas estaba cerrada. Espero que los que firmaron esta declaración se comprometan a asumir lo que firmaron. Zapatero reconoció su error y no estaría de más que los dirigentes de ERC e ICV, que estaban representados por Joan Tardà y Joan Herrera en aquel acto, también lo hicieran y pegaran un portazo a su discurso anterior. No cabe marcha atrás en la firmeza contra el terrorismo ni dejar entreabierta la puerta al pacto con matarifes.

Cincuenta años son muchos y el compromiso de todos los ciudadanos es hacer posible que no lleguen a cumplir los cincuenta y uno.

lunes, 27 de julio de 2009

De las alegrías a destiempo


HERMANN TERTSCH en ABC


Esta mañana, se lo confieso, he estado a punto de llorar como un niño, de pura emoción y alegría, al enterarme de que Francisco Franco Bahamonde ya no es alcalde de Amposta. La ciudad tarraconense le ha quitado -eso es coraje- el cargo de regidor perpetuo y la medalla de oro. En aras de la reconciliación, no exigen a Franco que devuelva la medalla personalmente. Mientras, en Barcelona, otra tropilla de seres sensibles ha pintarrajeado las paredes de numerosas iglesias, con evocaciones de la Semana Trágica de hace un siglo y comentarios poco amables sobre la religión -sobre la católica, por supuesto-. «La única iglesia que ilumina es la que arde» o «La iglesia apesta aunque no arda» -podían haber añadido un «todavía»- son algunas de esas frases estelares del pensamiento aparecidas en paredes de edificios religiosos. La autoría puede intuirse en esa inmensa camada de jóvenes antisistema que ha mamado su fanatismo de las amables y generosas ubres del Ayuntamiento de Barcelona y del tripartito. El fenómeno no es exclusivamente catalán, aunque el socialismo nacionalista y el nacionalsocialismo en aquella región son vanguardia en entusiasmos tan añejos. También en iglesias de Madrid -entre otras, en el Cachito de Cielo en el barrio de Chueca, que reparte cientos de comidas diarias a personas y familias sin ningún recurso- han aparecido carteles insultantes y amenazadoras. Impresos con gran calidad y en multicolor. Es decir, insultos caros. También en este caso se puede intuir que el dinero procede de alguna otra ubre oficial que subvenciona a organizaciones de hinchas de Bibiana Aído. El día que arda realmente de nuevo una iglesia en España, nuestros socialistas antisistema dirán que no se trataba de eso. Y los socialistas demócratas quizá sientan vergüenza por haber tolerado que su partido haya incubado estos huevos de serpiente. Aunque puede ser que antes arda alguna sede empresarial, dado ese giro tan moderno que da ahora la retórica gubernamental. Se resume en una pintada en Barcelona, «Ni iglesia ni capital». Un Gobierno que ha destruido dos millones de puestos de trabajo y en el que apenas algún miembro ha pasado jamás por el mercado laboral ha decidido que los culpables de la catastrófica situación son los empresarios. Los explotadores. Este mensaje tan sofisticado, propio del alcalde de Marinaleda, cala en el escenario de pobreza que se nos avecina. A perfeccionarlo ha debido viajar ahora nuestro héroe Moratinos a Venezuela. Allí, y en Nicaragua, en Bolivia, en Ecuador -Honduras resiste-, tiene éxito el modelo que pronto, cuando se haya consumado en nuestro país la destrucción de la clase media, podría tener aquí su primera cabeza de playa europea. Por eso quienes se alegran en la oposición por el hecho de que el CIS también le otorgue una ventaja electoral se alegran a destiempo. Porque no hay elecciones. Y porque el daño infligido a España en estos años, sin precedentes en tiempos de paz en ningún país desarrollado, tardará en el mejor de los casos una generación en subsanarse.

Menores y crimen sexual


Juan Manuel de Prada en ABC


Decíamos en un artículo anterior que es signo distintivo del Mátrix progre combatir farisaicamente las calamidades en sus consecuencias, después de haberlas alimentado en sus orígenes. Así, ante la floración de delitos sexuales perpetrados por menores durante los últimos meses, el Mátrix progre se ha puesto a debatir con entusiasmo y verdadero gusto sobre la extensión del castigo penal a menores. Castigo que nada resolvería; pues los menores con tendencias criminales se tropezarían con la siguiente disyuntiva: o someterse a la ley, renunciando a la consecución de un placer que previamente se les ha pintado con los trazos más apetecibles; o esquivar la ley, consiguiendo con ello el placer ansiado. La ley penal sólo actúa como freno eficaz cuando la preceden frenos morales previos, arraigados en la moral social. Cuando estos frenos fallan, o simplemente dejan de existir, después de haber sido combatidos como rémoras que obstruyen el culto al placer, los menores emplazados ante la disyuntiva de someterse o esquivar la ley elegirán el segundo camino.

Porque detrás de la comisión de estos crímenes sexuales se extiende toda una red de complicidades. Y sólo se logrará acabar con esa red de complicidades mediante una purificación del ambiente moral. Pero un ambiente moral corrompido no se cambia mediante meras reformas legales; su corrupción tiene que ser atacada en sus orígenes. Y habrá de aceptarse que se conseguirá muy poco modificando las leyes si antes no se vigorizan los fundamentos morales. Si a los menores no se les inculca una moral efectiva, pedirles que respeten normas legales cuyo fundamento moral se les ha escamoteado será tanto como pedirles que resuelvan raíces cuadradas sin un conocimiento previo de las cuatro reglas aritméticas. Es el escamoteo de ese fundamento moral lo que provoca la floración hedionda de crímenes sexuales.

Trece años tenían algunos de los muchachos que en estos días nos han sacudido de horror. A esa edad les reparten condones en las escuelas y les ponderan las delicias de la libertad sexual; a cambio, les dicen que tales delicias sólo pueden alcanzarse si son plenamente consentidas por la otra parte. Pero esta barrera del «consentimiento» se torna absolutamente ineficaz, porque previamente se ha desatado una fuerza arrasadora. El efecto de tratar la sexualidad como cosa inocente y natural, decía Chesterton, es que todas las demás cosas inocentes y naturales se empapan y manchan de sexualidad. Y la sexualidad liberada de tabúes e inhibiciones no tarda en convertirse en pasión putrescente que lo anega todo en su marea.

No estamos en presencia de degenerados nacidos por generación espontánea, sino ante una inmensa trama de degeneración ambiental. Los degenerados natos apenas existen; y, cuando el ambiente moral es contrario a la degeneración y sus frenos son poderosos, sus inclinaciones torcidas pueden enderezarse, o siquiera cohibirse. Fuera de unos pocos casos excepcionales, la degeneración requiere una atmósfera favorable, hospitalaria, nutricia. Si a un menor con inclinaciones degeneradas se le inculca una moral laxa que no acepte otra guía que la consecución del deseo; si se le persuade de que la satisfacción de sus apetitos no sólo no constituye un signo de inferioridad, sino que es prueba de saludable madurez; si se le educa sin ninguna base espiritual, de tal modo que en el prójimo no ve sino un organismo diseñado para la obtención de placer, se inclinará cada vez más hacia lo nefando. Pensará, soñará, apetecerá lo nefando; y acabará perpetrando un crimen. Mientras se escamoteen los fundamentos morales que hacen odioso el crimen sexual, de nada servirá el dique del castigo penal; porque las víctimas de los menores degenerados lo son antes de un ambiente social corrompido.