sábado, 7 de noviembre de 2009

Doctor, ¿verdad que no nos haremos daño mutuamente?


La opinión de Ángel Sánchez Ponce


Según el barómetro del CIS del mes de Septiembre, la corrupción en España preocupa solamente al 1,4% de los españoles. ¡La corrupción no preocupa! ¡uhmmm! una de dos, o el pillaje tiene buena prensa entre nuestros paisanos y, en caso de poder, todos haríamos lo mismo, o bien, damos por perdida la batalla contra esa expansiva epidemia.

Y si no preocupa a la ciudadanía ¿por qué habría de preocupar a sus representantes políticos? a los hechos me remito, en 2007, según información de El Mundo, la mesa del Parlament recibió un informe de la Sindicatura de Cuentas, donde se detallaban las malas prácticas urbanísticas que se daban en Santa Coloma de Gramanet y ningún grupo político requirió la comparecencia del síndico para explicar la situación: ahora sabemos que no se trató el tema en sede parlamentaria porque el orden del día era muy extenso, del mismo modo, el Parlament tenía conocimiento de las actividades irregulares de Millet, desde bastante antes de que se descubriera el pastel del Palau, sin embargo, no se tomaron medidas al respecto, hemos de suponer que el orden del día seguía siendo inabarcable.

No es de extrañar, pues, que en referencia al caso ‘Pretoria’ el diario Público nos ofrezca este titular: “Montilla y Mas ponen sordina a la corrupción. Ambos eluden los reproches para que la operación no aumente el desapego por los políticos”. Entiendo yo que lo sensato sería pensar lo contrario, es decir, que el escaqueo descarado, ese silbar mirando para otro lado, por parte de ambos dirigentes, empeora la percepción que tiene el ciudadano por sus representantes y fomenta el desapego hacia ellos.

Sucede que lo que han protagonizado gobierno y principal partido de la oposición en el Parlament es obedecer al patriarca Pujol, que poco antes había afirmado en la televisión pública catalana: ‘no conviene tirar de la manta porque todos saldremos perdiendo’; así, dicho con naturalidad, pontificando, saboreando la certeza de que nadie de entre la clase política catalana alzará la voz contra tamaña desvergüenza.

Así las cosas, han tenido que ser instituciones de fuera de Cataluña, ¡qué ultraje!, como la Audiencia Nacional, la Fiscalía y la Inspección de Hacienda, las que han tirado de la manta debido a que aquí, o han faltado redaños o todos tienen algo que ocultar. Y esto es lo que hay, nada que no se parezca a lo que ocurre en otros lugares, sólo que aquí, lo hacen unos tipos envueltos en la bandera de Wifredo. Nos chulean, nos trajinan, nos hacen pagar la cama y, cuando se les descubre, solo aciertan a insinuar lo que el paciente aquél a su dentista. En vista de ese exiguo 1,4 %, tal vez, nos lo merecemos.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los terribles contrastes


HERMANN TERTSCH

HA sido probablemente lo más reconfortante de esta semana. Angela Merkel ha hablado ante el pleno del Congreso norteamericano, Casa de Representantes y Senado unidos. Ha sido un discurso como el que muchos soñamos escuchar de nuestros propios representantes y líderes. Muy pocos han sido los dirigentes extranjeros que han recibido semejante deferencia en Washington. Se ha dicho que Konrad Adenauer, el padre de la República Federal Alemana, hace la friolera de 56 años, recibió el mismo honor. No es exacto. Adenauer habló ante ambas cámaras, el único canciller alemán hasta ahora en hacerlo, pero no en sesión conjunta. Angela Merkel ha adquirido así un puesto muy especial en la jerarquía de relaciones con la administración norteamericana. Ante actos realmente históricos como éste producen hilaridad cuando no vergüenza los patéticos esfuerzos de algunos de presentar su foto semigótica con Barack Obama como un encuentro planetario. Y el efímero encuentro en el Despacho Oval como el principio de una larga y profunda amistad. Pero eso sucede cuando quien habla no sabe nada de casi nada y mucho menos de historia, de simbolismos, de la profundidad que confiere a las relaciones políticas y humanas una comunión de valores. Cuando no se sabe más que de insidias barriobajeras de trepadores e intrigantes de partido semileninista. Si hay algo que ofende quizás más que la incompetencia y el desprecio a la inteligencia ajena es la ignorancia paleta de la que hacen gala algunos dirigentes de este Partido Socialista nuestro, sobre todo los que más hablan. Ignaros arrogantes con trajes y vestidos nuevos que jamás habrían podido comprarse con un salario merecido en el mercado libre. Ustedes ya saben quiénes son.
El discurso de Merkel no tiene desperdicio por su altura de miras, su calidad humana y su sabiduría política. Por supuesto que muy probablemente no sea todo el texto obra suya. Pero suya es la responsabilidad de haber escogido a la gente adecuada para que el discurso que aprobó y pronunció ante el Congreso en el Capitolio haya sido de lo mejor que se ha podido oír en mucho tiempo sobre los retos y los anhelos de la libertad. Sobre la dignidad de la persona y sobre la grandeza de la política, sobre el sacrificio y sobre la gratitud inexcusable a quienes lo hacen, sobre la fuerza de las ideas y el peligro de su debilidad para todos los valores que los hombres libres han de defender. Decenas de veces fue interrumpida por los aplausos y al final de su discurso toda la sala se puso en pie para brindar a la canciller varios minutos de ovación continua y entusiasta. Merkel habló de su infancia y juventud en una dictadura comunista que aquí aún muchos defienden. Y de sus sueños desde entonces del gran país de las oportunidades infinitas que otorgan el esfuerzo, el talento y la libertad. Habló de la grandeza de la democracia que da vía libre al individuo. Y por tanto de la miseria de los experimentos sociales que desde el Estado reprimen al ser humano en aras de promesas de felicidades futuras imposibles y siempre a la postre sangrientas. Merkel dio una lección de historia de una mujer que, súbdita de una dictadura miserable, ha logrado dirigir a la mayor potencia europea. Y lo hizo dando las gracias a Estados Unidos, que tantos hijos ha sacrificado por la libertad de tierras lejanas a las que sólo los unían sus antepasados. Grandeza había en sus palabras. Vergüenza daba recordar la charlatanería buenista y provinciana de nuestro Gran Timonel en su breve paso por Washington.