martes, 30 de junio de 2009

¿Quiénes son uds. para pedirnos nuestro dinero?


Enrique Calvet en Expansión.



Seamos serios. España, como todos los países avanzados y democráticos, ha tenido que afrontar, económica y socialmente, el primer embate súbito y fortísimo de una crisis gigantesca y global, superpuesta a la suya propia. Ha sido y es un momento de emergencia social total. No olvidemos que el objetivo, particularmente en los países europeos, es doble. Por un lado evitar el descalabro económico, pero, por el otro, proteger al máximo el modelo social que hemos elegido, en el que una mínima cohesión social y una estructura de solidaridad y protección a los más débiles ciudadanos son irrenunciables. Por lo tanto, como todos, España ha tenido que acudir urgentemente a aumentar el gasto público muchísimo, como medida desesperada inmediata. Lo habrá hecho muy torpemente, pero cualquier gobierno lo hubiera hecho, aquí y acullá, igual de forzado. Por lo tanto, las diatribas demagógicas cuando reprochan, hoy, al Gobierno, no haber priorizado el control del déficit público sobre las necesidades apremiantes, pueden resultar frívolos eslóganes de baja política. Y no estamos para populismos a ras de suelo.
Pero el dinero no es infinito y todas las facturas se pagan. Es hora, tras haber capeado el primer ataque del tsunami, de empezar a contar para pagar destrozos y rescates. El Estado va a necesitar irremediablemente dinero. Y, por lo tanto, los impuestos habrán de subir. Es inevitable. No creemos que ni los más eximios adoradores de la curva de Laffer, con un déficit rondando el 10% en un entorno global de profunda recesión, piensen que se pueda evitar subir impuestos. Eso va a suceder. El dilema no es si sí o si no, las preguntas son: ¿cuándo, cómo, cuánto, quién?
Sobre el momento y la manera, ligados entre sí, mucho se debatirá y el planteamiento debería tener en cuenta a esos expertos que nuestro Presidente ignora. Monsieur Sarkozy, por ejemplo, ha decidido no subirlos ahora ( pero lo terminará haciendo, créanlo). El debate entre indirectos, directos, especiales, cotizaciones, inflación (que sí es un impuesto) es importante y complicado, pero hemos de dejarlo para mejor tratamiento en espacios más extensos y por mejores plumas.
En cambio, no podemos dejar que se minusvalore el cuánto y el quién. Unos ejemplos nos permitirán ser breves: ¿Cuánto dinero nos van a pedir para hacernos descubrir nuestra nueva masculinidad? ¿Cuánto para que se puedan abrir constelaciones de embajadas regionales? ¿Cuanto para promocionar el quéchua o rotular las calles de Perpiñán? ¿Cuánto para mantener ministerios, más que inútiles, desigualizantes? ¿Cuánto para subir a los funcionarios el 3,9%? ¿Cuánto para financiar acciones contra el uso de la lengua común de España? ¿Cuánto para subvencionar un modelo energético ruinoso y sectario? Y un largo etc... que rellenaría la enciclopedia británica. Pues para todo eso, mejor que no nos pidan nada. Es más, que no pidan hasta que hayan anulado o racionalizado esos gastos impresentables. La ciudadanía española ha demostrado ser muy solidaria y lo suficientemente preparada para entender que sin un esfuerzo en estructuras, empezando por el sistema financiero, no saldremos de la crisis. Está dispuesta a compartir sacrificios y arrimar el hombro. Pero no a pagar banquetes y bautizos que terminan destrozando el local. Porque lo más grave de todo ese despilfarro no es la falta de austeridad, es la inversión de recursos escasos (los nuestros) en acciones que van directamente en contra de lo que la ciudadanía necesita. En contra, incluso, del sentido común. A favor, eso sí, de intereses de poltrona (estatal, regional, local, todas valen..)
Y llegamos a ¿Quiénes son Uds. para pedirnos nuestro dinero? ¿Los que prometieron un nuevo modelo económico en el 2000, y hasta ahora? ¿Los que saben más que todos, todos los organismos internacionales? ¿ Los puntilleros de la unidad de mercado? ¿Los de la “Champion League”? ¿Los de “dónde dije digo, digo Diego” cotidiano? ...
Un gobierno, para subir impuestos, ha de tener confianza y credibilidad. Y de eso, andan muy escasitos nuestros próceres de izquierda y derecha cuando la crisis desenmascara todas las frívolas actitudes demagógicas y aprovechonas.
Una reforma fiscal que exige sacrificios se puede imponer coercitivamente frente a la repulsa mayoritaria y la desconfianza general. Pero no conviene, pues desencadena unos movimientos y unas energías de rechazo que son costosísimos y ruinosos en todos los órdenes: moral, social, económico, politico... Este tema de la subida de impuestos es otra de las áreas en la que se ve nítidamente, una vez más, que en este momento de emergencia diferencial que vive España, necesitada de unidad, confianza y motivación, es absolutamente deseable un pacto de Estado entre los partidos de ámbito nacional que devuelva confianza a la ciudadanía española, la vuelva a poner en el centro de sus preocupaciones y de las decisiones, lejos de encuestas y partidismos, y le sirva de ejemplo o, lisa y llanamente, le sirva. Si además, ese pacto de Estado se hiciese con otros políticos que los quemadísimos y poco fiables actuales, sería ya como ganar al póquer....

lunes, 29 de junio de 2009

Con las manos en la masa


Félix de Azúa en El Periódico de Catalunya


En esa inagotable base de datos que son las casi 2.000 páginas del monumental Cultura. El patrimonio común de los europeos, de Donald Sassoon (Crítica), hay una frase notable por su concisión: “Las masas de los años que siguieron a la primera guerra mundial eran cuantitativamente mayores que el pueblo de los románticos” (página 1179). Fue, en efecto, a partir de la Revolución rusa, la cual se solapó con la gran guerra, cuando el ya muy estropeado concepto de pueblo acabó su recorrido. Aunque todavía lo utilizan los sátrapas tipo Hugo Chávez y los clérigos con angustia nacional, lo cierto es que el pueblo ha desaparecido sin dejar rastro.

Bien es verdad que pocos años más tarde también desaparecería otra institución infectada de religión, el proletariado, fundida en esa otra noción más potente, la que mejor ha resistido las nivelaciones sociales, que es la de masa. Frente a lo que podía parecer durante los años dominados por el izquierdismo, cuando el término masa era despectivo y solía ir asociado a enajenación o alienación, en la actualidad no hay otro remedio que tomarlo como el más exacto descriptor de lo que hay, sin calificativos.
Imagino un novelista de los años 60 del siglo XX, uno de aquellos artesanos como Tomás Salvador, Alfonso Grosso o Torcuato Luca de Tena, construyendo personajes a partir de rasgos físicos más o menos labriegos, la indumentaria, los hábitos y el modo de hablar de las clases urbanas. Era lo más corriente, e incluso un poeta como Gil de Biedma sabía cuál iba a ser la identificación que produciría aquel verso inmortal: «Yo nací, perdonadme, en la época de la pérgola y el tenis». Imagino que estuvo a punto de escribir tennis, pero se contuvo. La mejor novela, en este aspecto, fue sin duda El Jarama, tan detestada por su autor, Rafael Sánchez Ferlosio, en la que todos y cada uno de los personajes reproducen las rarezas sintácticas y léxicas de su lugar de origen o de su oficio. Son notabilísimas las intervenciones de los guardias civiles, tras la muerte accidental de una muchacha. Un fenómeno de exactitud que ahorra al escritor insistir sobre los tópicos del tricornio.

Imagino ahora a
un novelista menor de 30 años tratando de definir a sus personajes. Se verá completamente perdido. Solo podrá utilizar voces íntimas, buceos en la subjetividad del carácter, introspección en primera persona, porque en lo físico y en el modo de hablar apenas quedan ya distinciones. La masa tiene una sola voz, viste de manera gregaria, carece de desacuerdos o identidades) y encima no los necesita.
La presente obsesión por esa gente a la que suele llamarse los famosos suaviza la angustia de que ya no existan personas distinguibles, aunque sean grotescos constructores que engordaron vendiendo secarrales, aristócratas tronados o prostitutas que posan como modelos de elegancia. Carne para melancólicos.
La masa, afortunadamente, es mucho más rigurosa y severa. Solo entre personas muy atadas a la cultura rural (sobre todo las que llevan poco tiempo de vida urbana) es donde se dan tanto la nostalgia de pueblo como de los personajes distinguidos. La masa, la cada vez más poderosa y cohesionada unidad social (que, por cierto, es un coloso comparada con el enano que analizó Elias Canetti), ha barrido la vida rural y la popular, pero también la que se daba durante el breve periodo de la lucha de clases y que aún pudo componer con gran acierto Juan Marsé.
Quizá por esta razón, las novelas que en la actualidad enlazan con un público masivo usan una escenografía llamada abusivamente histórica, pero que es en realidad el sueño de una sociedad con diferencias, con clases, con añorados señores y siervos. Los asuntos de templarios, de mahometanos cordobeses, de estirpes religiosas medievales, de herederos de amantes de Cristo, esquivan la imposibilidad de definir mediante el recurso al disfraz. Vestidos de templarios o sarracenos, el príncipe y la corista adquieren distinción.
A la hora de hacerles hablar, se puede recurrir a un lenguaje de trapo, de culebrón televisivo. El Papa renacentista y valenciano habla siempre en plural, aunque sea para decir: «Tenemos una calor que nos atufa».

No creo equivocarme si añado que cuanto mayor es la cohesión de la masa (y es a partir de Google y Wikipedia que la igualación reduce a la nada el monigote llamado intelectual, uno de los últimos fácilmente imitables), mayor va siendo el poder del Estado. La masa es un monstruo con vida propia en el que no cuentan los individuos, pero también es una ameba ciega, sorda y desnortada. De modo que el Estado va siendo requerido por los propios súbditos (cada vez más amasados) para que extienda sus tentáculos hasta los rincones más íntimos de su privacidad.
Es la masa la que exige al Estado que prohíba el tabaco, que dicte la ley seca en carretera, que impida a los padres intervenir en los abortos de sus hijas menores, que imponga el amor a himnos y banderas, que multe por escribir en una lengua, que señale los días (y horas) de fiesta, que ordene cómo fecundar a las mujeres o que asigne reglas a la copulación comercial. La masa es una, se sabe sola, y teme despeñarse sin el yugo del Estado. Cuando llegue el momento, se despeñarán juntos. Nos despeñaremos.

domingo, 28 de junio de 2009

Los que pasan del catalán


Jesús Royo Arpón en La Voz Libre




La teoría que atribuye la vigencia del catalán a su utilidad como discriminador social, es decir, como “criterio para formar la cola de la participación en los bienes sociales”, quizá no lo explica todo. Pero tiene la gracia de que da una explicación razonable a fenómenos sociales bastante curiosos.

Por ejemplo, la temperatura catalanista sube en los lugares centrales de la escala social, allá donde se establece el contacto –y el conflicto– entre los naturales y los inmigrados. En cambio, hacia los extremos de la escala, el 'hecho catalán' se mira más bien con indiferencia.

La más alta burguesía no necesita destacarse con la lengua. No compite con los castellanohablantes inmigrados. Se relaciona con naturalidad y frecuencia con las clases altas de las otras capitales de España. Su lengua, desde hace cien años o más, es el castellano (pero no el castellano chava del Makinavaja, ¿eh?). Yo diría que ese grupo ha ido perdiendo terreno en Cataluña, en parte porque el conflicto linguosocial se ha generalizado, y en parte porque las grandes fortunas han dejado de ser inamovibles.

Igualmente, en las capas más bajas, el lumpen –muy numeroso– es castellanohablante casi al cien por cien, y no manifiesta ninguna atracción por el catalán. No por nada, sino por economía de esfuerzos: tienen la cabeza totalmente ocupada con la obsesión de sobrevivir, de resolver el día de hoy. La inapetencia respecto al catalán se incrementa con el grado de marginación del individuo. ¡Y también con la edad! A la gente mayor de la inmigración, el pleito lingüístico no le da ni frío ni calor.

Eso significa que el 'problema de la lengua' es vivido por los castellanohablantes pobres con una intensidad proporcional a su esperanza de promoción personal. Los que no alimentan ninguna esperanza, bien por ser marginados, o bien por ser viejos, pasan.

sábado, 27 de junio de 2009

Fracaso

Ángel de la Fuente en El Periódico de Catalunya




La Generalitat ha hecho públicos hace unos días los desalentadores resultados de una prueba de competencias básicas para alumnos de sexto de primaria. Uno de cada cuatro niños catalanes termina el primer ciclo educativo sin haber adquirido las competencias básicas de lengua y matemáticas que le permitirían afrontar la educación secundaria con un mínimo de garantías de éxito. Las tasas de fracaso, además, son significativamente más elevadas entre los colectivos más desfavorecidos. El ascensor social que debería ser la escuela simplemente no funciona.
Esto confirma uno de los resultados clave de la investigación reciente en la economía de la educación: que tanto las causas como los remedios del fracaso escolar han de buscarse en los primeros años de vida. El aprendizaje es un proceso acumulativo que comienza muy pronto, en el que cada cosa tiene su tiempo y los inputs familiares son cruciales. Los niños que no adquieren en su momento las herramientas básicas para seguir aprendiendo van acumulando déficits de competencias que difícilmente tienen remedio más adelante.
La implicaciones son claras: tenemos que cogerlos a tiempo. Si queremos tener alguna posibilidad de compensar los efectos de las desigualdades socioeconómicas de origen, una escolarización muy temprana y de calidad es imprescindible. También lo son la detección precoz de los problemas de aprendizaje y su corrección mediante los adecuados programas de refuerzo en la educación infantil y primaria.
Después ya es demasiado tarde en la mayoría de los casos. De hecho, algunas de las medidas que se adoptan en secundaria para salvaguardar la igualdad de oportunidades no solo no funcionan sino que terminan empeorando las cosas. La principal es el itinerario único. Mantener juntos en una única aula hasta los 16 años a estudiantes con niveles de preparación y motivación y planes inmediatos muy distintos no ayuda demasiado a los más atrasados y suele traducirse en un menor nivel de exigencia. Seguramente no hace falta separar a los alumnos por centros, pero convendría al menos separarlos por aulas durante parte de la jornada.

jueves, 25 de junio de 2009

Feudalismo nacionalista


José Mª Carrascal en ABC


UNA de las mayores falacias que circula por España es que los derechos ciudadanos están mejor salvaguardados por un poder próximo que por un poder lejano; por las autoridades autonómicas que por las estatales. ¡Que se lo pregunten a vascos, catalanes y gallegos no nacionalistas! Los lazos de sangre, lengua y tradición son más fuertes que los constitucionales, que se ven socavados y violentados allí donde los nacionalistas ocupan el poder. Se trata de un regreso a la sociedad premoderna, en la que, al amparo de unos «derechos históricos», una casta se cree con derecho a detentar el poder para siempre. Cuando el Estado moderno no reconoce otro privilegio que el que emana de las urnas. Es el que garantiza la igualdad e imparcialidad constitucional: cada ciudadano, un voto, agrupándose luego como mejor les parezca. Sin que haya votos que valgan más que los demás.

Incluso en los Estados premodernos, predemocráticos, las villas que no podían serlo «por sí solas», preferían mil veces ser «villas reales», esto es, de la Corona, que villas de un señor, siempre más rapaz e injusto que el monarca, cuya autoridad se reclamaba para poner coto a las tropelías de ese poder inmediato. La Edad Moderna no es, a la postre, otra cosa que una larga lucha de los «burgueses», los habitantes de los burgos o ciudades, para sacudirse el señorío feudal, y pasar a la soberanía real, que la revolución convertiría en soberanía nacional, aunque a menudo los líderes revolucionarios se pasaran, creyendo saber lo que necesitaba el pueblo mejor que el pueblo mismo. Pero eso no niega la mayor: los derechos ciudadanos están mejor salvaguardados por una autoridad imparcial y distante, que por una inmediata, llena de compromisos. Aún hoy, la reacción primaria del español ante una injusticia inmediata es quejarse al Rey.

He necesitado este largo rodeo para explicar la aparición de un nuevo tipo de feudalismo en España que, presentándose como víctima despojada de unos fueros vetustos, exige sean restaurados como norma básica, por encima incluso de la Constitución. Cuando el Estado constitucional, moderno, democrático, ha venido precisamente a acabar con los viejos fueros no a reinstaurarlos. Pero óiganles hablar y véanles actuar como dueños del país y sus habitantes, y me lo confirmarán. En Galicia y País Vasco, el veredicto de las urnas los ha puesto en su sitio. Sin embargo, siguen reclamando, gimiendo, amenazando, sus actitudes favoritas. Antimodernos por naturaleza y antidemocráticos de oficio, su divisa no puede ser más mezquina: «Lo mío es sólo mío, y lo tuyo vamos a repartírnoslo». Pues tampoco renuncian al Estado para pedir. La oposición es el lugar que les corresponde. Allí, al menos, tendrán una razón válida de qué quejarse: la mayoría ciudadana no está con ellos.

miércoles, 24 de junio de 2009

Una sueca en el Parlamento catalán


Xavier Pericay en ABC

La señora Inger Enkvist estuvo hace ya algunos meses en el Parlamento de Cataluña, invitada por la Comisión de Educación. De cuantas personas comparecieron ante los miembros de dicha Comisión, ella fue sin duda la única que arrojó una luz externa, no contaminada, sobre el proyecto de ley de educación que sus señorías tenían entonces entre manos. Y es que Enkvist, como su nombre indica, no es de aquí. Nació en Suecia, en el reino de la socialdemocracia. Lo que no significa, claro, que sea socialdemócrata; basta escuchar lo que dice o leer lo que escribe para convencerse de ello. Pero, aun sin ser socialdemócrata, o precisamente por este motivo, Enkvist conoce a la perfección los resultados que las políticas educativas de los distintos gobiernos socialdemócratas han producido en su país. Y ese conocimiento, por lo demás, lo ha completado con el estudio de otros sistemas de enseñanza, entre los que se encuentra el español.

De ahí que, a propuesta del Grupo Parlamentario de Convergencia i Unió, fuera invitada a dar su opinión sobre el texto que la Cámara catalana está a punto de elevar a rango de ley. (Ya saben, el mismo que convierte «de iure» -puesto que en la práctica ya es así- la lengua catalana en la lengua única de la escuela.) Y dio su opinión, en efecto. En un castellano excelente -eso sí, la presidenta de la Comisión tuvo que pedir a los presentes que las preguntas, a ser posible, no se las hicieran en catalán-, Enkvist dijo a los diputados lo que la inmensa mayoría, sin duda, no deseaba oír. Para empezar, les dijo que el proyecto de ley que habían elaborado nada tenía que ver con los verdaderos problemas de la educación; que tenía que ver con otra cosa, pero no con lo que se supone que debería incluir una propuesta de esta naturaleza. Y que le sorprendía, en este sentido, encontrar en el texto una serie de medidas que no harían sino ejercer una coerción en los adultos en vez de aumentar la calidad del aprendizaje de los alumnos.

Pero les dijo más, mucho más. Por ejemplo, que no toda la inmigración es un problema, sólo la que se resiste a integrarse por razones culturales o religiosas. O que la inmersión lingüística puede terminar afectando a la calidad de los conocimientos. O que la pieza más importante del engranaje educativo, aquella que hay que mimar por encima de todo y a la que hay que destinar cuantos recursos sean necesarios, es el maestro o profesor. Y que, para ello, el mantenimiento del orden y el respeto a la autoridad -esas dos fórmulas tan malqueridas por nuestra «izquierda pajín»- son unos requisitos insoslayables. Y, con respecto a unas intervenciones que acababa de oír, insistió en que carece de sentido presentar la relación entre la escuela pública y la privada en términos de rivalidad; que se trata de un debate estéril, que una y otra son complementarias y que en su país, mira por dónde, la privada vino a suplir las deficiencias de la pública. Y aún añadió que le extrañaba que, en lo que llevaban de sesión, nadie hubiera aludido todavía a los resultados de los informes PISA, en los que España -y Cataluña en particular- ocupa un lugar tan bochornoso.

Con todo, lo más significativo de las palabras de Inger Enkvist sobre el proyecto de ley de educación catalana acaso fue la constancia con que sus consideraciones descansaban, una y otra vez, en la tozudez de los hechos. No era sólo que esas consideraciones estuvieran cargadas de razón, de pertinencia, de sensatez: es que además llevaban siempre consigo la carga de la prueba. Hasta tal punto la llevaban, que, mientras ella hablaba, los señores diputados -y cuando digo los señores también me estoy refiriendo, claro, a las señoras- ponían cara de asombro, cuando no de profunda aversión. Alguien les estaba cantando las cuarenta y no parecía que lo tuvieran previsto. Figúrense si estaban desarmados que alguno convirtió incluso el turno de preguntas en una exposición de motivos cercana al memorial de agravios. Poco importó que la supuesta causante de los agravios fuera también la persona invitada.
Y eso que lo que esta persona intentaba explicar a sus señorías era una pura obviedad. Para llegar a entenderlo y a compartirlo, bastaba con ser algo permeable, con no cerrarse en banda. Juzguen, si no. Según Enkvist, todo nuevo método educativo debería gozar, a priori, del beneficio de la duda. Por descontado, no vale cualquier cosa. En lo que se propone, han de poder entreverse algunos visos de realidad. Pero, a poco que lo propuesto parezca factible, jamás debería descartarse a priori. Ahora bien, de la misma manera, cuando un método ha pasado ya la prueba de la realidad y no ha funcionado, es inútil empeñarse en mantenerlo. Más vale desecharlo y buscar uno nuevo. Tan absurdo resulta plegarse a ciertos prejuicios para no acometer determinadas reformas como obstinarse en conservar una práctica fracasada e inconveniente por el simple motivo de que está inspirada en valores presuntamente incontrovertibles.

De la primera de esas absurdidades, la propia Enkvist ofreció un ejemplo en su intervención. Respondiendo a una sugerencia de la propia Comisión, dedicó la mayor parte de su tiempo a hablar de la llamada educación diferenciada, la que opta por separar a niños y niñas en aulas o centros distintos. Tras advertir que en Suecia ese tipo de educación no existía, aportó varias estadísticas relativas a diferentes escuelas del Reino Unido -en las que se observaba la primacía, en lo referente a resultados, de las escuelas que la practicaban- y de Estados Unidos, donde la experiencia en barrios marginales había dado asimismo buenos frutos. Y, a continuación, no pudo por menos que mostrar su perplejidad ante un texto como el del proyecto de ley que no incluía ningún instrumento que permitiera alcanzar un nivel de calidad y prohibía en cambio, de forma expresa, un método, el de la educación diferenciada, de cuyos resultados pedagógicos nadie podía objetivamente dudar.

En cuanto a la segunda de las absurdidades, la experta sueca ni siquiera necesitó recurrir al texto que había sido sometido a su consideración. Con apelar a su experiencia tuvo suficiente. Y es que no existe seguramente ejemplo más revelador que el de la evolución de la enseñanza en Suecia. En una sociedad con una larga tradición pedagógica y un nivel de conocimientos de los más altos del mundo, en los años setenta del siglo pasado empezaron a desarrollarse políticas educativas basadas primordialmente en la igualdad. Como consecuencia de ello, el nivel de los estudios fue bajando poco a poco, al tiempo que iba aumentando la conflictividad. Aun así, los gobiernos socialdemócratas siguieron en sus trece, negándose a introducir cambio alguno en el sistema educativo, como si la realidad, decididamente, no fuera con ellos. Tuvo que acceder al poder, hace tres años, un gobierno de centro derecha para que pudiera plantearse en Suecia una reforma en profundidad del modelo.
Aun así, lo normal es que en el Parlamento catalán acabe prevaleciendo el absurdo. Es decir, que a Inger Enkvist y a sus razones no les hagan el menor caso. De lo contrario, ni Cataluña sería Cataluña, ni España, ¡ay!, sería ya España.

martes, 23 de junio de 2009

Nacionalistas groseros


Germán Yanke en Estrella Digital.


A una parte del PNV, como quedaba patente ayer en las páginas de El País, le ha molestado que Francisca Hernández, viuda del inspector Eduardo Puelles, asesinado por ETA, hablara al final de la manifestación de protesta encabezada por el lehendakari Patxi López. A un lado la grosería del tono de estas declaraciones ("supongo que estaría sedada a tope"), la molestia fundamental es la deslegitimación de los violentos, ya que el reproche a la viuda es haber "mezclado todo" al referirse a las familias de los presos de la banda y al lehendakari el tono de un discurso que pretendía "levantar a la gente".

A la grosería y a la falta de compasión ha de añadirse, a la vista de este punto de vista, el fondo político de la posición de una parte del nacionalismo vasco. Una parte, sí, pero es la que, hasta ahora, ha chantajeado el proyecto de su partido con Ibarretxe encabezando la opción y los planes soberanistas, con la amenaza de escisión en el PNV y el empeño actual por seguir examinando cómo se arbitra el entendimiento entre nacionalistas incluyendo a los dependientes y colaboradores de ETA. Francisca Hernández no mezcló nada. Dijo que los presos de la banda eran asesinos y no "presos políticos", por lo que no tenía ningún sentido que, basándose en esa falsedad, algunas familias o asociaciones de ellas pidieran dinero público para viajes o actividades. Una evidencia y una reclamación más que justa. Quienes las nieguen son, a la postre, los que están sedados por el fanatismo hasta el punto de ni ver la realidad ni atisbar la justicia.

En esta lamentable crítica late la consideración de que en ETA hay un "fondo político" que debe ser tenido en cuenta. Sería el hilo para, a la vez que se condena la violencia, se reclama la negociación, la "salida dialogada", etc. Coincide por eso con el absurdo reproche al nuevo lehendakari según el cual el llamamiento a la sociedad vasca produciría desasosiego y frustración ya que los ciudadanos nada pueden contra un terrorismo que no podrá ser vencido y al que hay que buscar un camino para que "deje de matar". La vieja tesis de que ETA es invencible sirve de disculpa para las propuestas negociadoras y, en el fondo, de reconocimiento de que el nacionalismo no puede ser el que algunos quieren que sea sin tener a la banda terrorista en el escenario.

La descripción de esta posición política, que viene ratificada una y otra vez con declaraciones de sus protagonistas, es escalofriante. Es el elemento principal de una batalla interna en el PNV en la que los más razonables han terminado siendo los más pusilánimes y se han dejado arrebatar, aunque conserven en algunos casos el poder teórico, el vocabulario y la estrategia. Pero el único fondo de ETA y de sus alias es el totalitarismo violento, y la única verdad es que para vencerla, que es perfectamente posible, hace falta que la ciudadanía acompañe en la deslegitimación y el aislamiento la acción de la Policía y los jueces. Y corresponde, por tanto, a la sociedad vasca reclamar al PNV que, por encima de sus cuitas de familia, se coloque de verdad del lado de las víctimas y de la libertad y los derechos humanos. Quizá es eso lo que asusta a una parte del PNV, que la sociedad vasca, puesta en pie como quiere el lehendakari López, se lo demande seria y contundentemente.

domingo, 21 de junio de 2009

Pido un ERE para el Gobierno


Antonio Burgos en ABC

Hay dos cifras de nuestra economía que todos los españoles nos sabemos de memoria: el número de parados y lo que ha costado el fichaje de Cristiano Ronaldo. Sería muy de desear que nos supiéramos de memoria también otra cifra más reveladora aún: el número de expedientes de regulación de empleo que ha habido en España y los cientos de miles de trabajadores que han puesto de patitas en la calle.
Tengo entendido que las autorizaciones de los EREs eran antes exigentísimas. Conozco más de un negocio que antes de que llegara la crisis se fue al garete porque habiendo pedido la regulación de empleo para poder sacar adelante la empresa, le fue denegada, y por no dejar sin pan a diez trabajadores quedó en la ruina toda la plantilla y completamente tiesos los accionistas. Ahora, por el contrario, para los EREs deben de dar aprobado general, por curso. Pienso así a la vista de cómo proliferan, y cómo van cayendo las torres más altas de las marcas más consolidadas, de las empresas hasta ahora más solventes.
Pero hay una parte de España a la que, ay, no le llega el ERE de ninguna de las maneras. Y cuando alguien osa presentar un expediente para que así ocurra, es inmediatamente rechazado. Me refiero a la clase política. Lo más sangrante de la situación social en España es que entre los cinco millones de parados no hay un solo político, un solo concejal, un solo diputado, un solo parlamentario autonómico, un solo subsecretario, un solo director general, un solo director de área (o de hectárea). La industria, la agricultura, el comercio, se adaptan con sangre a las nuevas realidades de la economía, pero la superestructura política permanece como si continuáramos amarrando los perros no con longaniza, sino con caña de lomo de Guijuelo o de Cumbres Mayores. ¿Cuántos asesores de la Moncloa ha sido regulados de empleo en vista del topicazo que repiten en las tertulias, esa imbecilidad de «con la que está cayendo»? Ninguno. Al revés: cada vez hay más asesores. ¿Cuántos cargos de confianza han sido suprimidos en las autonomías o en los ministerios? No hay noticia. ¿Y cuántas empresas públicas han sido lisa y llanamente cerradas, porque son en su mayoría una absurda y carísima duplicidad del organigrama de la Administración? Ninguna. No hay noticia de que la Empresa Pública de las Paparruchas haya sido cerrada o que haya sido suprimida la Empresa Pública de Chorradas Varias, que muchas por el estilo, o más inservibles todavía, hay en el gobierno central y en los autonómicos.
El canto de la gallina lo ha dado el partido gobernante en el Congreso. En un súbito ataque de sentido común, Izquierda Republicana de Cataluña presentó en el Congreso de los Diputados una moción para suprimir los ministerios de Cultura, Vivienda e Igualdad. Ya saben ustedes qué le dijeron: «Rafaé, ¿quiés café?». Hubiera sido el máximo ejemplo de coherencia entre la predicación de las soluciones contra la crisis y el reparto de trigo para su remedio. Hubiera sido una maravilla. ¿Ustedes se imaginan que Bibiana Aído se hubiera ido a su pueblo, deshaciendo la peligrosa igualdad entre lo útil y lo inútil que ahora consagra su ministerio? ¿Se imaginan que la casi inédita Beatriz Corredor hubiera corrido hacia la supresión de un ministerio tan superfluo como el suyo Vivienda? Corto me parece que se quedaron los de ERC, porque habría que seguir insistiendo en la inutilidad de un Ministerio para una Sanidad transferida en toda España a las autonomías. Y de las tres vicepresidencias del Gobierno, ni te cuento. Estando Teresa Fernández de la Vega, ¿para qué sirven los otros dos vicepresidentes?
Por una vez y sin que sirva de precedente somos muchos los españoles que pensamos igual que ERC y que también pedimos un ERE para el Gobierno.

viernes, 19 de junio de 2009

Teatro, puro teatro.


La opinión de José Manuel García Bravo, Concejal de C´s en Sant Andreu de la Barca.


El proyecto ejecutivo de marzo de 2006 que determinaba cómo se debía construir el nuevo Teatro Municipal no tuvo en cuenta la existencia del Canal Sedó.

Por hacer esta afirmación en el pleno del ayuntamiento de Sant Andreu de la Barca, reiterada en varias ocasiones en esta columna de opinión política, he sido descalificado tanto por el Alcalde del municipio como por el Teniente Alcalde de Urbanismo.

Siempre he defendido que el ayuntamiento estaba ocultando algo. Ocultaron la existencia de informes municipales, de noviembre de 2007, que determinan que los redactores del proyecto no recibieron la información municipal adecuada sobre la existencia del canal y por ello no se tuvo en cuenta en su redacción. Ocultaron la existencia de un nuevo proyecto ejecutivo redactado y presentado, en febrero de 2009, por los arquitectos encargados del proyecto que modificaba el de marzo de 2006. Lo ocultaron y lo continúan ocultando.

Continúan ocultando que se ha llevado a cabo una modificación de los cimientos, alterando el proyecto ejecutivo de marzo de 2006, ya que la cimentación contemplada en su momento hacía inviable su construcción. Continúan ocultando el coste real de construcción del nuevo Teatro, que no será el final ya que todavía no se ha contemplado ni el mobiliario interior ni la puesta en funcionamiento anual de este faraónico proyecto.

Pues bien, les digo que el proyecto ejecutivo modificado existe, que está en poder del ayuntamiento aunque oculto, y que se ha pagado la modificación del proyecto en lo que se refiere a la adecuación de los cimientos a la existencia del Canal Sedó.

Por si no había suficientes pruebas, ya denunciadas en su momento, ahora aparecen nuevas como por ejemplo una factura de 2 de junio de 2008 presentada por B01-Arquitectes SCP en concepto de honorarios correspondientes a la modificación de los cimientos llevada a cabo por la empresa OMA S.L.

Esta factura con cargo al presupuesto municipal, concretamente a la partida 46-432-22706, se pagó en fecha 6 de noviembre de 2008 con el visto bueno municipal. Esta factura no debió pasar por registro de entrada del ayuntamiento ya que desde febrero de 2008 este grupo municipal ha venido reclamando los escritos presentados tanto por la empresa B01 Arquitectes SCP, encargada del proyecto, como por Corsan-Corviam Construcción SA, encargada de las obras, y en ningún momento han informado a este grupo municipal de la existencia de esta factura. Tampoco se ha reflejado esta circunstancia en ninguna de las actas de la Junta de Gobierno Local.

Por todo ello, y para liberarnos de una gestión urbanística negligente, este grupo municipal exige la dimisión inmediata tanto del Alcalde como del Teniente Alcalde de Urbanismo.

Que pasen un feliz Sant Joan y extremen las precauciones en el uso de los petardos.

jueves, 18 de junio de 2009

Un minuto, señorías.



Ignacio Camacho en ABC

Con el debido respeto y si no es mucha molestia, si no perturba demasiado sus urgentísimas obligaciones prioritarias, si lo tienen a bien, si no les incomoda mucho, si no les causa estrés, si les viene de mano y no les interrumpe la siesta, sus señorías los miembros del Tribunal Constitucional acaso deberían un día de éstos tener la bondad de reunirse para, aprovechando que ya no va a haber elecciones en año y medio largo, ultimar el recurso del Estatuto de Cataluña, sentenciarlo y firmarlo de una puñeterísima vez. Eso siempre que no tengan nada mejor que hacer, faltaría más, que ya se entiende que han estado muy ocupados en los últimos casi tres años, que a unos espíritus tan selectos no se les puede meter prisa y que se trata de un asunto extremadamente delicado que requiere de una serena y reflexiva ponderación incompatible con cualquier género de precipitaciones. Pero sería estupendo que encontrasen el hueco, ahora que llega el verano, para hacer la merced de evacuar ese expediente tan complejo y poderse tomar las vacaciones que su ardua dedicación jurídica y su irreprochable diligencia merecen. Siempre que sea posible sin quebrantos, claro está; tomándose su tiempo, que no es cosa de ir con apremios ni urgencias.

Si hallasen el momento tan ilustres próceres, la sentencia podría acaso aclarar el enredo de la financiación autonómica antes de que el presidente Zapatero la resuelva, como prometió ayer en El Prat, por cuenta propia y riesgo ajeno, ya que resulta del todo impensable que el jefe del Gobierno disponga al respecto de información privilegiada; esos honorables juristas no permitirían jamás una declinación tan improbable de su independencia. El lapso estival acolcharía la previsible controversia del fallo, y las instituciones autonómicas catalanas, y en su caso las nacionales españolas, podrían al fin disponer de un marco al que atenerse para desarrollar la arquitectura territorial del Estado.

Todo ello aun el caso de que, como sostienen algunas mentes malpensantes, la sentencia acabe discurriendo por cauces contemporizadores y efectúe encaje de bolillos en torno a las cuestiones más trascendentes de la bilateralidad institucional, la lengua o el reconocimiento de la nación catalana. Incluso en esa hipótesis más o menos resignada, la resolución del recurso vendría a acabar con la provisionalidad del encaje político de Cataluña en España, sometido en los últimos tiempos al capricho de una clase dirigente poco diligente y sumida en un profundo autismo de complacencia. El pronunciamiento del Constitucional resulta imprescindible para marcar, aunque sea en medio del partido, las reglas del juego. Pero para ello es necesario que sus abrumadas señorías tengan a bien buscar, en medio de su azacaneado trajín, un ratito para ocuparse de esta minucia. Sin prisa alguna, por supuesto, no vayan a precipitarse.

lunes, 15 de junio de 2009

Cataluña, en el centro del debate político


Fernando González Urbaneja en Estrella Digital.


La carpeta del Estatuto catalán viene desde la anterior legislatura, uno de esos asuntos que se complican solos. Zapatero imaginó tras sus imprevistos éxitos electorales que podía pasar a la historia por ser capaz de resolver problemas crónicos enquistados, pero ocurrió todo lo contrario. Fracasó en la negociación con los terroristas de ETA y también en las reformas estatutarias que no eran reclamadas por la opinión pública y en las que se embarcó con sorprendente ligereza. Y de paso se empantanó en una reforma de la financiación autonómica que puede ser necesaria pero que requiere fortaleza política del Gobierno central, algo que hoy está lejos de ser real.

El Tribunal Constitucional se sostiene en situación de prórroga desde hace más de un año (lo cual es una vergüenza institucional) por voluntad de los dos grandes partidos y así seguirá mientras no dé salida al recurso de inconstitucionalidad del Estatut que en su día presentó el PP.

Ahora, ni al Gobierno ni a la oposición, ni a los grupos catalanes, les interesa mantener esta situación eternamente. Ni tampoco a los agotados magistrados del Constitucional, que ya han debatido todo lo debatible y que tienen preparado el redactado de la sentencia pendiente sólo de decisiones últimas que pueden ser relevantes pero a las que únicamente les falta determinación por parte de los magistrados.

Despejado ese problema que producirá ruido unos días, la siguiente carpeta es la de la financiación autonómica, que el Gobierno quiere concluir antes de las vacaciones de agosto. Para el debilitado Zapatero, cerrar estos dos temas es una condición necesaria para encarar el próximo curso. Y empantanarse en ellos sería como dar pasos decisivos hacia el fracaso de la legislatura y el adelantamiento de las generales, incluso para simultanearlas con la catalanas, previstas para el otoño del próximo año.

Zapatero visitará Barcelona esta semana para inaugurar la nueva terminal 1 del aeropuerto de El Prat; una de las obras públicas financiadas por el Estado central que tienen carácter tan emblemático como lo tuvo el AVE en su día. La cuestión ahora será el buen funcionamiento del aeropuerto desde el primer día, mejorando lo que ocurrió en Barajas cuando se puso en marcha la T4. Y pasadas unas semanas se inaugurará también la desaladora de El Prat, que ha superado las pruebas de puesta en marcha y que evitará problemas de suministro de agua potable a la capital catalana para muchos años.

Cataluña entra como un cohete en la agenda política para aliviar tensiones internas en el socialismo y para abrir nuevas posibilidades de entendimiento entre los partidos, sin perder de vista a los populares, que quieren salir del rincón.

sábado, 13 de junio de 2009

Si perdiera la memoria ¡qué pureza!


Félix de Azúa en El Periódico de Catalunya


Este verso de Pere Gimferrer, verso que fuera famoso entre los estudiantes de hace treinta años, me ha venido a la memoria (ahí está el punto) tras escuchar la curiosa anécdota que me contaba un colega del departamento. Póngase en su lugar. Hablamos de estudiantes de arquitectura de cuarto curso. Unos gañanes. El profesor describe la construcción de las ermitas románicas y su notable riqueza técnica, se detiene un momento en la ornamentación y da unas someras explicaciones sobre la simbología del pantocrátor que preside el ara con rigor cejijunto. Señala al Cristo fiero y los adláteres.
A la salida se le aproxima un muchacho que, llevado por la curiosidad, le pregunta: «Oye, el Cristo ese del que hablabas, será el de los cristianos, ¿no?» Mi amigo, habituado a la ingenuidad juvenil y a su inocencia en materia de conocimientos, confirma la suposición del chaval («¡Ah, me lo imaginaba!», añade el chico) y luego, como para completar el asunto, le pregunta: «¿Y ya sabes en qué siglo nació?» El estudiante duda unos momentos y luego, con abierta franqueza, responde: «No, no lo sé, ¿en el siglo VII?»
Lo conmovedor de esta escena, que no es la más sintomática que hemos vivido este año, no reside en la ignorancia del muchacho, la cual debe ser atribuida a sus profesores, a sus padres y por encima de todo a los sucesivos ministros de Educación, sino en la sublime paz interior que ostenta. En efecto, situar el nacimiento de Cristo más o menos siete siglos después de muerto me parece algo sensacional. ¡Librarse de una vez y para siempre de toda la tradición occidental! ¡Carecer de historia, de conciencia temporal, de pasado, de referencias, de modelos! Se entiende, claro, la necesidad imperiosa de estas criaturas, su obsesión por conseguir una identidad y a poder ser una identidad colectiva que haga de la vida un desarrollo del botellón.
Porque, en efecto, no hay mayor pureza que la que se alcanza con la anulación de la memoria tras el paso por los sucesivos mataderos estatales del conocimiento. Una pureza, por así decirlo, aria.

jueves, 11 de junio de 2009

Ensaimada ensimismada


Arcadi Espada en El Mundo.

La abstención en Cataluña ha alcanzado su máximo histórico. Un 62,4 del censo no fue a votar. Cifra apoteósica. Seis puntos por encima de la media europea y nueve de la española. Al nivel del euroescepticismo británico y de la profunda crisis política holandesa. Y en franca aproximación a las animadas democracias del Este de Europa, en especial las bálticas, que no en vano subrayaron muchas veces los nacionalistas hasta qué punto eran modelos para Catalunya. Apoteósica, pero no esporádica. En las anteriores europeas la abstención fue del 60,2. En el referéndum sobre el Tratado de la Constitución, del 59,4. Y en la votación sobre el Estatut, aquella necesidad largamente sentida de la patria, del 51,1. Este es el balance de participación política que ofrece la gestión de la izquierda nacionalista. Importantísimos proyectos de construcción local o europea se han saldado con el disenso pasivo de más de la mitad del censo de votantes. Pasivo… Es bastante probable que a partir de ciertos niveles de abstención sólo quepa hablar de disenso activo, reforzado por el casi 3 por ciento que votó en blanco.

El cinismo bien retribuido, tan poderoso en el establishment catalán, se pondrá a hablar de esta desafección política en términos de líquida posmodernidad. Lo requiere el líquido. Pero hay dos cadáveres que siempre acaba devolviendo la playa. El primero corresponde al nominalismo izquierdista al que acude el gobierno de don José Montilla con puntual obscenidad electoral y que esta vez se ha manifestado en una de las campañas más grotescas de la democracia: ¡quién iba a decirle al pobre Chirac que, a estos efectos de espacio y tiempo su cara engalanaría el pim, pam, pum verbenero del socialismo catalán! Pero el alto y sofisticado proyecto de un corte de mangas a la derecha tampoco es capaz ya de implicar a los votantes. Ni mediante el hooliganismo la izquierda catalana ha sido capaz de crear una comunidad política de ciudadanos.

Luego está la propia Europa. El tema de Europa. Es uno más, aunque destacado, de los cuentos que Catalunya se ha explicado a la vera de la lumbre. El europeísmo. Catalunya fue muy europeísta cuando bastaba con decirlo, sin más hechos. O cuando Europa era una posibilidad de desagregación: mera forma refinada de antiespañolismo. Ahora que Europa existe, que es trámite y papeleo, entidad y esfuerzo, discusión y réplica antes que macerada niebla romántica, ahora que es unificación, a Catalunya ha dejado de importarle Europa. Como todo lo que no sea la ensaimada ensimismada (Juaristi lo llamó “bucle melancólico”, pero el mío lleva manteca) que luce desde hace décadas a modo de privilegiado cráneo colectivo.

¿Por qué no votan los catalanes?


Francesc de Carreras en La Vanguardia.


La participación en España ha sido del 46%, un poco más alta que en las pasadas europeas y tres puntos por encima de la media continental. En Catalunya, en cambio, la participación ha sido mucho menor, sólo el 37,5% de los ciudadanos ha ido a votar: casi ocho puntos menos. Esta cifra se sitúa en la banda baja europea, aquella en la que figuran países sin tradición ni democrática ni europeísta.

Del conjunto de comunidades autónomas, sólo en Baleares se ha votado algo menos que en Catalunya. Además, 57.000 catalanes depositaron su papeleta en blanco, lo que resulta ser el 3% del censo, cinco veces más que en las europeas anteriores, un porcentaje también mucho más alto que en el resto de España. Si la abstención significa desidia, el voto en blanco es una forma consciente y explícita de censura a los partidos. Sumadas abstención y voto en blanco, sólo el 34,5% de los catalanes fueron a las urnas el pasado domingo. Aquí pasa algo.

Esta bajísima participación en Catalunya no debería, sin embargo, sorprendernos. A excepción de las elecciones generales, viene de lejos. Se trata de una tendencia consolidada desde siempre en las elecciones autonómicas, creciente en las municipales y claramente visible en el referéndum del nuevo Estatut, según sus partidarios aquel clamor reivindicativo del pueblo catalán que, en el momento de la verdad, produjo la abstención de más de la mitad de los catalanes, a los que hubo que añadir 137.000 votos en blanco y que fue aprobado tan sólo por el 35,7% del censo electoral.

Los diputados en el Parlament de Catalunya aprobaron el proyecto de Estatut con un 90% de votos favorables, al final el ciudadano los ratificó en las urnas con este exiguo 35,7%. La brecha entre el ciudadano y nuestros políticos se hizo ya entonces evidente y se ha ido acentuando después. Lo viene a ratificar el Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat, que el viernes pasado hizo público el índice de satisfacción política en Catalunya, llegando a la conclusión de que un 86,8% de los catalanes están políticamente insatisfechos. Todo cuadra.

Todo cuadra menos la despreocupación de los políticos por estos datos. Los dirigentes socialistas –el PSC ha tenido un millón de votos menos que en las generales de hace un año y 200.000 menos que en las anteriores europeas– se apresuraron la misma noche electoral a sacarse las responsabilidades de encima: Miquel Iceta dijo que le "extrañaba" mucho la abstención dada la tradición europeísta de Catalunya y del catalanismo, Montilla insinuó que la culpa era de Zapatero porque no se había llegado a un acuerdo en financiación.

Anteayer, el portavoz del Gobierno catalán, señor Ausàs, fue rotundo: "Los incumplimientos de las leyes no ayudan a la participación y contribuyen a la desafección política". Al ser requerido sobre cuáles eran estos incumplimientos no dudó en señalar directamente: el retraso en el nuevo sistema de financiación y en el despliegue del Estatut. La culpa, ya lo sabemos, siempre la tiene Madrid.

¿Realmente creen estos personajes lo que dicen? ¿Por qué no se miran en un espejo? Lo siento, pero no me puedo creer que piensen lo que dicen. Saben perfectamente lo mal que lo están haciendo. Lo leen cada día en las páginas de los periódicos. Al no admitir responsabilidades simplemente está disimulando su inutilidad.

Los ciudadanos catalanes se enteran por la prensa de que el cuarto cinturón de Barcelona no se construye porque lo impiden desde hace diez años los sucesivos gobiernos de la Generalitat. Ahí no hay falta de recursos porque esta autovía la paga el Estado. Los ciudadanos también saben que la conexión eléctrica con Francia tampoco se lleva a cabo –y cualquier día volverá a producirse un gran parón– porque también se opone la Generalitat. Y también la paga el Estado.

La Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona impidieron hace diez años que el viejo edificio del Born se convirtiera en una gran biblioteca pública, también financiada por el Estado, porque debía convertirse en un gran mausoleo histórico donde se veneraran los destrozos que causó Felipe V al dejar a Catalunya sin libertades tras derrotarla el 11 de septiembre de 1714. Esta falacia histórica la mantienen nuestras reaccionarias izquierdas oficiales.

Pues bien, en estos momentos, no tenemos ni nueva biblioteca, ni mausoleo. Nada se construye, el edificio del Born se deteriora. Inutilidad total.

Todo esto, y mucho más, es lo que saben los ciudadanos y si no lo saben se lo imaginan. Por eso no van a votar. Y también saben los ciudadanos, por ejemplo, que el señor Carod se desplazó a Ecuador para entregar un millón de euros para la protección de las lenguas indígenas de aquel país en un viaje de tres días que costó 43.666 euros al erario catalán, que esto no lo paga Madrid. Todo esto, y mucho más, es lo que saben los ciudadanos y si no lo saben se lo imaginan. Por eso no van a votar. No por la financiación y el Estatut.

Menos mal que la conselleria que dirige el señor Joan Saura tiene asignados en el presupuesto de este año 18 millones de euros –tres más que el año pasado– para fomentar la participación de los ciudadanos en la vida pública. ¡Menos mal! ¡Qué éxito! Si no fuera por estos millones nadie habría ido a votar.

miércoles, 10 de junio de 2009

Va en serio.


Alfonso Ussía en La Razón.


Me lo tomé a broma meses atrás. Pero va en serio. Carod-Rovira va completamente en serio y es de indeseables y anticatalanistas criticar sus gastos de viaje cuando los resultados de los mismos son tan prometedores y concluyentes. ¿Qué significan para los contribuyentes de Cataluña 1.043.663 euros? Mucho, si el gasto no se justifica. Pero nada, si el desembolso de hoy se convierte en una mina de riqueza cultural para el mañana. Y eso, sólo eso, es lo que hace Carod-Rovira en sus viajes, que tampoco han sido tantos, veinticinco, llevando y explicando las reivindicaciones de Cataluña por el mundo. En los Estados Unidos todo salió bien, pero se equivocó de día. Un problema de agenda. Inauguró la pequeña embajada de Cataluña el mismo día y a la misma hora que Obama juraba y tomaba posesión de la presidencia de los Estados Unidos. Y sobraron canapés. Pero no es el viaje a Nueva York el que inspira este texto. Ese millón largo de euros que han pagado los contribuyentes catalanes ha llegado a los bolsillos de don Luis Kuash. Don Luis Kuash podría ser perfectamente, de acuerdo con la fonética, un delegado de la Generalidad en cualquier parte del mundo, e incluso, un vicepresidente del «Barça». Me imagino la noticia: «Luis Kuash asegura que Kaká no jugará en el Real Madrid». Pero no. Don Luis Kuash es el jefe de tribu amazónica de los «shuar», que habita en las selvas del Ecuador. La visita de Carod-Rovira a don Luis y los de su tribu, forma parte del interesantísimo «Proyecto Sasiku» de la Generalidad de Cataluña, consistente en intercambiar culturas y voluntades. Me tomé a broma, insisto y me arrepiento de ello, la visita de Carod-Rovira a los «Shuar», que culminó con la entrega de una lanza milagrosa por parte de don Luis a don Josep Lluis. Además del millón de euros que don Josep Lluis entregó a don Luis, los gastos del viaje ascendieron a 43.663 euros. Una minucia si nos centramos seriamente en el porvenir. El idioma de los «shuar» ha perdido adeptos, incluso entre los «shuar», y Cataluña no está dispuesta a permitir que esa joya de la comunicación entre las tribus del Amazonas pierde fortaleza y vigencia. El «shuar» es una idioma que interesa vivamente a la juventud de Cataluña por una extraña coincidencia que a Carod-Rovira le emocionó. Chaparrón, en catalán, se dice «chafat», y en el idioma shuar, «Achafatú». Este hallazgo, justifica de por sí el millón de euros entregado a don Luis Kuash y los cuarenta y tres mil del viaje de Carod. Pero no queda ahí la cosa. En la temporada seca, los shuar imploran a sus dioses la llegada del agua. También se hace en España, y basta recordar la petición rimada a la Virgen de la Cueva: «Que llueva, que llueva…». En catalán, esa solicitud se dice «que plovi, que plovi», y en shuar, –y lo que me dispongo a escribir es de una extraordinaria importancia–, la petición a los dioses se inicia con un «a plivú, a plivú», lo cual despeja todas las dudas posibles y probables.
Mi enhorabuena a Carod-Rovira, que padeció de mis ignorantes bromas, por contribuir de manera tan efectiva y barata al desarrollo del idioma de los «shuar», tan unido al catalán en algunas de sus voces y expresiones. No hay derroche en sus viajes. Los medita, los mide y los cumple con brillantez. Otra cosa es que muchos catalanes no compartan su visión del futuro y de la unión de las culturas. Allá ellos.