domingo, 20 de marzo de 2011

jueves, 10 de marzo de 2011

¡Están locos, esos galos!

Jordi Mercader, el que fuera jefe de prensa de Maragall critica en El Periódico de Catalunya a los guardianes de la lengua catalana.


Cada vez que uno de esos maravillosos jugadores del Barça recién llegados de países lejanos pronuncia unas breves y tópicas palabras en catalán, muchos lo celebran como si se acabara de dar un paso de gigante en el reconocimiento internacional de nuestra lengua, aunque no vuelva a pronunciar una interjección catalana nunca jamás. Pero cuando el presidente del club que paga a esos mercenarios millonarios pronuncia unas frases en castellano en el Congrés de Penyes, como deferencia a los participantes que no viven en Catalunya, entonces aparecen los santones que guardan las esencias por su cuenta y amonestan a Sandro Rosell.
Rosell ingresó en Òmnium Cultural en pleno periodo electoral barcelonista y a pocos días de la multitudinaria manifestación independentista. La reprimenda al socio dicen que fue amable, pero convenientemente filtrada para que todos tomemos nota de lo que les pasa a los desviacionistas; y viene a cuento porque dentro de unas semanas se celebrará el encuentro mundial de peñas azulgranas en San Sebastián y no sea que al presidente del Barça se le ocurra repetir la concesión.
Imagino que para esta próxima ocasión se cuidará Rosell de disponer de traducción simultánea, pero si no lo hiciera y hablara en castellano o en inglés, ¿sería Sandro un mal catalán y un pésimo presidente del Barça, por así hacerlo? Naturalmente que no, digan lo que digan los que simplifican la pervivencia de la nación con el monolingüismo. Más bien aparecería ante el mundo mundial como un catalán inteligente, educado y cosmopolita, cosa que también nos vendría bien.

El catalán tiene derecho a un trato preferencial como el que le dispensan las leyes para garantizar su salvaguarda. Lo que no se merece el país es el celo de ciertos guardianes, que acabará por vapulear nuestra vieja identidad de tierra de libertad. No vayamos a ingresar en los anales del cómic con una historieta en la que los locos no son los romanos, sino los galos.

jueves, 3 de marzo de 2011

No se puede ser nacionalista y socialista

Jesús Royo en La Voz Libre.




Porque el resultado es: nacionalsocialista. Hitler ya lo probó en Alemania,con el éxito de todos conocido. Y lo mismo Fidel Castro, que con las soflamas nacionalistas intenta justificar la miseria –miseria igualitaria, faltaría más –del pueblo cubano. Eso, y el miedo, todo hay que decirlo. El socialismo se rige por el principio igualitario: todos debemos contribuir con nuestro trabajo a la prosperidad colectiva, y ésta debe repartirse equitativamente según las necesidades de cada uno. En cambio, el nacionalismo nace del principio jerárquico y aristocrático: nosotros somos mejores que los demás, y por eso nos corresponde el mando y la parte del león. "Si parla en català, Déu li don glòria", "Les français d'abord", "Primer de tot, Catalunya", "Soy andaluz, casi ná", "España, lo único importante": todo son variantes de lo mismo, la distinción entre propios y extraños, que corresponde a la distinción entre buenos y malos, aptos e ineptos. Distinción que al final se resuelve en la reclamación de un privilegio, una prioridad, un chanchullo para mí o para mi familia. El derecho a no ser como los demás, a no hacer cola, vaya. El caso Millet es el paradigma, el fruto necesario del árbol venenoso del nacionalismo. Millet no es un caso excepcional, la oveja negra que hay en todas las familias. Es algo más: es la plasmación patética de que por la patria todo está permitido, que un lladre no es lo mismo que un ladrón, igual que un ocell no es lo mismo que un pájaro. El catalán tiene derecho a ir por el mundo con todo pagado, por el solo hecho de serlo. Millet roba, pero en catalán: luego no es tan grave. No roba tanto.

Eso lo teníamos clarísimo cuando éramos PSOE. Cuando el Estatut de Nuria, año 31 (que fue aprobado el 32, andanada militar de Sanjurjo mediante), el PSOE de Cataluña se plantó públicamente contra la transferencia de la enseñanza a la Generalitat: toda la enseñanza debía ser igual en toda España, y toda en castellano. Traducido, significa que ni hablar de fraccionar a la clase obrera: en su unidad radica su fuerza. A la burguesía catalana le podía interesar el sesgo regionalista en la educación de sus obreros (no de sus hijos, claro), porque así serían más controlables. Lo que obtuvo la Generalitat en cuanto a educación fue ridículo: la escuela catalana desde el 32 al 39 continuó siendo en castellano. Nadie se opuso. Y Franco, que cambioó tantas cosas en la escuela, no cambió casi nada, en cuanto a la lengua de las aulas. En algunas escuelas se daban unas cuantas horas de catalán, a veces en catalán, en horario de tarde. Las pocas escuelas de la Generalitat (entre ellas, el mítico "Institut-escola" de Marta Mata) eran bilingües. Los padres de entonces lo tenían claro: "el català ja el parlem a casa. A l'escola han d'aprendre el castellà". Curiosamente, el mismo argumento que usan los apologistas de la inmersión de ahora: los niños deben aprender en catalán, porque el castellano ya lo aprenden en casa y en la tele; además, con el catalán se llega no más lejos, pero sí más alto... Con el catalán, no tienes que hacer cola.

¿Qué ha cambiado para que hoy el PSOE en Cataluña, o sea el PSC, sea descaradamente nacionalista, a veces tanto como sus competidores de CIU y ERC? ¿Y qué ha cambiado para que el PSOE de España haya bajado la guardia, y dé por bueno lo que antes era inimaginable? ¿Por dónde se nos ha colado este aroma de nacionalismo, quizá dulzón, pero decididamente letal para la causa socialista?