jueves, 25 de octubre de 2012

La secesión de Cataluña y la política de la mentira

La opinión de Carlos Martínez Gorriarán.  
                                                                                                                                                                                     El refrán avisa de que para el perro flaco todo son pulgas; España es ahora un perro escuálido y todas las pulgas están de fiesta. Así el separatismo, ese estadio último del nacionalismo, emplea la crisis como oportuno combustible para su hoguera. Es un discurso simplón, narcisista y falaz y, por tanto, seductor: formar parte de España es una desgracia que nos hace sufrir una crisis que no merecemos (somos inocentes de la mala gestión propia); si fuéramos un Estado independiente superaríamos la crisis manteniendo nuestro elevado nivel de vida (pues no somos unos vagos subvencionados); ha llegado la hora de romper con España para recuperar nuestro dinero (que nos han robado para dárselo a los vagos). Eso es todo, y que Europa nos lo bendiga. Buena parte de la sociedad catalana recurre a este discurso tóxico para explicar todas sus tribulaciones efecto del mal gobierno propio, y este 11 de septiembre se ha manifestado en masa para hacerlo bien visible. Se trata de la secesión para conseguir privilegios, para decirlo claramente; justificarla invocando la defensa de la cultura, la identidad o la justicia intenta revestir de dignidad una ansiedad muy material. Es el prejuicio de que sin el famoso “déficit fiscal de Cataluña”, entendido como un robo, los catalanes podrían disfrutar de mayor bienestar sin pagar más impuestos, en una especie de actualización del milagro de los panes y los peces. Exactamente el mismo discurso que emplea ese populismo de los países europeos más ricos opuesto a cualquier clase de ayuda a sus socios comunitarios en dificultades, como los Verdaderos Finlandeses o el Partido de la Libertad holandés. Sólo la inmarcesible estupidez de la izquierda senil española sostiene que ese egoísmo ultranacionalista y eurofóbico sea fascismo en el norte de Europa y progresismo en Cataluña o el País Vasco. La única diferencia con los populistas nórdicos, aparente, es que el separatismo catalán reclama un Estado en Europa pretendiendo ignorar la dificultad de que entre en la Unión Europea un nuevo Estado surgido del desmembramiento de un Estado miembro, Caja de Pandora que el europeísmo democrático no puede admitir. Europa se ha construido con la renuncia al nacionalismo y la cesión de soberanía: mal encaje tendría un Estado nacionalista surgido de todo lo contrario. Se ha mentido a la sociedad catalana sobre este asunto, a fondo y adrede. Toda esta ansia de secesión se levanta sobre una montaña de mentiras: es falso que España robe a Cataluña, falso que la Comunidad Autónoma pague impuestos que sólo pagan ciudadanos y empresas, falso que el déficit de balanza fiscal tenga otra explicación que la transferencia de recursos de una región más desarrollada a otras que lo están menos, falso que Cataluña sea una nación salvo para el imaginario nacionalista, falso que una Cataluña eventualmente miembro de la Unión Europea se viera liberada de contribuir a los fondos comunitarios en proporción a su riqueza (irónicamente, el expolio de Cataluña continuaría igual o mayor, sólo que el dinero catalán pasaría por más manos antes de llegar de nuevo a Andalucía o Sicilia…) A diferencia del caso vasco, donde la violencia terrorista ha jugado un papel crucial, en el catalán el máximo mérito corresponde a la institucionalización de la mentira como discurso único. Pero la responsabilidad corresponde sobre todo a las fuerzas políticas tradicionales y a ciertas instituciones del Estado, como el Tribunal Constitucional. Nadie puede reprochar al nacionalismo que lo sea, pero sí a partidos como PP, PSOE o IU su total incapacidad para hacer frente a un proyecto destructivo del Estado democrático español. Lo que han conseguido con su actitud obsecuente y servil es convertir al nacionalismo en el modo ordinario de hacer política en España, y los propios PSOE y PP se han convertido en confederaciones de partidos regionales sin un proyecto común. Si los responsables de sostener el orden constitucional se lo toman a beneficio de inventario, ¿qué tiene de raro que lo hagan los separatistas? ¿Vamos a pedir a Mas lo que no se pide a Rajoy y Rubalcaba? Cierta corriente de opinión insiste en desdramatizar la secesión y pedir, en todo caso, que sea ordenada. ¡Como si el asunto dependiera de las formas y no de los objetivos! La cuestión de principio es si la secesión de una parte de un Estado democrático es o no democrática. Puede parecerlo si el procedimiento es pacífico, pero se trata de una apariencia: aunque sea mejor, ya puestos, que una secesión no sea físicamente violenta, la ruptura unilateral de una comunidad democrática, y eso es la secesión de una parte, viola la Constitución y actúa contra la igualdad y libertad ciudadanas. Pues el problema de la secesión es que una parte decide unilateralmente en lo que afecta a todos. Es una imposición bajo el chantaje de una rebelión violenta: la parte a la que se le impone la secesión queda privada de su derecho a decidir, que el nacionalismo sólo reconoce para sí mismo, y los ciudadanos no secesionistas, atrapados en la parte separada, quedan privados de su ciudadanía original, o si se niegan son convertidos en extranjeros en su propio país u obligados al exilio. En ef ecto, si se celebrara un referéndum resolutorio de secesión en Cataluña y se ganara por un X% frente a un Y%, se privaría a los segundos de su ciudadanía española (y europea), y al resto de españoles se les impondría la ruptura de su sistema constitucional. Aunque sea pacífico nunca será democrático, como no lo es ningún retroceso institucional de la igualdad y de la libertad. Reivindicar el derecho de autodeterminación, pacífico o a bombazos, es semejante a defender el derecho a expulsar de un territorio a la minoría no nacionalista o impura: la limpieza étnica. Por eso no hay ninguna constitución democrática del mundo que recoja el derecho de autodeterminación dentro de su territorio. Las excepciones soviética y yugoslava no eran constituciones democráticas, y en Yugoslavia condujeron a sangrientas guerras civiles y limpiezas étnicas. Contra lo que pretende el nacionalismo la democracia no es la decisión de los pueblos –el derecho colectivo a decidir-, sino el disfrute de las libertades individuales mediante la igualdad ante la ley (isonomía) y de oportunidades que debe instaurar el Estado de derecho. Las igualdades y libertades son de las personas, no de los “pueblos” (salvo de modo retórico), y esa titularidad personal de los derechos es la que destruye cualquier proceso de secesión de la comunidad política democrática. En definitiva, ¿qué podemos hacer los demócratas de Cataluña, de toda España y de Europa para evitar un proceso de secesión que, aunque fuera pacífico, violaría los objetivos y reglas de la democracia? Creo que, en primer lugar, decir la verdad. La verdad axiológica de que dentro de un Estado democrático no hay derecho a la autodeterminación ni por tanto a la secesión. Y la verdad instrumental de que una Cataluña independiente que formara parte de la Unión Europea, lo que no sería nada fácil a medio plazo, tampoco gozaría de soberanía monetaria ni fiscal. Pues en una Europa obligada a la unión fiscal y presupuestaria para salvar el euro, no hay lugar para regímenes de Concierto Económico, ni vasco y navarro ni catalán; pronto lo veremos. De manera que la alternativa realmente secesionista sería volver a una Cataluña aislada, irredenta y solitaria, ajena a la Unión Europea y mal vista en sus países vecinos. Si se dijeran estas verdades y otras un número suficiente de veces el fervor secesionista que ha prendido en Cataluña perdería mucha virulencia. Y quizás conseguiríamos mejorar la calidad de nuestra democracia en lo que realmente importa, que no es en la satisfacción de pasiones nacionalistas y proyectos egoístas e ignorantes, sino en el progreso de la igualdad y la libertad de las personas en cualquier territorio donde vivan. Para empezar, el Gobierno de España, y si es necesario el Parlamento nacional, debe dar garantías a la opinión pública y a los demás Estados de la Unión de que el dinero del rescate pedido por las CCAA, comenzando por Cataluña, no podrá usarse para financiar procesos de secesión en ningún caso, para lo que se exigirá el cumplimiento de detalladas condiciones políticas a los beneficiarios. No es aceptable que el dinero español y europeo sirva para desestabilizar España y la Unión Europea volviendo a un mundo de nacionalismos egoístas y agresivos como los que desencadenaron dos guerras mundiales en un pasado muy reciente. Sería un avance hacia la política basada en decir la verdad. Otro, abrir de una vez un debate para un proceso constituyente de España del que surgiera un Estado federal igualitario, sin discriminación ni privilegios de sus CCAA, y con un Estado común fuerte y eficiente.

martes, 16 de octubre de 2012

Un cañón en el culo

La opinión de Juan José Millás en El País.




Si lo hemos entendido bien, y no era fácil porque somos un poco bobos, la economía financiera es a la economía real lo que el señor feudal al siervo, lo que el amo al esclavo, lo que la metrópoli a la colonia, lo que el capitalista manchesteriano al obrero sobreexplotado. La economía financiera es el enemigo de clase de la economía real, con la que juega como un cerdo occidental con el cuerpo de un niño en un burdel asiático. Ese cerdo hijo de puta puede hacer, por ejemplo, que tu producción de trigo se aprecie o se deprecie dos años antes de que la hayas sembrado. En efecto, puede comprarte, y sin que tú te enteres de la operación, una cosecha inexistente y vendérsela a un tercero que se la venderá a un cuarto y este a un quinto y puede conseguir, según sus intereses, que a lo largo de ese proceso delirante el precio de ese trigo quimérico se dispare o se hunda sin que tú ganes más si sube, aunque te irás a la mierda si baja. Si baja demasiado, quizá no te compense sembrarlo, pero habrás quedado endeudado sin comerlo ni beberlo para el resto de tu vida, quizá vayas a la cárcel o a la horca por ello, depende de la zona geográfica en la que hayas caído, aunque no hay ninguna segura. De eso trata la economía financiera.
Estamos hablando, para ejemplificar, de la cosecha de un individuo, pero lo que el cerdo hijo de puta compra por lo general es un país entero y a precio de risa, un país con todos sus ciudadanos dentro, digamos que con gente real que se levanta realmente a las seis de mañana y se acuesta de verdad a las doce de la noche. Un país que desde la perspectiva del terrorista financiero no es más que un tablero de juegos reunidos en el que un conjunto de Clicks de Famóbil se mueve de un lado a otro como se mueven las fichas por el juego de la Oca.
La primera operación que efectúa el terrorista financiero sobre su víctima es la del terrorista convencional, el del tiro en la nuca. Es decir, la desprovee del carácter de persona, la cosifica. Una vez convertida en cosa, importa poco si tiene hijos o padres, si se ha levantado con unas décimas de fiebre, si se encuentra en un proceso de divorcio o si no ha dormido porque está preparando unas oposiciones. Nada de eso cuenta para la economía financiera ni para el terrorista económico que acaba de colocar su dedo en el mapa, sobre un país, este, da lo mismo, y dice “compro” o dice “vendo” con la impunidad con la que el que juega al Monopoly compra o vende propiedades inmobiliarias de mentira.
Cuando el terrorista financiero compra o vende, convierte en irreal el trabajo genuino de miles o millones de personas que antes de ir al tajo han dejado en una guardería estatal, donde todavía las haya, a sus hijos, productos de consumo también, los hijos, de ese ejército de cabrones protegidos por los gobiernos de medio mundo, pero sobreprotegidos desde luego por esa cosa que venimos llamando Europa o Unión Europea o, en términos más simples, Alemania, a cuyas arcas se desvían hoy, ahora, en el momento mismo en el que usted lee estas líneas, miles de millones de euros que estaban en las nuestras.
Y se desvían no en un movimiento racional ni justo ni legítimo, se desvían en un movimiento especulativo alentado por Merkel con la complicidad de todos los gobiernos de la llamada zona euro. Usted y yo, con nuestras décimas de fiebre, con nuestros hijos sin guardería o sin trabajo, con nuestro padre enfermo y sin ayudas para la dependencia, con nuestros sufrimientos morales o nuestros gozos sentimentales, usted y yo ya hemos sido cosificados por Draghi, por Lagarde, por Merkel, ya no poseemos las cualidades humanas que nos hacen dignos de la empatía de nuestros congéneres. Ya somos mera mercancía a la que se puede expulsar de la residencia de ancianos, del hospital, de la escuela pública, hemos devenido en algo despreciable, como ese pobre tipo al que el terrorista por antonomasia está a punto de dar un tiro en la nuca en nombre de Dios o de la patria.
A usted y a mí nos están colocando en los bajos del tren una bomba diaria llamada prima de riesgo, por ejemplo, o intereses a siete años, en el nombre de la economía financiera. Vamos a reventón diario, a masacre diaria y hay autores materiales de esa colocación y responsables intelectuales de esas acciones terroristas que quedan impunes entre otras cosas porque los terroristas se presentan a las elecciones y hasta las ganan y porque hay detrás de ellos importantes grupos mediáticos que dan legitimidad a los movimientos especulativos de los que somos víctimas.
La economía financiera, si vamos entendiéndolo, significa que el que te compró aquella cosecha inexistente era un cabrón con los papeles en regla. ¿Tenías tú libertad para no vendérsela? De ninguna manera. Se la habría comprado a tu vecino o al vecino de tu vecino. La actividad principal de la economía financiera consiste en alterar el precio de las cosas, delito prohibido cuando se da a pequeña escala, pero alentado por las autoridades cuando sus magnitudes se salen de los gráficos.
Aquí están alterando el precio de nuestras vidas cada día sin que nadie le ponga remedio, es más, enviando a las fuerzas del orden contra quienes tratan de hacerlo. Y vive Dios que las fuerzas del orden se emplean a fondo en la protección de ese hijo de puta que le vendió a usted, por medio de una estafa autorizada, un producto financiero, es decir, un objeto irreal en el que usted invirtió a lo mejor los ahorros reales de toda su vida. Le vendió humo el muy cerdo amparado por las leyes del Estado que son ya las leyes de la economía financiera, puesto que están a su servicio.
En la economía real, para que una lechuga nazca hay que sembrarla y cuidarla y darle el tiempo preciso para que se desarrolle. Luego hay que recolectarla, claro, y envasarla y distribuirla y facturarla a 30, 60 o 90 días. Una cantidad enorme de tiempo y de energías para obtener unos céntimos, que dividirás con el Estado, a través de los impuestos, para costear los servicios comunes que ahora nos están reduciendo porque la economía financiera ha dado un traspié y hay que sacarla del bache. La economía financiera no se conforma con la plusvalía del capitalismo clásico, necesita también de nuestra sangre y en ello está, por eso juega con nuestra sanidad pública y con nuestra enseñanza y con nuestra justicia al modo en que un terrorista enfermo, valga la redundancia, juega metiendo el cañón de su pistola por el culo de su secuestrado. Llevan ya cuatro años metiéndonos por el culo ese cañón. Y con la complicidad de los nuestros.

jueves, 11 de octubre de 2012

España como problema

La opinión de Francisco Sosa Wagner en El Mundo. La situación política e institucional en que se halla España es penosa. Si queremos formularlo de manera sencilla podemos decir que, en puridad, «no hay dónde mirar». Da igual que hablemos del Tribunal Constitucional, del Gobierno, de los bancos, de los parlamentos, de las cajas de ahorro, de la universidad, del Rey y de la monarquía, de las comunidades autónomas, de los municipios o de las provincias… todo está empantanado, las apariencias de falsos paraísos se nos han desvanecido. Preciso es decirlo con claridad: tenemos unas instituciones públicas de cartón-piedra y desde ellas, desde su fragilidad, desde su condición de simples sombras constitucionales, es imposible hacer frente a ningún empeño serio. Ante esta pavorosa situación, resulta un lugar común sostener que «faltan intelectuales» y se evocan tiempos en los que estos ejercían una función de faros o guías en los grandes debates nacionales. Si miramos a nuestro pasado, una época especialmente tormentosa fue la que se sitúa en los principios del XX conocida como crisis del 98. En buena medida podemos compararla a nuestras actuales desgracias pues, si entonces certificamos la pérdida de los últimos jirones del imperio, ahora hemos de certificar el desvanecimiento del Estado, al menos en la imagen que el siglo XX fabricó del mismo y nos legó. Si entonces lloramos sobre los despojos de la patria vencida, ahora lo hacemos sobre los títulos de una deuda que se desparrama a la manera de un tumor infectado y venenoso. Pues bien ¿qué es lo que escribían los «cráneos privilegiados» de esa época cuando advirtieron la palidez de las señales que estaba emitiendo España? Es decir, cuando se vieron obligados a pensar en Españacomoproblema, título este que dio Pedro Laín Entralgo a un documentado ensayo (que tuvo su réplica, desvaída, en la España sin problema de Rafael Calvo Serer). Por aquellos años, cuando las Filipinas en Asia o Cuba en América, ya eran espuma o el recuerdo de los horrores de la manigua, se empieza a hacer consistente la meditación sobre Europa. El más despachado fue Unamuno con su lema de «españolizar Europa», un aspaviento que se vería obligado a matizar. Fuera de los casos de un Ángel Ganivet que sueña con una España convertida en «la Grecia cristiana» o Ramiro de Maeztu para quien el camino acertado es el de la Hispanidad, lo cierto es que en los regeneracionistas de Joaquín Costa y en los ensayistas del 98 o del 14 hay un claro latido europeo que, sin embargo, pronto abandonarían para ensimismarse con la tierra, con el idioma o con el arte. Ninguno de ellos tuvo una idea clara de lo que era Europa, viajaron poco y en idiomas andaban flojos -fuera de los casos de Unamuno y de Antonio Machado, profesor de francés-. Significativo es Manuel Azaña que vivió en Francia y, sin embargo, lo vemos encerrado en las fronteras españolas cuando está ocupando la Presidencia del Gobierno. Por sus escritos sabemos que casi su único contacto exterior era el embajador de Francia en Madrid y advertimos asimismo cómo ignora la llegada de Hitler a la cancillería y las barbaridades que los nazis pronto comenzaron a perpetrar, entre otras novedades de bulto de la política europea. De la Sociedad de Naciones habla sin entusiasmo y se alegra de que Lerroux anduviera por allí, para él un alivio pues se ha evitado que enredara por España. En las Memorias de Salvador de Madariaga hay abundantes pruebas de la alergia que producía al Azaña gobernante viajar o entrevistarse con mandatarios extranjeros. Lo suyo era acercarse en coche al Escorial y los pequeños desplazamientos a la sierra. Apoyados en la pértiga del tiempo llegamos al único pensador que sí sabía lo que significaba la apuesta europea. Me refiero -claro es- a José Ortega y Gasset. «Europa es ciencia antes que nada: amigos de mi tiempo, ¡estudiad! Y luego, a vuestra vuelta, encendamos el alma del pueblo con las palabras del idealismo que aquellos hombres de Europa nos hayan enseñado». Un texto que hubieran suscrito Ramón y Cajal y el resto de los hombres de ciencia contemporáneos -Gregorio Marañón, Pío del Río Hortega…-. Por eso Ortega tiene claro que «si creemos que Europa es la ciencia, habremos de simbolizar a España en la inconsciencia». Y el método para europeizar a España, para que pase de la inconsciencia a la ciencia es la educación. Una educación que no es obra de la espontaneidad sino «de la reflexión: hemos de fingirnos un yo ideal, simbólico, ejemplar, reflexionando sobre el alma y el carácter europeos». No es necesario insistir: las enseñanzas de Ortega -¡tan primorosamente escritas!- siempre están de actualidad y a ellas es preciso volver cuando se quiere meditar sobre España y Europa. De sus enseñanzas vivimos quienes proponemos recetas para que Europa avance hasta dar con una fórmula que evoque -aunque no coincida- con la de los Estados Unidos de América pues sólo desde ella podremos hacer frente a las conmociones que está viviendo el planeta. En este sentido es falso que no existan intelectuales en España que estén cuidando la brújula de la buena dirección. Los hay y están presentes en los debates nacionales. Lo que sí echo en falta es la denuncia de la situación interna española con la energía que la situación exige. Aunque se atisban indicios de desentumecimiento, es preciso que el murmullo devenga en discurso, que los pocos solistas que hoy tararean se conviertan en un coro que inunde el escenario. Y hay que llamar a las cosas por su nombre: es preciso reformar el sistema electoral y reformar la Constitución. Y como a este texto le hemos bajado de su pedestal mítico el verano pasado, cuando en un aleteo de mariposa le incorporamos un artículo barroco, vamos a defender que lo mismo se haga este verano o un poco más allá, acaso cuando los árboles pierdan su pudor y se nos muestren in puribus. Con el apoyo del artículo 167 de la Constitución hay que transformar el título referente a las comunidades autónomas y diseñar una nueva Administración local, hay que suprimir el Consejo General del Poder judicial, hay que dotar a las universidades de un nuevo sistema de gobierno que las libere del cerco feudal en el que están aherrojadas. El sistema de nombramiento de los magistrados del Tribunal Constitucional es muy arriesgado de cambiar pero, si se desplazara su sede a una capital de provincia sin AVE, se habría dado un paso de gigante. De las cuestiones económicas nos ocuparemos con nuestros socios europeos, lo que resulta muy tranquilizador. ¿Sueño? Probablemente, pero es que sólo tras el sueño se oirán «cantar los gallos de la aurora», como quería Antonio Machado.

Plato cocinado

La opinión de Victoria Priego en El Mundo.




Receta: Cómo cocinar un estado de opinión pública que permita a un líder presionar para alcanzar la meta política que el líder ha vendido a esa misma opinión pública como la Tierra Prometida.
Ingredientes: Un puñado de medios de comunicación propios/ Un mensaje victimista fácil de entender/ Un saqueador oficial/ Una promesa de felicidad/ Un instituto de opinión solvente/ Una pregunta de las que obligan a estar a favor o en contra.
Elaboración: Se empieza lanzando durante años un mensaje fácil de entender que diga: «España nos roba». Se lanza ese mensaje en todos los medios de comunicación y se hace repetir insistentemente por los periodistas de las televisiones y radio autonómicas financiadas por el propio Govern. El mensaje básico debe llevar este añadido: «Si Cataluña tuviera el pacto fiscal que Artur Mas reclama a Rajoy, los ciudadanos no padecerían los recortes que ahora sufren». O incluso éste otro: «Si Cataluña se independizara de España, no tendría los problemas económicos que tiene».
Agítese el mensaje por tierra mar y aire, repitiendo mucho el esencial -«España nos roba»- y úsese para explicar el inmenso agujero de déficit dejado en Cataluña por los gobiernos anteriores, teniendo buen cuidado de no culpar a éstos sino directamente al Gobierno de España. Esto último es importante porque, de otro modo, la receta no sale bien. 
Una vez alcanzado el punto requerido, encárguese al instituto de opinión dependiente de la Generalitat que haga la pregunta dicotómica: «Si se celebrara un referéndum para decidir la independencia de Cataluña ¿usted qué votaría?». Tras todo un año de maceración, se obtendrá el resultado: un 51,1% dice que votaría favor de esa independencia que tanto bienestar va a traer a los ciudadanos catalanes expoliados por España. Y sólo un 21,1% de valientes se atreve a declarar que votaría en contra de ese bienestar que se incluye de regalo junto al voto.
El plato se sirve bien caliente en la mesa del presidente del Gobierno español para que sepa que, o acepta firmar el pacto fiscal que Artur Mas se sacó de la manga en la campaña electoral, o se enfrentará a un imparable movimiento independentista nacido de las mismas entrañas del pueblo catalán.
Así es como han jugado los nacionalistas de CiU esta partida: creando a base de tenacidad un clima de opinión que, una vez obtenido el sello del 'CIS' catalán, se va a esgrimir políticamente como genuina exigencia popular ante la cual no cabe más que la aceptación o el abismo de un conflicto irreparable. 
Hace ya mucho tiempo que esta estrategia está en marcha y no es privativa del señor Mas. Antes que él, Pasqual Maragall y José Montilla se aplicaron con pasión de orfebre medieval a perfilar este dogma falso, pero en el que hoy dice creer la mayoría.
Aunque la realidad es también ésta otra: el 37,3% de los preguntados se siente tan español como catalán. Y el 30,2% más catalán que español, pero también español. A ver si se atreve el señor Mas a pedir de verdad, pero de verdad, a ese 67,5% de ciudadanos que respalden esa independencia que, como amenaza fabricada, pretende esgrimir este otoño ante el presidente del Gobierno de la nación.

miércoles, 10 de octubre de 2012

La tontería de la solidaridad

La opinión de Jesús Royo en La Voz Libre.

                                                                                                                                                                        Mi propósito, lo único que me guía en la aparición semanal de estos artículos, es desmontar los tópicos, las mentiras establecidas, los argumentos falsos que encandilan a la gente poco avisada. El nacionalismo suele ser una fuente inagotable de sofismas, consignas y juicios que llevan el signo indeleble de la triquiñuela y la trampa mental. Por eso -no tiene gran mérito, lo reconozco- me apasiona descubrir esos dobles fondos, los entresijos que pueblan el discurso nacionalista. Pues bien, uno de esos platos podridos, aunque impecablemente presentados, es el discurso de la solidaridad entre comunidades autónomas. En el proyecto de pacto fiscal, apadrinado por el president Mas, la solidaridad con las autonomías pobres cumple el papel del gusano que recubre el cruel anzuelo. La soberanía fiscal no comporta, dicen, romper la necesaria y justa solidaridad con los territorios más desfavorecidos. Solidaridad, sí, dicen, ¡pero no expolio! O sea, con la propuesta de pacto fiscal pagaremos menos, que de eso se trata, y encima nos pondremos la medalla del mérito solidario. No haremos como los insolidarios vasconavarros (hay que entender: al menos de momento), que se limitan a pagar los servicios que reciben del Estado, no. Nosotros queremos contribuir a mitigar el atraso y las penurias de la España profunda. Con tal de que lo utilicen bien, ¿eh?, que no se entreguen al refocile, al cachondeo y a la fiesta permanente, tracatrá y venga finito por las bodegas. Y sobre todo, que no nos adelanten por la derecha, que no se pongan a nuestro nivel en bienestar y categoría social: hay que mantener el principio de ordinalidad. Ese discurso, amplificado y repetido por los innúmeros e incansables terminales mediáticos del nacionalismo, ha penetrado ya en la sociedad. Y ha llegado a ser absorbido, incorporado y aceptado por las -digamos- izquierdas: el PSC, Iniciativa, UGT y CCOO. Y lo más suave que cabe decir es que se trata de una estafa. Otra más. Y que no lo llamen solidaridad, que suena bonito y dulce. Que lo llamen por su nombre: privilegio, desigualdad, robo impune a todos los ciudadanos. Y encima burla y escarnio. Todo empieza en la consideración de la comunidad autónoma como sujeto fiscal. No lo es, ni lo puede ser, ni lo será mientras tengamos esta Constitución. Todos los españoles pagamos igual, de acuerdo a nuestra renta. Incluso los vasconavarros, pero esa es otra. Está claro que los ricos pagan más, pero no por solidaridad, sino porque la misma fórmula rige para todos, ricos y pobres. Toda la polémica sobre las balanzas fiscales fue y es pura intoxicación, que nosotros, las izquierdas del tiempo de Maragall-Zapatero, ingenuamente avalábamos porque “¿a quién puede ofender conocer los datos?”. La intención oculta de la polémica era colarnos de matute su ideario, y en parte lo han logrado: que pensemos en términos de sujeto autonómico-regional: “nuestros impuestos”, “nuestra riqueza”, “os damos parte de lo nuestro”, “Cataluña paga más”, etcétera. ¿Qué es eso de que Cataluña paga más? Cataluña no paga nada, no es sujeto fiscal. Quienes pagamos somos los catalanes, y lo hacemos igual que el resto de españoles, y como españoles que somos. Cataluña es una manera de hablar, una entidad derivada, un concepto. Cataluña no es nadie. Pero el lenguaje tiene trampas: Cataluña parece ser patrimonio natural y soberano de la Generalitat. Por lo que, al decir “los impuestos de Cataluña” o “el déficit fiscal de Cataluña”, se da a entender que esos impuestos “pertenecen” a la Generalitat, aunque de momento los retiene la Hacienda del Estado. Cuando se cree la Agencia Tributaria Catalana, parecerá como una restitución, la devolución largamente soñada de algo justo, necesario y natural. ¡Ay, las trampas del lenguaje!

jueves, 4 de octubre de 2012

Fortaleza y paciencia

Ayer, por casualidad, me enteré de un dato de esos que hacen pensar. Por lo visto hay dos estatuas de leones que custodian la Biblioteca de Nueva York. Y estos leones se llaman Fortaleza y Paciencia porque los neoyorquinos pensaron que eran las dos cualidades que se necesitaban para superar la crisis y la gran depresión. Muy sabios los neoyorquinos... Fortaleza y Paciencia españoles....