La opinión de Carlos Carnicero en El Periódico de Catalunya.
Hay paralelismos cogidos con pinzas que, sin embargo, no resisten la tentación del escritor. Me refiero a la película El hundimiento, donde se relatan los últimos días de Hitler en su búnker de Berlín. Como voy a hablar de la resistencia de Rodríguez Zapatero a reconocer el desmoronamiento del PSOE, debo aclarar, para no inducir a equívocos, que la comparación solo se refiere a la metodología de la pérdida del poder y no a la naturaleza evidentemente antagónica de los dos personajes.
Los historiadores coinciden en que el fracaso de la ofensiva de las Ardenas sentenció definitivamente la segunda guerra mundial. Pero la locura de Hitler siguió haciéndole creer en la existencia de las divisiones que solo existían en sus mapas. Ahora el escándalo de los ERE de Andalucía se constituye en las Ardenas del PSOE. Las encuestas revelan su caída en picado, no tanto por la revalorización del PP como por la espantada en las filas socialistas.
La rebelión es sorda y sigilosa, porque nadie se atreve a decirle a Zapatero que sus divisiones son de papel. Y la marca PSOE se ha vuelto un inconveniente que a muchos líderes locales les gustaría esquivar. Pero la historia está llena de ejemplos de suicidios políticos y militares. Napoleón debería saber que el invierno ruso era invencible. Más de 200.000 soldados murieron en la retirada de Moscú por un arma inexpugnable: el frío.
Zapatero simula que no ocurre nada que no sea reversible. No reacciona y su hoja de ruta permanece aparentemente inalterable contando con divisiones que ya no tienen carácter operativo. Las últimas encuestas demuestran que la línea de defensa de Andalucía ya no resiste los embates del ejército del PP. El hundimiento del PSOE promete ser espectacular, pero no hay reacción posible cuando el talento solo se sustenta en la convicción de estar ungido por la suerte. La debacle puede ser histórica. Y Rajoy, como hicieron los rusos, solo tiene que esperar que el frío que rodea al PSOE termine por hacer su labor.
martes, 26 de julio de 2011
martes, 19 de julio de 2011
Striptease
domingo, 17 de julio de 2011
Palabras que suenen, aunque no digan nada
Debo asumir también que hoy sólo existen programas electorales, financiaciones (legales o no), votos y sobre todo palabras que suenen, aunque no digan nada (tampoco decían nada las grandes frases revolucioanrias, cierto, pero la gente aceptaba el riesgo de morir por ellas). Hoy, un novelista fiel a su tiempo debe aceptar que vivimos en países normalizados -su trabajo costó-, y que no es necesario tener ideales ni sueños, a no ser sueños de alcance comarcal y transferible. Los sueños de vida o muerte los tienen los que revientan en las pateras, pero ése no es problema nuestro.
FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA.
miércoles, 13 de julio de 2011
Morir emparedado
La niñez es generosa: hasta la adolescencia no se me ocurrió pensar que vivía en un mal piso. Luego, sí; luego, cuando fui a un colegio bien, el de los escolapios de Diputació, me daba vergüenza incluso enseñar mi calle, como a mamá le llegó a dar vergüenza que entraran en casa las visitas. Pero, por eso mismo, allí se descubría que tenía que haber algo mejor, y que si no querías morir emparedado, tenías que descubrirlo.
Historia de mis calles, FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA.
domingo, 3 de julio de 2011
Un lugar sin significado
Arcadi Espada en El Mundo.
El nacionalismo tiene razón cuando dice que los 350.000 euros anuales que cuesta la traducción simultánea en el Senado, un uno por ciento de su prepuesto, es un gasto “no excesivo”. El exceso se calcula en relación al grado de necesidad. Y para los nacionalistas locales la lengua es su máximo rasgo identitario. ¿Cómo va a ser excesiva la identidad? El argumento lingüístico sustenta igualmente las decenas de canales autonómicos. Y es el que decide las políticas culturales nacionalistas, allí donde la propagación de la información y el conocimiento están subordinadas a la propagación de la identidad.
Cabe subrayar que, en el caso de la lengua, la política nacionalista no arraiga en el vacío. Es un lugar común contemporáneo que las lenguas merecen protección. Como la salud. Que son, también, un patrimonio cultural. Como las catedrales. Este mismo periódico se muestra justamente beligerante contra la ridícula decisión del Senado, y no sólo ridícula en términos económicos, sino también por lo que esa decisión supone de falacia: España no es un país multilingüe como Suiza o Bélgica, sino un país que dispone de una koiné eficaz: el español es nuestro pinganillo. Pero la beligerancia concreta y local de este periódico se esfuma cada dos por tres cuando publica dulces reportajes melancólicos sobre las lenguas que se pierden (ninguna lengua se pierde, sólo se transforma: de ahí que una inteligencia “identitaria” inteligente siempre prefiera, en la lengua y en la vida, el acento, la manera, la influencia, antes que la frontera y el volapuk); o cuando alude a la “riqueza lingüística” española: lo único que hace esa riqueza es costar dinero, y a manos llenas.
La diversidad lingüística peninsular, como los propios nacionalistas, son datos de la realidad, inesquivables en esta época pueril de España. Es inútil hacer como si no existieran. Pero la aceptación de la realidad no equivale a somterse a ella y, aun menos, a su acrítico ennoblecimiento. ¡Como si un noruego fuera a decir que sus inviernos son un patrimonio y una riqueza! Son. Y lo único sensato que puede hacerse ante ellos es abrigarse.
Es una curiosidad interesante, por último, que esta ceremonia multilingüe haya tenido lugar en el Senado. Las aportaciones del Senado a la democracia española son puramente inefables. Igual que nuestros nacionalismos la llamada Cámara Alta tiene un grave problema de identidad. Siempre ha sido un lugar sin significado. Y nunca se vio más claro que en la orgía significante del pasado martes, pinganillo.
El nacionalismo tiene razón cuando dice que los 350.000 euros anuales que cuesta la traducción simultánea en el Senado, un uno por ciento de su prepuesto, es un gasto “no excesivo”. El exceso se calcula en relación al grado de necesidad. Y para los nacionalistas locales la lengua es su máximo rasgo identitario. ¿Cómo va a ser excesiva la identidad? El argumento lingüístico sustenta igualmente las decenas de canales autonómicos. Y es el que decide las políticas culturales nacionalistas, allí donde la propagación de la información y el conocimiento están subordinadas a la propagación de la identidad.
Cabe subrayar que, en el caso de la lengua, la política nacionalista no arraiga en el vacío. Es un lugar común contemporáneo que las lenguas merecen protección. Como la salud. Que son, también, un patrimonio cultural. Como las catedrales. Este mismo periódico se muestra justamente beligerante contra la ridícula decisión del Senado, y no sólo ridícula en términos económicos, sino también por lo que esa decisión supone de falacia: España no es un país multilingüe como Suiza o Bélgica, sino un país que dispone de una koiné eficaz: el español es nuestro pinganillo. Pero la beligerancia concreta y local de este periódico se esfuma cada dos por tres cuando publica dulces reportajes melancólicos sobre las lenguas que se pierden (ninguna lengua se pierde, sólo se transforma: de ahí que una inteligencia “identitaria” inteligente siempre prefiera, en la lengua y en la vida, el acento, la manera, la influencia, antes que la frontera y el volapuk); o cuando alude a la “riqueza lingüística” española: lo único que hace esa riqueza es costar dinero, y a manos llenas.
La diversidad lingüística peninsular, como los propios nacionalistas, son datos de la realidad, inesquivables en esta época pueril de España. Es inútil hacer como si no existieran. Pero la aceptación de la realidad no equivale a somterse a ella y, aun menos, a su acrítico ennoblecimiento. ¡Como si un noruego fuera a decir que sus inviernos son un patrimonio y una riqueza! Son. Y lo único sensato que puede hacerse ante ellos es abrigarse.
Es una curiosidad interesante, por último, que esta ceremonia multilingüe haya tenido lugar en el Senado. Las aportaciones del Senado a la democracia española son puramente inefables. Igual que nuestros nacionalismos la llamada Cámara Alta tiene un grave problema de identidad. Siempre ha sido un lugar sin significado. Y nunca se vio más claro que en la orgía significante del pasado martes, pinganillo.
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