miércoles, 18 de marzo de 2009
Dios, patria y bus.
Arcadi Espada, en El Mundo.
¡Qué gran idea tuvo la Asociación por la Tolerancia! Viendo la facilidad y el éxito con que el agnosticismo se subía a los autobuses de Barcelona decidió organizar una campaña por la libertad lingüística en el mismo lugar, ¡y hasta en el mismo carril!; y así, con mucho respeto, pidió todos los permisos. Se los han negado: hubo buses agnósticos, pero no los habrá bilingües. Como suele ser frecuente en estos casos no hay que perderse las explicaciones. La empresa que contrata la publicidad, o sea la compañía de autobuses, o sea el ayuntamiento socialista, o sea donde José Montilla (en Cataluña, paraíso de la caja B de la moral, todo va por persona interpuesta), ha rechazado la campaña por «polémica». La coincidencia en el tiempo con el bus agnóstico convierte el adjetivo en ridículo. Pero no debería tapar su encantadora pose eufemística: polémico es el papel de fumar con que aquí (o debería decir allí) se cogen la verdad.
Hay que celebrar la denegación por todo lo alto y yo pido a la Tolerancia que no sea tímida ni mucho menos victimista. Ni el sentido de la equidad, ni la inteligencia son virtudes que adornen al establishment catalán: sólo depende de su fuerza y hay que aprovecharla como en el judo. La negativa de los buses es un magnífico quod erat demostrandum; es decir, el mayor premio intelectual que puede recibir una actividad política.
Muchos miembros de la Tolerancia y muchos otros ciudadanos catalanes han insistido siempre en el carácter puramente religioso del nacionalismo; en su condición de axioma y dogma de fe; en sus fábulas pueriles; en su inexorable propensión al mito y a la falacia, en su creacionismo histórico. Han denunciado que la estructura política catalana rezuma el aire inconfundible de una secta; y que la propia vida civil se resiente, y desde hace años, de semejante asfixia. Esta identificación entre la religión y el nacionalismo no es, en realidad, del agrado de la mayoría. Irrita a los nacionalistas que, para más inri crucificial, pretenden que sus fundamentos míticos estén a salvo de todas las pruebas de la razón. Irrita a los c(h)arlistas que vinculan siempre estrechamente Dios y Patria, pero dependiendo de qué Dios y de qué Patria. Y lo mejor de todo: irrita a determinados ateos, por supuesto catalanes, cuyo escepticismo discrimina, con escasa agudeza crítica pero considerable capacidad de adaptación darwiniana, entre Dios y la Tierra.
O sea que la animosa Tolerancia ha fletado un llamativo autobús de tres pisos.
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