jueves, 12 de enero de 2012
Bombones de arsénico
La opinión de Victoria Prego en El Mundo.
Siempre hacen lo mismo los terroristas y quienes les secundan. Lo hacen con cada cambio de Gobierno: el lobo le enseña al recién llegado por debajo de la puerta la pata de cordero y espera a que el incauto del otro lado se trague el anzuelo y acabe cayendo en sus fauces. Cuando Zapatero ganó las elecciones en 2004 le enviaron al poco una carta en la que le decían que él estaba destinado a ser el Gran Pacificador de España. Sólo tenía que creerse que ETA estaba dispuesta a renunciar a las armas sin condiciones y que sus delegados en la vida política, Otegi y otros, eran en realidad unos apóstoles de la paz.
El presidente del Gobierno cayó en la trampa y así fue como, tragando y tragando y volviendo a tragar, llegamos hasta las conversaciones de Loyola en las que todas y cada una de las exigencias eternas de la banda terrorista fueron puestas sobre la mesa. Se negoció todo lo que ETA quería. Y claro que aquello fracasó: ni siquiera aquel Gobierno, tan bien dispuesto a ofrecer antes que a exigir, estaba capacitado para aceptar someterse al nivel del chantaje que se le requería.
Y ahora los proetarras están intentando dorar la píldora a los demócratas, especialmente al Gobierno del PP, un partido al que ni siquiera en la campaña electoral llegaron a acusar de lo que el PNV y hasta el PSOE le acusaron: de constituir una potencial amenaza para la paz. Ayer salieron con esta especie de pésame a los familiares de «todas las víctimas, sin excepción», en una declaración de intenciones que, si nos fijamos con detalle, es en realidad un bombón relleno de arsénico. Y lo es porque, entre tanta disposición de reparar el daño causado y tanta voluntad por «cicatrizar las heridas abiertas», se cuela la eterna versión que los terroristas y sus apoyos siguen dando de estos 50 años de asesinatos: la existencia en el País Vasco de un «conflicto político» que ha provocado un «conflicto armado». Nada nuevo, pues, bajo el sol. Aquí lo que hay es una estrategia distinta para cumplir un programa idéntico. Y ése es precisamente el peligro: que muchos no se van a fijar -o, por razones distintas, no se van a querer fijar- en lo que hay bajo la pata del cordero.
Unos no van a querer verlo porque están agotados. Otros no van a querer verlo porque necesitan justificar su desastrosa y fracasada apuesta por la negociación política con la banda. En el primer caso, el de los agotados, está la mayoría de la sociedad vasca que ya no desea otra cosa que ésta que empieza a tener ahora: tranquilidad. El mero hecho de que los terroristas no asesinen supone un mundo para quienes han vivido sometidos al miedo durante toda su vida. También es un mundo para los demás demócratas. En esto sí vamos ganando. En lo demás vamos perdiendo, y habrá que tener mucho cuidado para no llegar demasiado tarde a esta conclusión.
Y el riesgo ahora mismo es grande. Si, además de la instalación de la tranquilidad y la ausencia de miedo, los ciudadanos ven cómo los mismos individuos que hace nada amenazaban a cara descubierta a todo aquél que se enfrentara a la dictadura del terror empiezan ahora a decir que quieren reparar el dolor causado, es del todo comprensible que acepten de buena gana la mano tendida. Y pueden empezar a creer que, de verdad, los que hoy siguen negándose a condenar a ETA van aceptando su error y van entrando por la senda de la legalidad y la decencia política.
Lo que sucede es que esa simple esperanza en el ánimo de los demócratas resulta ser un paso gigantesco para la estrategia de los radicales. Les permite ablandar la resistencia y el rechazo de la opinión pública y, sobre todo, obtener una cierta mayor respetabilidad ante sus potenciales votantes en lo que es su gran objetivo, su máxima apuesta: las próximas elecciones autonómicas vascas.
Ésta es la cuestión: que estamos asistiendo a la exhibición de un buenismo insólito que busca prestigiar la opción proetarra ante los votantes vascos. Al mismo tiempo, se intenta colocar al Gobierno ante un duro dilema: rechazar la rama de olivo que se le tiende ante la vista de todos y convencer a quienes observan la escena de que eso que parece una rama de olivo es, en realidad, la mecha de una carga de dinamita política.
Nunca se vio, por ejemplo, una reacción tan angelical como la de Amaiur, un partido al que la Mesa del Congreso ha negado la posibilidad de formar grupo propio. Ninguno de los grupos parlamentarios que han pasado por la Cámara y se han visto perjudicados en sus intereses por decisiones de la Mesa se ha portado nunca así. «Lo que pasa es que el PP no se ha acostumbrado todavía al nuevo escenario vasco» vino a decir, comprensivo y bondadoso, el diputado Errekondo. Compárese eso con lo dicho por Rosa Díez en los días precedentes para comprender que en lo de Amaiur hay gato encerrado. «Es que ahora están dedicados al blanqueo de su mercancía», diagnostica un diputadovasco.
Ardua tarea, por tanto, la del nuevo Gobierno y la de su presidente, Mariano Rajoy, que mañana mismo va a empezar a fajarse en esta tarea. Porque mañana en el Congreso de los Diputados no sólo se va a hablar de economía. El PNV va a pedir con toda seguridad a Rajoy que haga realidad lo que las organizaciones de apoyo a los presos etarras dan ya por hecho: la excarcelación de los condenados por terrorismo. Y ya veremos si el PSOE no trata de amortizar en su favor el anuncio de la banda de renunciar a los asesinatos y no emplaza al nuevo presidente del Gobierno a no «estropear» lo logrado manteniendo posiciones de dureza que, dirán muchos, no harán sino proporcionar argumentos victimistas a los radicales y favorecer sus posiciones. «A partir de ahora va a haber mucho tonto útil que le va a facilitar el trabajo a esta gente» pronostica este diputado vasco.
El debate de investidura que empieza mañana será la primera ocasión en que se midan las dos interpretaciones de esta nueva estrategia política del mundo proetarra. Lo que ya se ha comprobado es que desde la izquierda próxima al PSOE se apuesta claramente por aceptar como regalo la mecha de la carga de dinamita política y colgarla en el balcón del Congreso como si fuera una auténtica rama de olivo. Detrás de esa posición está la esperanza de que, de verdad, los radicales estén avanzando hacia un escenario de paz y de concordia. Pero la experiencia demuestra que en este asunto resulta muy peligroso trabajar a base de deseos. Mejor será amarrarse firmemente a los hechos y actuar después de haberlos contrastado. No vaya a ser que después de las autonómicas vascas nos encontremos con un plan Ibarretxe en su versión más virulenta y con el respaldo, además, de una aplastante mayoría de votantes que se hayan tragado los bombones pensando que los buenos son los batasunos y los malos, los demás.
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