miércoles, 11 de enero de 2012
Ética. estética y política en sede parlamentaria
La opinión de Carlos Martínez Gorriarán en su blog.
Seguramente muchos lectores conocerán ese vademécum paródico de la política que es la genial película de Monty Python llamada La Vida de Brian. Acaba con una escena redonda en la que un grupo de patriotas judíos aparecen para liberar a un grupo de crucificados por los pérfidos romanos. Son la última esperanza de los supliciados y los romanos, cuando les ven llegar, echan a correr abandonando el campo. Pero, sin embargo, los guerrilleros del Frente del Pueblo Judaico sacan sus espadas y se suicidan para demostrar su voluntad de resistencia indomable al invasor romano, desentendiéndose de los condenados a la cruz. Aquí tienen la escena.
Con esta brillante parodia los irreverentes cómicos británicos se desternillaban de esos hiperidealistas de la política revolucionaria que, en el nombre de la ética más inmarcesible, se condenan a sí mismos al suicidio porque cualquier otra acción sería incompatible con su principio fundamentalista de no aceptar ningún tipo de contaminación política. Incluso la liberación de los crucificados podría conducir a enojosos compromisos que los kamikazes del Frente del Pueblo Judaico eludían con elegancia inmolándose para que sus “principios” permanecieran al margen de cualquier peligro de transacción.
En otro orden más serio de reflexiones, Max Weber desarrolló su famosa distinción entre la ética de los principios y de la responsabilidad: ambas son elecciones éticas a las que no sólo los políticos, sino cualquier persona que toma decisiones –desde ejecutivos de empresas a padres de familia que educan a sus hijos-, se enfrenta a menudo: elegir entre una actuación responsable, y por tanto atenta a las consecuencias de su elección, u optar por los principios desentendiéndose de éstas. Lo más perspicaz del análisis de Weber es dejar sentado que ambas opciones son impecablemente éticas, sólo que una se preocupa de las consecuencias y la otra sólo de los principios en juego. Esto puede chocar, pero desarrollando el análisis weberiano es fácil darse cuenta de que hay problemas asociados a la acción y a la elección que van más allá de la ética. O por decirlo de otro modo: no todo comienza y acaba en la ética. Percatarse de esto no es precisamente inmoral, sino el marco axiológico y pragmático que da verdadero significado a las convicciones éticas. Por ejemplo, que las convicciones éticas no pueden ser coartadas para la pasividad ante el mal (lo que se ha venido a llamar “buenismo”). Esto tiene importantes consecuencias políticas, pero parémonos antes un momento en la estética.
Ética y estética son conceptos o nociones emparentadas, pero diferentes. Lo malo es que hay cierta confusión posmoderna al respecto y es corriente encontrar personas que confunden ambas: consideran inmoral o no ético lo que rechazan por razones estéticas. Por ejemplo, que UPyD se haya asociado de modo instrumental con el FAC para asegurar el Grupo Parlamentario que el PP pretendía negarnos para, con la excusa de la “igualdad de trato”, negárselo a Amaiur (o lo contrario, que era algo perfectamente posible y muy verosímil). Personas que, como no les gusta nada la imagen del FAC, no quieren aparecer asociados en modo alguno con ese partido. Consideran que eso contamina los principios de quien lo haga, como si la asociación contaminara de modo automático y privara de ética a los asociados. Si fuera así, todos los diputados del Congreso estaríamos contaminados en nuestros principios por los principios rivales de los demás diputados con los que estamos voluntariamente asociados en el Parlamento (no por “imperativo legal”, como dicen los fariseos nacionalistas, sino porque nos da la gana y nos han elegido para hacerlo). Si un diputado no puede asociarse con otro cuyas ideas o identidad parezcan “feas”, olvidémonos del parlamentarismo y, de rebote, de la democracia. Como eso no es deseable, hagamos más bien otra cosa: dejemos de contaminar la ética con prejuicios estéticos. Es aconsejable leer a Kant para esto, porque dejó sentada la máxima ética de que no es legítimo usar al otro como un medio: debemos ver a los demás seres humanos como fines autónomos, no como instrumentos para los nuestros privados. Así que dejemos de reducir la política a la ética, porque es otra cosa. Vamos a eso.
La política tiene sin duda exigencias éticas y base ética, pues sin reflexión moral es muy difícil desarrollar una política entendida como “cosa pública” e interés general. Es decir, la clase de política que en general llamamos democracia. Porque la democracia parte del principio de que la comunidad política está formada por iguales, pero esa idea sólo tiene sentido a partir de una ética de la igualdad de o entre ciertas personas (o todas). Lo que los griegos llamaban hómoioi q formaban el demos de una polis. Para esto, nada como Aristóteles y su idea de que la naturaleza humana integral es inseparable de su pertenencia a una comunidad política como zóon politikon (animal político, sin ironía alguna), con el debido fundamento lógico de la idea ético-política de igualdad. El mismo Aristóteles distinguió magistralmente el ámbito de la ética del de la política: emparentadas, pero distintas (como la ética y la estética).
A diferencia de la ética, que ante todo pertenece al ámbito personal del yo, la política es el ámbito del nosotros, la cosa de todos o Res publica de los romanos. La política busca soluciones para asuntos a los que la ética no llega (y viceversa). Reducir la política a decisiones meramente éticas (o aparentemente éticas) es un error comparable a confundir, por ejemplo, la ciencia con la tecnología o la nutrición con la gastronomía. Ni hacer telescopios es astronomía, aunque hagan falta para hacerla, ni la proporción de lípidos aconsejable es una receta de cocina. Sólo cuando se ignora esta diferencia de niveles o ámbitos se llega a la conclusión de que acciones indispensables en política, tales como pactar, acordar o negociar, y no sólo con los iguales a ti en ideas sino con los rivales, son acciones “carentes de ética”. O si se rechaza que hay una ética de los principios y una ética de las consecuencias o de la responsabilidad en relación conflictiva.
Empeñarse en hacer una política reducida a gestos éticos –o que parezcan que lo son, siendo más bien estéticos- es condenarse a la irresponsabilidad y a la parálisis. No, estamos en política para hacer política, es decir, para hacer progresar nuestro proyecto político contra viento y marea. Y eso exige hacer cosas tan políticas como maniobrar, acordar, prever, negociar, calcular y tener sentido de la oportunidad (que sólo un moralista apolítico consideraría oportunismo), o comerte un sapo de vez en cuando como el que nos ha servido el PP con su indecente equiparacion burocrática de UPyD y Amaiur. Para hacer política con mayúscula en el Congreso, UPyD ha tenido que asociar temporalmente a un diputado (tan diputado como nosotros) del FAC, un partido con el que tenemos tan poco que ver como con los demás del Congreso. Quien rechace esta asociación por “falta de coherencia” o “inmoralidad” estará confundiendo estética con ética, y ésta con política, o sencillamente desea que fracase nuestro proyecto político.
Coda final: a Churchill, fervoroso anticomunista, le reprocharon durante la guerra mundial la alianza con Stalin y los discursos a favor del pueblo ruso y la resistencia soviética. Sus detractores decían que eso era incoherente, traición a sus principios y cosas peores. Churchill respondió asegurando que si Hitler invadiera el infierno él haría un discurso en los Comunes a favor del diablo. De eso se trata, exactamente.
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