miércoles, 29 de abril de 2009
Apuesta por la normalización en Euskadi
Joseba Arregui en El Mundo.
Después de que durante tantos años el nacionalismo haya intentado vincular los términos pacificación y normalización en Euskadi, entendiendo que la normalización iba a ser consecuencia de la pacificación, y ésta consecuencia de la negociación política con ETA, el acuerdo firmado por el PSE y el PP para la investidura de Patxi López como próximo lehendakari significa sobre todo una cosa: normalización.
Con el acuerdo que hará posible esa investidura el próximo 5 de mayo, la sociedad y la política vascas dan un paso enorme en su propia normalización. Un paso que va en dirección opuesta a la que ha pretendido el nacionalismo en los últimos 10 años largos. Porque no va a ser producto de la pacificación, ni ésta lo va a ser de la negociación política con ETA.
Todo lo contrario: la sociedad vasca se convierte en una sociedad normal, que va a contar con una política normal porque los dos partidos -Partido Socialista de Euskadi y Partido Popular- apuestan porque el Estado exista en el País Vasco, porque las reglas de juego sean válidas, porque el cumplimiento de las leyes sea lo normal en la comunidad autónoma, porque las normas fundamentales que nos constituyen como sociedad política -la Constitución y el Estatuto-, sean tenidas, consideradas y valoradas como tales.
Debiera llamar la atención el que la sociedad vasca haya tardado tantos años en alcanzar esta normalidad. Claro que ETA sigue existiendo, pero ahora los partidos que van a apoyar al Gobierno vasco consideran que la banda terrorista es una anormalidad democrática, y que, por lo tanto, hay que emplear todos los medios del Estado de Derecho para luchar contra esa anormalidad, y no a la inversa.
El nacionalismo ha recurrido a la frase de que el acuerdo entre socialistas y populares es un pacto antinatura. Pero lo antinatural, lo anormal es gobernar gracias a la Constitución española y el Estatuto de Guernica y dedicarse a deslegitimar el fundamento del poder que se ejerce. El nacionalismo ha pretendido que en Euskadi siguiera el estado de excepción, la anormalidad de poner en cuestión el fundamento del derecho a cobrar impuestos, el fundamento del derecho a perseguir a los criminales, el fundamento del derecho a imponer sanciones, a promulgar leyes, a ejercer simplemente el poder.
Los nacionalistas han gobernado estos últimos 10 años asumiendo que gobernaba gracias a unos fundamentos que podía poner en cuestión, entre paréntesis, que podía declararlos inservibles, inválidos y darlos por muertos. El nacionalismo vasco ha gobernado creando un vacío de legitimidad respecto al poder del que ha gozado.
El acuerdo alcanzado por el PSE y el PP pone punto final a ese teatro de deslegitimación del poder estatutario. La sociedad vasca pasa a ser una sociedad normal -es decir, una sociedad en la que se ejerce el poder, porque éste está legitimado democráticamente-, en la que se proclaman leyes que obligan a todos, porque existe un marco que lo legitima. Deja de ser una excepción a la norma, deja de ser una salvedad en la historia del Estado de Derecho.
El acuerdo del PSE y del PP no es ni más ni menos que eso, pero es todo eso. Es lo más importante, aunque tengamos que preguntarnos qué ha pasado en Euskadi para que se tenga que afirmar en un acuerdo de investidura que se reconoce la legitimidad de la Constitución y del Estatuto en la política vasca, aunque tengamos que preguntarnos por qué hasta ahora ningún partido de gobierno haya puesto por escrito que es necesaria la deslegitimación social y política del terrorismo de ETA.
En este sentido, nos encontramos como si iniciáramos de nuevo el camino estatutario, como si nos retrotrajéramos al año 1980, al inicio de la andadura estatutaria: legitimando y valorando todo lo que significa el pacto estatutario. Tarde, pero más vale tarde que nunca. Y esta defensa, legitimación y valoración del pacto estatutario va estrechamente unida con la exigencia de deslegitimación política del terrorismo.
Después de 30 años, los partidos que van a apoyar la próxima semana la investidura de Patxi López se encuentran ante la necesidad de tener que subrayar que el futuro sólo se puede construir desde el respeto a la legalidad y a las reglas de juego que nos hemos dado entre todos. Después de tres décadas se ha hecho preciso afirmar solemnemente en un documento para la investidura que las políticas se deben llevar a cabo teniendo en cuenta los derechos universales de ciudadanía.
Desde estas afirmaciones que debieran haber constituido la columna vertebral de acción política de todos los gobiernos desde el inicio de la andadura estatutaria, se derivan las políticas concretas a las que apunta el acuerdo: compromiso de que la violencia terrorista no obtendrá nunca ventaja o rédito político alguno -y a algunos todavía nos retumba en los oídos la afirmación de líderes del PNV diciendo que ETA no se acabará mientras no se reconozca el derecho de autodeterminación y la territorialidad-.
En el mismo contexto se entiende la frase del acuerdo en la que se reclama respaldo y respeto a la actuación de la Justicia en el País Vasco, en garantía de las libertades de tod@s. Llama la atención la naturalidad con la que se recoge la negociación de la transferencia de medios para para las políticas activas de empleo, unificando un servicio hoy duplicado y ganando en capacidad de gestión y efectividad.
Esta frase es demostración de las posibilidades que se abren cuando se deja de hacer una lectura unilateral, exclusivamente nacionalista y no pactada del texto estatutario, contraviniendo su espíritu de pacto y de compromiso. Vale lo mismo para la voluntad manifestada de llegar a un acuerdo con el Gobierno central para culminar las transferencias pendientes. El Estatuto se puede completar dejando de lado las interpretaciones nacionalistas contrarias al texto.
Es la voluntad de garantizar los derechos de los ciudadanos, por encima de cualquier otra consideración, lo que lleva a los firmantes del acuerdo a establecer la primacía de la voluntad o del derecho de los padres a elegir la lengua de enseñanza para sus hijos entre las dos lenguas oficiales de Euskadi: ambas podrán ser vehiculares en el sistema educativo vasco.
Dice el acuerdo: «Garantía de la libre elección de lengua vehicular por los padres en la enseñanza de sus hijos... Aprendizaje obligatorio en la enseñanza de la otra lengua oficial distinta a la lengua de opción del ciudadano... teniendo como objetivo alcanzar un bilingüismo integrador, para lo que se fomentará la utilización vehicular de las dos lenguas oficiales, su conocimiento y su uso, en el respeto a la libertad de elección de lengua de las familias...».
Al pluralismo lingüístico vasco no se le sirve dañando el derecho al trabajo de muchos ciudadanos vascos, sino poniendo los medios mínimos necesarios para que las administraciones públicas vascas puedan atender a los vascoparlantes que elijan esta lengua en su trato con ellas. Los que importan son los hablantes y no las lenguas en abstracto. De los derechos de éstos se trata, sin tener que construir la hipótesis imposible de una sociedad en la que todos los ciudadanos fueran bilingües perfectos.
Un lehendakari no nacionalista, un presidente del Parlamento vasco no nacionalista: la otra Euskadi también existe, y gobierna y representa legítimamente a la sociedad vasca. Son constitucionalistas, pero que no tratan de negar que exista nacionalismo en la sociedad vasca, porque se mantienen firmes en la defensa del Estatuto que nos constituye, en la defensa de la transversalidad constitutiva de la sociedad vasca reflejada allí donde importa, en el ordenamiento jurídico básico.
La lealtad a esa transversalidad permite que los gobiernos puedan ser nacionalistas, constitucionalistas o mezcla de ambos, porque lo fundamental, el respeto al pluralismo y a la complejidad está a salvo donde corresponde: en el Estatuto.
¿Andalucía?
Elvira Lindo en El País.
Domingo por la noche en Cádiz. Domingo lluvioso, antiguo, de los de quedarse en casa viendo la tele. En la pantalla, una mujer humilde a la que un programa rinde homenaje. La mujer, perteneciente a esa generación que se quitó la comida de la boca para dársela a sus hijos, va a recibir un regalo sorpresa de la tele. El sueño de su vida: un traje de faralaes para ir a la Feria. Todo esto sucede en un clima de sensiblería insoportable. La locutora, que no quiere quedarse atrás en este maratón de andalucismo, aporta a la escena un acento exagerado, estúpidamente paternalista, como si el pueblo invitado al programa fuera un bebé con el que un presentador hubiera de rebajar el nivel. ¿Es esto Andalucía? Eso cree Canal Sur, cadena pública que suele apelar con alarmante frecuencia a una tradición cargada de tópicos, alegrías baratas y, muy a menudo, chabacanería.
La mujer llora al ver el traje y un grupo musical rubrica el acto de entrega con unas sevillanas que exaltan la importancia que para los hijos tienen las madres. A mí me duele la utilización impúdica de esas lágrimas. ¿Es ésta la manera en la que una televisión pública habla del pueblo que paga su factura? Nada menos que el 24% de la comunidad andaluza se encuentra en el paro o al filo de estarlo. Con lo cual, este populacherismo sin interrupción, esta deformación constante de la realidad, que en periodos de bonanza resulta empachoso, en épocas de crisis es una burla, una burla. Sé de muchos andaluces que sienten vergüenza viendo esta caricatura televisiva de su tierra; también hay otros, es cierto, que se han educado bajo el dominio del pintoresquismo autocomplaciente e ignoran que hubo un tiempo en que sus artistas, Lorca, Juan Ramón Jiménez, Falla, Machado, tantos otros, lucharon activamente por la dignificación de la cultura popular.
martes, 28 de abril de 2009
Seriedad con Europa
Antonio Gala en El Mundo.
ALGUNAS de nuestras Autonomías dan la tabarra en la UE al ofrecer peculiaridades ajenas a la legislación general. El Consejo de Estado ya emitió una consulta, que temo encerrada en La Moncloa.A imitación de Alemania, donde el interés general lo define el Gobierno federal, no los länder, tendría que resolverse nuestro caso. Más, porque España no es un Estado federal ni que a la ventana te asomes; más bien un corral de gallitos gritones. Esperemos que la experiencia de Chaves los armonice, pero sin excesiva confianza. Porque corremos el riesgo de que manden a hacer puñetas nuestros protagonismos aldeanos. Una verdad mayor: el Estado es el único actor responsable ante Europa. Y no cabe otra. Sí; armonizar a través de leyes ya previstas en la Constitución (150.3).Para lo que se necesitaría otra legislación acordada en común. Y eso es ya atroz: una multiplicación de preceptos redactados por gente sin otra idea que llevarse el gato al agua... Los políticos son blandengues si necesitan votos; los representantes, iletrados; y la postura estatal, de plastilina
lunes, 27 de abril de 2009
El "tardo-talante"
Iñaki Ezquerra en La Razón.
Llegó Zapatero al poder dándonos lecciones de talante, pero, gracias a su buenismo y a su pacifismo profesionales, los españoles acabamos a tortas entre nosotros y con medio mundo. Últimamente asistimos, sin embargo, a la rectificación de aquella política. Obama y Sarkozy son los ejemplos más clamorosos de ese espectacular cambio de rumbo. Ahora resulta que los mayores enemigos de nuestra izquierda -el imperialismo yanqui y la derechona gabacha- se han convertido en nuestros mayores aliados y están haciendo alarde del talante práctico que Zapatero no tuvo más que en el terreno retórico. Obama se olvida de los feos mohínes ante la bandera estadounidense y de la anunciada retirada afgana para sacarse la foto de Praga mientras Sarkozy duda de que tengamos a Einstein de presidente, pero le lleva a la cumbre del G-20 y le descabeza a ETA un día sí y otro también. Sarkozy también ha tenido un plausible talante con nuestro Presi porque se ha olvidado del famoso «Ségolène, Ségolène, Ségolène» y está haciendo por la España de Zapatero lo que Mitterrand no hizo por la de Felipe. La verdadera Legislatura del talante es ésta. El zapaterismo va de rojeras, pero dobla la rodilla ante Obama como Franco ante Eisenhower. Y la vuelve a doblar ante Sarkozy como el felipismo la dobló ante Wojtyla o Pepiño la dobla ahora ante doña Aguirre para ganarse electoralmente a Madrid. Y Letizia y Sonsoles competirán en trapitos con la Bruni.
domingo, 26 de abril de 2009
Pijoaparte
Jon Juaristi en ABC.
No hay, en la literatura española contemporánea, un personaje más redondo y logrado que el Pijoaparte, y Marsé se merecía el Cervantes y la inmortalidad por sólo esa novela, Últimas tardes con Teresa, de 1966, que es el gran retrato de la España progresada del desarrollismo y del declive de la dictadura franquista, vislumbrada a través del prisma barcelonés: ficción picaresca y cervantina que sacó todo el partido posible, y más, de uno de los estereotipos aurorales del realismo histórico, el Julien Sorel, de Stendhal. Javier Cercas compara a Adolfo Suárez con Sorel en su última novela, Anatomía de un instante, pero el símil no es ni la mitad de convincente que la reconstrucción tácita del modelo por Marsé, y es que la época ayudaba, porque en los sesenta España estaba llena de réplicas de Sorel, pero ningún otro novelista tuvo el genio suficiente para elevarlo a símbolo traspasando la mera parodia, que es lo que Cervantes hizo con don Quijote, porque parodias del hidalgo con ínfulas caballerescas ya las había a manta desde antes del Lazarillo, y hacer de Suárez un Sorel no dice nada nuevo de un tiempo y de un país en los que todos fuimos Julien Sorel, pero tuvo que llegar Marsé a contárnoslo para que nos diéramos cuenta.
El arquetipo estaba ahí, a la vista, en la vida cotidiana de la gran ciudad, y no pasaba desapercibido a los novelistas. Mucho menos, a los poetas comprometidos del entorno de Marsé, como Gil de Biedma, que, tras evocar a los chicos murcianos de Montjuic, expresa su deseo de que ganen la guerra civil que sus padres perdieron: «Sean ellos sin más preparación/ que su instinto de vida/ más fuertes al final que el patrón que les paga/ y que el saltataullels que les desprecia./ Que la ciudad les pertenezca un día./ Como les pertenece esta montaña,/ este despedazado anfiteatro/ de las nostalgias de una burguesía». Moralidades es también de 1966, como la novela de Marsé, pero ya nueve años antes, Pasolini, en Le ceneri de Gramsci, había cantado en términos muy parecidos a los muchachos romanos que «hacen a Italia suya, con su sonrisa dialectal», que no encubre memoria alguna, sino el impulso del sexo junto al «cinismo más verdadero» y «la más verdadera pasión». Cualquiera de ellos podía ser Pijoaparte, pero los poetas de izquierda se recreaban en el tópico, en el mito de la barbarie redentora que ya habían ensayado los románticos, edulcorado con alguna delicuescencia erótica en los casos de homosexuales implícitos o explícitos como Gil de Biedma y Pasolini. Para ellos, la realidad se les ofrecía ya literariamente formada, como un mito («in essi, inermi, per essi/ il mito rinasce...»). No había atisbo alguno de indagación, ni siquiera de interés en las vidas individuales, ya fueran éstas las de los idealizados efebos del subproletariado o la de la prima Montse, que acababa fugándose con uno de aquellos randas. Y eso precisamente era lo que Marsé descubría, lo irrepetible de cada oscura historia, que quizá fueran ejemplares, pero nunca tópicas.
De ahí que Pijoaparte haya resistido el paso de los años, mientras que los arquetipos de la poesía comprometida, los jóvenes bárbaros sin patria y sin cultura que acampaban en las afueras de la ciudad burguesa, fueron disciplinadamente encuadrados por un nacionalismo que se jactaba, y con razón, de poder fabricar etnia a partir de cualquier materia prima, más maleable cuanto más desarraigada. En cambio, la vida que refleja el espejo móvil de la gran novela, por muy universal que sea el horizonte a que apunta su pretensión moral, jamás se somete a conformismos gregarios.
sábado, 25 de abril de 2009
Tontos útiles y bobos solemnes
Ignacio Ruiz Quintano, en ABC.
La verdad es que nos veíamos haciéndonos lenguas hoy del duelo de Sevilla: El Cid, la parte seria de la fiesta -por eso le negaron la música en el cuarto-, y Morante -mentón en conversación con el esternón-, la parte cómica, pero los victorinos salieron gatos por liebres, y uno debe ceñirse a la rigurosa actualidad, que desde el instante de nacer -porque el presente no existe- pertenece ya a la muerte.
La actualidad nos dice que los Sarkozy están al caer en Madrid, donde nadie ha resuelto la duda política de si Zapatero es un tonto útil, como tiene sugerido Sarkozy, o un bobo solemne, como tiene dicho Rajoy.
El CNI no revela el coeficiente intelectual de Zapatero. A Popper, que no era ningún rojo, los coeficientes intelectuales le parecían una insensatez de nuestra época:
-Lo más probable es que conduzcan a los norteamericanos a perder la próxima guerra mundial, pues sus generales son elegidos con arreglo a su coeficiente.
Sarkozy ve en Zapatero a un tonto útil porque gana elecciones con una miajita de inteligencia. Pero el «tonto útil» es un invento político de los comunistas, que lo diferenciaban del «compañero de viaje». Umbral, que fue las dos cosas, explica que el tonto era, en efecto, un tonto, pero resultaba útil precisamente por tonto. El compañero de viaje, en cambio, marcaba una categoría intelectualmente superior:
-Se trataba del intelectual que, sin militar, prestaba su firma a la causa. La vez que me recuerdo más tonto fue en una manifestación comunista de las Rondas a la plaza de Benavente. En cabeza, Carrillo, otros mandas y yo. En Atocha, Carrillo se marchó a un avión. Ausente el jefe, los mandas me fueron despidiendo como en un duelo, cada uno a su avión. En la plaza subimos a un tabladillo y vi que la noche era tensa de público y maderos. Cuando empecé a leer mi papela, los anarquistas gritaron «que lo lea un obrero». Marcelino Camacho, el único que había quedado, me dijo: «Lee y vámonos, que aquí hay mucho peligro.»
Blake escribe que el tonto no entrará en la Gloria, por santo que sea, lo cual no debe de quitarle el sueño a Zapatero, y Pope, que «el tonto con el tonto arman una bárbara guerra civil», como hemos visto con la ley de la memoria histórica. Ruano, estudioso del asunto, enseña a no confundir al tonto con el bobo, variante noble del tonto. El bobo es poético, mientras que el tonto es realista, con un sentimiento urgente del triunfo. Asombra en el tonto la seguridad sin matices que tiene en cada idea, porque los tontos tienen también ideas. Al tonto lo humilla el favor. El inteligente lo necesita. El listo lo utiliza. El bruto no lo entiende. El bobo lo llora. El encumbramiento sin cumbre es prebenda que no da Dios, sino un diablo burlón y, al fin, vengativo de su propia creación.
-Más honda será la caída en aquél que no debió subir.
miércoles, 22 de abril de 2009
Participación, información y maquillaje.
La opinión de José Manuel García Bravo, Concejal de C´s en Sant Andreu de la Barca.
Hablar de democracia, de participación ciudadana, es algo que pronuncia nuestro Alcalde con bastante habitualidad. Son palabras vacías de un discurso memorizado y asumido que únicamente persigue modelar una imagen como forma, pero sin fondo. A las pruebas me remito.
En junio del pasado año se aprobó la constitución del Consell de Ciutat a propuesta del PSC con el objetivo de escuchar la voz de los vecinos de forma previa a la adopción de acuerdos por parte del ayuntamiento. El trasfondo de la propuesta era articular una maniobra para acallar las voces discordantes que criticaban el cambio de horario de los plenos. Se creó un producto al más puro estilo de la factoría de los maquillajes de la señorita Pepis, recuerdan. Cinco meses después se aprobó la convocatoria pública para que los ciudadanos de este municipio conformaran este órgano consultivo del ayuntamiento. Diez meses después todavía no se ha constituido el Consell de Ciutat y ni tan siquiera se ha publicado en el tablón de edictos del ayuntamiento la convocatoria pública. ¿A qué espera nuestro alcalde? ¿A qué espera nuestra concejala de participación ciudadana?
No interesa la creación del Consell de Ciutat, no interesa la participación ciudadana, no interesa que los vecinos conozcan y opinen sobre cómo quieren que sea su municipio.
Ciutadans ha pedido explicaciones, tanto verbalmente como por escrito, sobre los motivos por los que no se ha constituido el Consell de Ciutat. No se nos ha contestado. La desidia mostrada tanto por el Alcalde como por el partido al que representa (PSC) nos sirve para concluir que era una maniobra política, de imagen, sin fondo, propia del encantador de serpientes de turno.
Ciutadans, sin embargo, sí que actúa con hechos y no con palabras. Prueba de ello es que en el mes de septiembre pasado presentamos una moción en la que solicitábamos la elaboración de un reglamento de participación ciudadana, con el que no contamos en la actualidad. Pedíamos que en ese reglamento constara el Consell de Ciutat, la celebración de audiencias públicas abiertas a la participación de los vecinos, y pedíamos que se regulara en ese reglamento el derecho constitucional de poder celebrar consultas populares sobre temas de interés municipal para los vecinos. ¿Saben qué partidos políticos votaron en contra?, aciertan, fueron PSC y ICV-EUIA.
La participación ciudadana, para el PSC, significa la generación de problemas ya que para facilitarla han de brindar información y eso es a lo que tienen miedo, a que la gente conozca como se está gestionando este municipio. Información con la que tampoco contamos los concejales de la oposición en la mayoría de ocasiones. Prueba de ello es que hace meses que esperamos respuesta sobre las actuaciones que se están llevando a cabo en el nuevo Teatro Municipal y sobre el estado de situación de los veintidós procedimientos judiciales que se instruyen por temas de urbanismo. En alguno de estos procedimientos, al parecer, ya se ha dictado sentencia condenatoria contra el ayuntamiento poniendo patas arriba la gestión urbanística realizada hasta la fecha. ¿Qué esconde el PSC? ¿Qué esconde el Alcalde?
La mejor ocasión
José María Ridao en El País
La detención del tercer jefe etarra en el plazo de cinco meses confirma lo que el prolongado silencio de los terroristas parecía augurar: la banda se halla en un proceso de descomposición que podría resultar definitivo. El mito de su invencibilidad se está viniendo abajo y, con él, la convicción de los más radicales dentro y fuera de los comandos de que el asesinato y la extorsión sirvan para algo. Ni siquiera para recordar que su sombra sigue estando ahí, porque, aun estando ahí, se ha convertido en un espectro con el que nadie cuenta en términos políticos. Es verdad que la amenaza del terror sigue pesando sobre los líderes y militantes de los partidos democráticos, y también sobre empresarios y simples ciudadanos en el País Vasco. Pero la acción policial y judicial, por un lado, y el rechazo del terrorismo incluso entre sectores del mundo abertzale, por otro, han abierto un espacio cada vez más amplio para actuar políticamente en libertad, por más que sean muchas las personas que padezcan severas restricciones en su vida cotidiana. Es la paradoja ante la que el declive terrorista está colocando al País Vasco, y con la que habrá que convivir aún durante un tiempo: muchos ciudadanos no pueden pasear por las calles de sus pueblos y ciudades, pero han podido, en cambio, decidir un cambio en Ajuria Enea.
El proceso de descomposición de la banda podría, en efecto, resultar definitivo. La única condición es que ningún partido democrático se apreste con mejores o peores argumentos, con mejores o peores intenciones, a acelerar el desenlace, según ha sucedido en cada ocasión en que la banda ha estado contra las cuerdas. Si se mantiene la estrategia actual, el desenlace llegará cuando tenga que llegar. Y probablemente llegará sin ajustarse a ninguno de los modelos teóricos que se han barajado desde antiguo. Es más, las especulaciones acerca de esos modelos no les corresponde siquiera a los demócratas, sino a los terroristas. Son ellos los únicos para los que tiene sentido preguntarse qué tipo de salida les queda, puesto que desde el Estado y desde los partidos la respuesta tiene que ser siempre la misma: la violencia no tiene cabida en el sistema democrático, y ahí las leyes están para recordarlo.
Sobre los partidos nacionalistas del País Vasco puede pesar la tentación de buscar el protagonismo que el nacionalismo ha perdido con su salida del Gobierno. Tal vez algunos de estos partidos intenten proponer una nueva panacea para acortar la agonía de la banda y, de este modo, acortar también la situación en la que viven los ciudadanos a los que la banda tiene en su punto de mira. Pero es que la simple formulación de una nueva panacea puede destruir las condiciones que la hacen posible en este momento, deteniendo aunque sea de forma provisional el proceso de descomposición que vive la banda. Por descontado, los partidos no nacionalistas no van a entrar a ese señuelo: lo desaconseja la experiencia acumulada, además del hecho nuevo de que podría llevarse por delante el Gobierno que está a punto de formarse en el País Vasco. Pero también los partidos nacionalistas que se aventuren por la vía de intentar que se acorte la agonía de la banda corren riesgos, y harían bien en tomarlos en consideración por el bien suyo y por el de todos: la banda se abrazará a la eventual salida que propongan, intentando comprometerlos políticamente en una estrategia compartida.
Desactivar esta posible tentación de los partidos nacionalistas es, pese a todos los recelos, pese a todos los comprensibles reproches por estos años de aventurerismo institucional, una de las tareas que tendrá que enfrentar el nuevo Gobierno vasco si quiere contribuir a que las esperanzas sobre el fin del terrorismo no tarden en cumplirse. Es una tarea compleja, en la medida en que los partidos nacionalistas saben el papel que desempeñan en estos momentos. Pero convendría que nadie se llamase a engaño: un papel decisivo no por lo que puedan hacer en dirección a los terroristas sino exactamente por lo contrario, por lo que deben dejar de hacer. De la anterior negociación con la banda se dijo que era la mejor ocasión para acabar con el asesinato y la extorsión en el País Vasco; también se dijo en las dos negociaciones anteriores. Se trataba de simples espejismos, como el fanatismo de los terroristas se encargó de demostrar. Ahora, sin embargo, las esperanzas tienen otro fundamento que nada tiene que ver con los deseos sino con un trabajo policial y judicial constante, y con la decidida voluntad política de resistir al terrorismo.
lunes, 20 de abril de 2009
La inteligencia de Zapatero
Pablo Sebastián en Estrella Digital.
Lo peor de la descortés descalificación personal que el presidente Sarkozy hizo de Zapatero, diciendo que no es inteligente aunque gane elecciones, es que al político español semejante opinión le ha perturbado mucho porque él se considera muy listo. Tanto como para engañar a todo el mundo, y en este tiempo convulso que vivimos a los trabajadores, a los sindicatos y a todos los dirigentes de su propio partido, a los que intentó convencer en el pasado Comité Federal de que la crisis de Gobierno que acaba de llevar a cabo es una obra de arte -la cara de guasa que exhibía Bono lo explicaba todo- que lo llevará al triunfo electoral en la europeas del mes de junio, para lo que ha vuelto a desempolvar la guerra de Iraq, a ver si con esta jugada que él cree tan "astuta", y con el nuevo Gobierno, consigue remontar el vuelo.
A los trabajadores y sindicatos, lejos de reconocer sus graves errores y sus no menos graves mentiras en la crisis de la economía, el listo de Zapatero les dice que aumentará el gasto social, que no consentirá más parados sin el derecho a subsidio, les asegura que no existen problemas en la Seguridad Social y afirma que todo lo hace muy bien. Entonces, ¿por qué relevó a Pedro Solbes? Zapatero ha agravado el problema del paro en España y luego se presenta como el salvador de la izquierda social y laboral. Presumía ayer de los 8.000 millones cedidos a los ayuntamientos para hacer obras locales y mantener el empelo, y todos saben que sólo para salvar Caja Castilla La Mancha (y a su presidente manchego Barrera) habilitó 9.000 millones de euros del Estado.
La verdad es muy distinta. Zapatero camina desesperado hacia el derroche de los fondos del Estado -entre otras cosas montando el Gobierno más caro de Europa- sólo para salvarse él de la quema electoral que lo amenaza tras la derrota en Galicia y de su debilidad en el Parlamento. Las que pretende solventar volcando la deuda presupuestaria sobre Cataluña para que ERC, CiU y PSC no lo dejen caer. Y cuando habla del gasto social tampoco dice la verdad, porque Zapatero a quien está favoreciendo, con mucho dinero, es a los banqueros y grandes empresarios de la construcción, o las compañías automovilísticas y eléctricas que lo cortejan, así como a poderosos grupos de la comunicación -Prisa, La Sexta, Zeta, tocados con graves problemas económicos- que son los que sostienen ante la opinión pública su falso izquierdismo, por ello se anuncia la sustitución en RTVE de la publicidad privada en menoscabo del déficit público y a favor de las cadenas privadas de televisión. Las que, por otra parte, intentan ocultar sus errores políticos e incapacidad para gobernar este país, y menos aún cuando arrecia una crisis económica tan grave que él mismo negó. Y que se negó a abordar cuando, hace algunos años, no pocos analistas y observadores le advirtieron del que era un peligro inminente: el estallido de la burbuja inmobiliaria. Y en suma del modelo de crecimiento español. Incluso cuando estallaron las hipotecas subprime americanas, Zapatero se mofó y dijo que eso era sólo cosa de los americanos, sin ver la que se venía encima del sector inmobiliario y del sistema financiero español, del que el inteligente Zapatero declaró que era el mejor del mundo, y ahora se prepara para abordar los problemas de más cajas de ahorros y bancos con cerca de 40.000 millones de euros.
Cortés o descortésmente -según como se mire-, Sarkozy le ha llamado tonto a Zapatero. Y el presidente, que siempre creyó que los tontos eran Sarkozy y Berlusconi, porque bajo su mandato serían superados por el PIB español, ha quedado estupefacto, porque él siempre piensa que los tontos son todos los demás. Y que su permanente simulación nunca será descubierta porque los electores de izquierda siempre lo salvarán, y su portentosa muralla de la radio y la televisión no dejará pasar el mensaje de sus descomunales errores y carencias. Por ejemplo, en la cumbre del G-20 de Londres confundió una palmadita de Gordon Brwon diciéndole "échanos una mano" con que se le investía a él como gran negociador entre Obama y Sarkozy, lo que resultó una gran mentira aireada por los medios españoles afines a la Moncloa. Luego se presentó como el gran triunfador de las decisiones contra los paraísos fiscales, y al final se descubrió que no tocó pelota en esa negociación entre los grandes de la cumbre que fue llevada a cabo por Obama y Sarkozy con el presidente chino, que era el más reticente a la iniciativa, como lo desveló el diario Le Monde.
Todo o casi todo en él es así y en Europa ya lo conocen, y en España ya lo empiezan a conocer. Las palabras de Sarkozy, sobre las que pronto harán bromas los dos, durante la próxima visita del presidente francés a Madrid, han abierto la veda y la discusión sobre la capacidad política de Zapatero y sobre la impostura y debilidad de su liderazgo. Y la crisis económica, que irá a peor en los próximos meses, dejará a su nuevo Gobierno en mala situación y con el déficit público -que Solbes había pretendido preservar- en cuotas inaceptables para la convergencia europea del euro, amén de para la propia estabilidad del gasto público y social español. Pero Zapatero está, desde hace años, en una permanente fuga hacia delante para salvarse él. Y ahora ha decidido quemar las naves del Presupuesto, con tal de ganar algo de tiempo, lo que no es muy inteligente, como diría Sarkozy, porque es el tiempo, precisamente, el que juega contra él.
domingo, 19 de abril de 2009
Caminos
Sabino Méndez, en La Razón.
Aquí en Galicia, los lugareños tienen televisión, en efecto, pero la interpretación que hacen de lo que por ella brota es muy diferente a la nuestra. Véase, por ejemplo, la percepción de la flamante y reciente remodelación ministerial. Hablábamos la semana pasada de las complicadas vías de comunicación que siempre han sufrido los gallegos debido al clima y la orografía de su zona (no hay conductor que no conozca las temibles nieblas de Ponferrada). Esa complicación ha hecho saber a los gallegos, antes que nadie, que gobernar a golpe de mapa geográfico es tan absurdo como gobernar a golpe de sondeo. Así, el nacionalismo ha resultado ser aquí más endeble que una argumentación de Suso de Toro. Por contra, flota en el aire una confianza no consciente en que el nuevo ministro de Fomento aliviará un poco esa complicación de comunicaciones, porque es sabido que lo primero que hacen esos ministros al llegar a su puesto de trabajo es construir un AVE que les lleve rápido y suave hasta los terrenos de su infancia. ¿Por qué en Galicia entonces la malintencionada e interesada promoción del conflicto territorial no ha prosperado? Muy sencillo: porque tienen al lado a Portugal con su inflación desmesurada y sus desalentadores índices de paro y crecimiento. Los gallegos no ven Lisboa como un simple destino turístico, sino como el espejo de que (por mucho que se rasguen las vestiduras con victimismo histérico los fariseos nacionalistas) las cosas siempre podían ser mucho más complicadas y los obstáculos contra los que luchar mucho más grandes. Ahí está, en la práctica, desnuda, reluciente bajo el sol, la prueba fehaciente del lugar en el mundo a donde llevan los nacionalismos. Desde luego, los caminos del Señor (y también los del ministro de Fomento) son en verdad inescrutables. Los lugares de destino, en cambio, no.
sábado, 18 de abril de 2009
Las niñas putas y los niños en taxi
Juan Manuel de Prada en ABC.
viernes, 17 de abril de 2009
Tontadas
Arcadi Espada en El Mundo.
El señor González Pons, portavoz del Partido Popular, ha dicho: «No me alegro de que un presidente extranjero se burle del presidente de nuestro país, aunque puede que tenga razón». El «presidente extranjero» (¡qué mal suena eso en Europa!) es Nicolas Sarkozy y «la burla» hace referencia al elogio matizado que hizo del presidente Zapatero ante un grupo de diputados y senadores franceses, en una ceremonia que el diario Libération (en su habitual tono amable) calificó de «festival de moi je». Sarkozy, según ese diario, vino a decir que Zapatero podría no ser muy inteligente, pero había ganado dos elecciones: a un solo paso de la marca de Berlusconi, cuyo hat trick se llevó los mayores elogios del presidente francés.
Al conocerse estas palabras la oposición ha salido con la peor de sus caras: queriendo obtener rédito de la apreciación de Sarkozy y mostrándose al tiempo grotescamente patriótica. Será tonto, pero es nuestro tonto, ha venido a decir la oposición, defendiendo su derecho a monopolizar el insulto. Pero su reacción es absurda y muestra poca inteligencia práctica en el análisis de textos. Mucho más preocupante para el presidente Zapatero son, por ejemplo, los comentarios que hizo en esa misma comida el líder socialista Henri Emmanuelli. Porque él fue quien salió al paso de los autoelogios que iba dedicándose Sarzkozy cuando subrayaba que Zapatero había copiado su ley sobre la publicidad en las televisiones públicas. Le replicó Emmanuelli : «De Zapatero se pueden decir muchas cosas…». Que es lo mismo que añadir: y no todas buenas. Y fue entonces cuando, siempre según Libé, Sarkozy empezó a elogiar al presidente español: «Puede que él no sea muy inteligente, pero yo conozco muchos inteligentes que no han pasado al segundo turno de las elecciones presidenciales». El inteligente al que aludía era Lionel Jospin, el antiguo secretario socialista, batido por Chirac…. y Le Pen. Pero lo interesante es que la frase de Sarkozy permite sospechar que el que, en realidad, llamó tonto a Zapatero fue Emmanuelli. Tonto a secas. Porque si bien Sarkozy confirmó de inmediato la probable opinión de Emmanuelli sólo fue para añadir que él también pertenecía al mismo grupo. El grupo de los tontos (aunque, para ser justos, al hablar de sí mismo precisó: «a los que se nos llama» tontos) victoriosos.
Este tipo de comentarios son muy naturales en Sarkozy. Siempre se ha burlado de los listos, de los intelectuales y de los altos (aunque se rodea de ellos), y sólo hay que leer el extraordinario relato que escribió sobre él Yasmina Reza. A su juicio son ellos los que pierden las elecciones… y las chicas. Por lo que, dado el caso, es sorprendente que la oposición quiera seguir presumiendo de lista.
miércoles, 15 de abril de 2009
Geometría variable
Joseba Arregui, en El Periódico de Catalunya.
Es uno de los términos recurrentes de la política española: la dificultad de alcanzar mayorías absolutas conduce a la necesidad de pactos, tanto a nivel del conjunto de España como autonómico. Cuando un partido gana las elecciones, pero su mayoría es relativa, puede optar por un pacto de legislatura o por pactos de geometría variable, que significa tanto como buscar en cada momento el aliado parlamentario más adecuado según la materia o, aunque suene mal, el más barato.
Pero habría otra forma de hablar de geometrías políticas variables. Ante la posibilidad de que el PSE y el PP se pusieran de acuerdo para gobernar Euskadi, admitiendo el PP un Gobierno en solitario del PSE, una de las cuestiones que más se han planteado en toda España por parte de analistas de todos los colores ha sido la inmensa dificultad que entrañaba ese pacto, e incluso la debilidad del Gobierno naciente, dada la mala relación de ambos partidos, su encarnizada lucha en el conjunto.
ES DECIR:se niega la posibilidad de pactos de geometría variable porque no puede existir una forma de gobernar en el Ejecutivo central y otras formas diferentes, con pactos distintos, en las autonomías. Y resulta llamativo ver subrayada la debilidad del Gobierno que se apunta en Euskadi, la debilidad y previsiblemente corta duración del Gobierno de Patxi López, desde posiciones que defienden la España plural, con el argumento de que las elecciones europeas, luego las autonómicas y por fin las generales obligarán a PSOE y PP a enfrentarse sin miramientos.
Nada de España plural. En lo que a pactos políticos y composiciones de Gobierno se refiere, España debe ser unitaria. Solo puede existir un tipo de pacto político en cada momento: el que sirve al fortalecimiento del Gobierno central. Las autonomías se tienen que regir por esa exigencia uniformizadora. Nada de geometrías variables. Nada de un tipo de pacto en el Parlamento central, otro tipo de pacto en Euskadi y otro, por ejemplo, en Andalucía. Todo debe estar cortado por el mismo patrón. Debemos ser tan partidistas, tan acérrimos en la defensa de los intereses de partido, que ello debe conducir a defender la misma posición --no respecto del gobierno de las cosas, sino respecto del otro partido que puede gobernar en el centro-- de la misma forma en todas las autonomías y en el centro.
De vez en cuando conviene mirar hacia otros lados, hacia países que no pocas veces aparecen como modelos, si no a copiar, al menos de los que aprender. Sería realmente interesante que algún medio de comunicación se pusiera manos a la obra, y nos pudiera trazar mapas de gobiernos de geometría variable en países federales. A falta de ellos, apuntaré algunos datos de propia cosecha.
En Alemania gobierna en la federación una coalición llamada grande, compuesta por los dos partidos de masa, los democristianos (con los cristianosociales bávaros) y los socialdemócratas. Las encuestas dan como más que probable que el pró- ximo Gobierno tras las elecciones generales, en septiembre de este año, estará formado por los democristianos y los liberales.
En Baviera, tras las últimas elecciones, gobiernan los cristianosociales con los liberales, que en estos momentos son oposición, y dura oposición --de la que en España se llamaría crispada-- en Berlín. Lo mismo sucede en Baden-Württenberg (Stuttgart). Pero en Brandeburgo (Postdam) gobiernan los socialde- mócratas con los cristianodemó- cratas; en Sajonia (Dresde), a la inversa: son los cristianodemócratas quienes gobiernan con los socialdemócratas. En Hamburgo, sin embargo, gobiernan los demócratacristianos con los verdes, mientras que en Mecklenburgo-Pomerania Anterior y en Berlín han gobernado durante muchos años los socialdemócratas con la Izquierda (antiguos comunistas de la DDR más los salidos del SPD). Y la apuesta, fallida, en Hesse (Fráncfort) ha sido que gobernara el SPD en minoría, tolerado desde el Parlamento por la Izquierda.
COMO SE VE,una geometría totalmente variable, en la que la forma de Gobierno en Berlín no hurta de posibles gobiernos alternativos a los habitantes de cada uno de los estados. Todo ello conduce a un enriquecimiento político, a una Cámara alta en la que está directamente representada la pluralidad territorial a través de sus respectivos gobiernos, que realmente puede ejercer de contrapeso a la representación igualitaria de los ciudadanos en la Cámara baja. Todo muy plural, muy enriquecedor, de geometría muy variable.
Pero aquí no. En nombre de la lealtad a quien en cada momento manda en Madrid, caso de que no tenga mayoría absoluta, tan cara ella en España, nada de geometrías variables, pues, de lo contrario, cada Gobierno estaría condenado a la debilidad, a no poder durar, a la inestabilidad, porque se supone que los partidos son incapaces de hilvanar un pensamiento complejo, porque, desde un discurso que tanto subraya la España plural, solo se es capaz de pensar en coordenadas de homogeneidad de pactos. No vendría mal que nos preguntáramos por las razones.
martes, 14 de abril de 2009
Feliz Cumpleaños
Loquillo en el Periódico de Catalunya
El 28 de diciembre de 1958, un par de chavales entraron en los estudios de Radio Barcelona para cambiar la historia de la música popular en España. Bautizados como El Dúo Dinámico por un locutor que prefirió traducir el nombre original al castellano, la cultura pop-rock daba sus primeros pasos en un país en construcción, una cultura que daría a los jóvenes una identidad hasta entonces inexistente. Barcelona fue la ciudad española donde el rock and roll y la cultura pop se asentaron con más fuerza.
Los Pájaros Locos fue la primera banda en grabar, en 1959. Luego vendrían Los Sirex, Los Munstang, Alex y los Finders, Lone Star, Los Salvajes, Gatos Negros, Cheyenes, entre otros. Todos ellos escribieron las mejores páginas del rock y pop cantado en castellano en tiempos de censura y represión. Su actitud y pose hicieron que los sonidos y tendencias venidos de fuera de nuestras fronteras tuvieran un eco inmediato.
Al mismo tiempo, y a la sombra de la canción francesa y la música folk, otros jóvenes reivindicaban la cultura catalana humillada y pisoteada después de la guerra civil, abanderando con el tiempo un antifranquismo militante que empezaba a alzar la voz en la calle. Se hacían llamar Els setze jutges.
Si tomamos como referencia el primer disco sencillo de Raimon, grabado en 1963, podemos situar las dos corrientes en el tiempo. Leo sorprendido en algunos medios que la Nova Cançó celebra su 50° aniversario. Me pregunto por qué la cultura oficial sigue con su manía persecutoria, esto es, la de reescribir la historia a su antojo, dando a unos artistas la categoría de santones y a otros, en cambio, negándoles el pan y la sal como si su aportación al cambio de un país no hubiera sido importante.
Es sabido que la Administración catalana ignora lo que no se ajusta a su idea de cultura del país. No entraré en discusiones. Me interesa la música, y ellos sufren sordera cultural grave. Un servidor ha cantado con Los Sirex, Los Salvajes y Lone Star, versionado a Llach, participado en homenajes a Serrat y colaborado con Pi de la Serra y Maria del Mar Bonet. Unos y otros me merecen el mismo respeto. Al final, ¿van a tener razón aquellos que dicen que se discrimina a los artistas que utilizan el castellano en Catalunya?
Gente de tierra y sangre
Gabriel Albiac en ABC
-¿CUÁL es la lengua en que hablan los políticos?
Palabras en Bilbao. Ayer, domingo. Manifiesto del PNV en su «día de la patria». Festejo hilarante para los como yo: para todos aquellos a quienes una sonora lista de apellidos vascuences no salva -porque no les da la gana- de la degeneración cosmopolita. Sacramental liturgia para los creyentes en la tectónica fe en los mitos patrios de lengua, tierra y sangre. Georges Brassens, hace cuarenta años, se pitorreaba de eso en una descacharrante canción que glosa a «los imbéciles felices que han nacido en algún sitio». Un peligro de gente. Pero Brassens está muerto y enterrado. Y sus «felices imbéciles», más contentos que nunca de haberse conocido. Y mucho más numerosos. Respetados, incluso. Yo seré menos que polvo y nada de recuerdo, y estos del terruño patrio, hemomanía y neurona monótona seguirán dando la vara al que se tercie. Intemporales. Al fin, en este mundo, de nada salvo de la estupidez se dice lo eterno.
Palabras en Bilbao, ayer. Perfectas. En lo que limpiamente retratan la sesera del que habla. Más aún, el encefalograma de aquel que escucha sin fenecer de la risa. Palabras. De un enfermo. Que hiciera de sus fobias doctrina, sin temor al ridículo: «Vuestra raza, singular por sus bellas cualidades, pero más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española, ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo, era la que constituía a vuestra Patria Bizkaya; y vosotros, sin pizca de dignidad y sin respeto a vuestros padres, habéis mezclado vuestra sangre con la española o maketa, os habéis hermanado y confundido con la raza más vil y despreciable de Europa, y estáis procurando que esta raza envilecida sustituya a la vuestra en el territorio de vuestra Patria». Palabras de un pobre tipo no muy en sus cabales. El que acuña el salvífico lema bajo el cual ponían fe y esperanza los creyentes de ayer domingo. Redoble fundacional de Sabino Policarpo Arana: «Etnográficamente hay diferencia entre ser español y ser euskeriano, la raza euskeriana es sustancialmente distinta a la raza española... El roce de nuestro pueblo con el español causa inmediata y necesariamente en nuestra raza ignorancia y extravío de inteligencia, debilidad y corrupción de corazón, apartamiento total, en una palabra, del fin de toda humana sociedad... La patria de los vascos es Euskadi. Nuestra única patria es Euskadi». Y exégesis de sus sacerdotales discípulos de un siglo luego: «Euskadi es una nación con todos los derechos... Testimonio vivo de un pueblo con identidad propia..., depositario de un patrimonio histórico, social y cultural propio y asentado geográficamente en siete territorios ubicados en dos Estados a ambos lados de los Pirineos... Nuestro objetivo político es consolidar un marco político y jurídico en el que el sujeto político del pueblo vasco en su integridad tenga definido el derecho a decidir su futuro: el reconocimiento del derecho de autodeterminación». Y a uno le lleva un viento de estupor leopardiano: Non so se il riso o la pietà prevale... ¿Risa o piedad? Pero, tras de la Europa de los años treinta, risa o piedad ante esto son por igual imposibles.
¿Cuál es la lengua en que hablan los políticos?
Palabras en Berlín. 1933. «Estamos en el final del siglo de la razón. La soberanía de la inteligencia es una degradación patológica... Desconfiemos de la inteligencia, de la conciencia, y fiémonos de nuestros instintos... Sólo sobrevivirá la raza más viril y la más dura». Cierto pintor de brocha gorda austriaco: Adolf Hitler. ¡Qué pesadez, las gentes de terruño, raza y sangre!
domingo, 12 de abril de 2009
El miedo otra vez
Fernando García de Cortázar en ABC.
Hay unas palabras de Paul Valéry que me impresionan mucho y que, ahora, cuando reaccionamos ante la crisis económica mundial tapándonos la cara con ambas manos, igual que ante un descomunal puñetazo, no dejo de recordar: «La horrible facilidad de destruir». Ésta es quizá la lección más valiosa que podemos extraer de la historia: que el desarrollo, el progreso, la cultura... son cosas frágiles, que pueden perderse o destruirse con facilidad. No hay nada más repetido a lo largo de los siglos que el lamento pronunciado por Próspero en «La Tempestad», penúltima obra de Shakespeare:
«No he acertado a ver la vil conspiración del bruto Calibán contra la vida».
A quienes sigan creyendo que con el final de la Guerra Fría se han terminado todos los problemas, que cualquier conflicto se resuelve con una buena dosis de amable diálogo, que los avances tecnológicos traen, inevitablemente, el progreso humano, que la historia es una línea recta hacia la tierra prometida de la racionalidad y la prosperidad, habría que recordarles que vivimos alumbrados por un sinfín de mundos extinguidos.
No hay nada ganado firmemente. En los días de Augusto y Trajano, Roma tenía una población de más de un millón de habitantes y albergaba veintinueve bibliotecas públicas. A mediados del siglo V, después de las invasiones bárbaras, la ciudad del Tíber apenas contaba con treinta mil habitantes, muchos edificios estaban en ruinas, no había fondos para financiar las bibliotecas ni gente que las usara. Algo similar puede decirse de China, que durante siglos fue la civilización más refinada y avanzada del mundo. Los chinos inventaron el papel, la pólvora, la imprenta de tipos de madera, la porcelana o la idea de someter a pruebas escritas a los funcionarios públicos. Marco Polo abunda en maravillas al describir aquel Oriente de sedas, palacios y poetas. Pero después de la Edad Media, China se encerró en sí misma, orgullosa de su propia imagen, permitiendo, sin saberlo, que Occidente la rebasara y dejara cada vez más y más atrás.
Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito, tomándolos de la historia antigua y de la contemporánea, sin que dejen de resonar en nuestras mentes, como entre paredes desnudas, las palabras de Paul Valery: ¡esa horrible facilidad de destruir!
Volvamos los ojos, por ejemplo, al Renacimiento, cuando el mundo se apareció a los artistas, poetas y eruditos como un nuevo paraíso, y encontró eco el grito jubiloso «Vivir es un placer». A ese grato optimismo del espíritu sucedió, ya en el siglo XVI, la barbarie sin igual de las guerras de religión. La época de Rafael y Miguel Ángel, de Leonardo da Vinci, Vives, Moro y Erasmo retrocedió hasta cometer los mismos crímenes atroces que Atila, Gengis Khan o Tamerlán.
La última vez que el mundo pasó por un periodo de soberbias ilusiones fue entre 1895 y 1914, los años previos a la Primera Guerra Mundial. En Europa y Estados Unidos se pensaba entonces que Occidente estaba en el umbral de una era sin precedentes, una fantasía de paz y prosperidad indefinidas. Nadie, en 1914, podía imaginar que estaba a punto de comenzar una apocalipsis de muerte y destrucción como no se había conocido nunca, que «la vil conspiración del bruto Calibán» iba a tragarse millones y millones de vidas, imperios, generaciones enteras. Nadie, en 1920, podía imaginar que la época narrada por Scott Fitzgerald, el fulgor del dinero y los neones publicitarios de las ciudades norteamericanas, una luz casi sonora, pues brillaba en las pistas de baile o tintineaba en el oro y las pulseras de las mujeres, daría paso al ruido y la ira de los personajes de John Steinbeck: es decir, que la euforia económica de los años veinte saltaría en pedazos tras el crack del 29.
Tenemos una gran memoria para olvidar. Ahora, que vivimos bajo el «shock» de la crisis económica mundial, nos damos cuenta de que nos hemos adentrado en el siglo XXI provistos de medias verdades, encerrados en un racionalismo provinciano e idiota, inmersos en la dulzona y gelatinosa materia de un tiempo sin peso en la realidad, sin huella en el pasado, sin alcance en el futuro.
El nuestro, se insistía, siempre con frases prefabricadas, era un mundo nuevo, un mundo de promesas y oportunidades. El pasado, y en especial, el siglo XX, con sus guerras y terremotos económicos, no tenían nada de interés que enseñarnos. Todo eso había quedado atrás, su significado estaba claro, y podíamos avanzar hacia una era nueva y mejor.
Se hablaba, por supuesto, a ciegas, expresando un deseo más que una realidad: el triunfo de Occidente, el final de la historia, el ineludible avance de la globalización y del libre mercado... Ilusiones. Falsas esperanzas. Ahora, mientras los análisis y las predicciones fracasan en cadena, algunos advierten que si los planes del G-20 para combatir el desplome no van bien, habrá furia social, populismo radical, de derechas o izquierdas.
Eso mismo es lo que pasó tras la gran depresión de 1929. Lo que en la Europa de entreguerras, zarandeada por una economía en crisis y enquistados conflictos políticos, arruinó tantas democracias. Entre ellas, la República de Weimar, cuyo hundimiento nos recuerda que la democracia es siempre un objeto delicado, y nos advierte sobre la ineptitud y temeridad de quienes, aun cargados de buenas intenciones, debieron ser más precavidos en sus juicios y comportamientos.
El final de la República de Weimar, con las plazas gritando y vitoreando a Hitler, nos parece extraño y aterrador. Pero ahora, que empezamos a comprender lo fácil que es destruir la seguridad sobre la que descansamos, no me parece del todo inútil recordar aquel periodo. Weimar es una muestra de los peligros que pueden aparecer en un mundo patas arriba, cuando no hay consenso social ni político en ninguna de las cuestiones fundamentales.
«Lo único de lo que estábamos seguros es de que no había nada seguro», decía Ernst Jünger al revivir aquellos agitados años. Precisamente, esa atenazada sensación de inseguridad, así como el temor que dominó la vida política entre 1914 y 1945, eran algo que, en buena medida, los gobiernos europeos habían conseguido borrar del viejo Continente. Hasta ahora. Pues como en las películas donde el monstruo nunca muere del todo, el miedo ha resurgido con una virulencia insospechada: miedo a la incontrolable velocidad de la crisis, a perder el empleo, a quedar atrás en una distribución cada vez más desigual de la riqueza, miedo, sobre todo, a que quienes se hallan en el Gobierno, a que los sonrientes líderes del G20, no tengan, en realidad, ninguna idea de qué está ocurriendo ni de las soluciones efectivas para frenar la recesión.
A pesar de que se ha dicho que los acuerdos de Londres marcan el primer día de la recuperación, no hay razón para creer que la actual crisis global llegue a tocar fondo al final del 2009, como frívolamente ha vaticinado Zapatero. El caleidoscopio de la economía no deja de girar. Cada vuelta es una sorpresa. Y cada vuelta altera el punto de vista de nuestros políticos, que ya se han visto obligados a rectificar sus pomposos comunicados en varias ocasiones. Una cosa es cierta. Los ciudadanos buscan seguridad por encima de todo. Cuando el mundo de la política no les da respuesta, puede producirse el caso de que se alejen de la política, dando la espalda a la democracia. Y la historia del siglo pasado nos ha enseñado que resulta tan fácil destruir. ¡Tan terriblemente fácil!
sábado, 11 de abril de 2009
Material sensible
Iñaki Ezquerra en La Razón.
Rajoy ha tenido un recurrente problema desde el 2004 a la hora de hacer oposición. Los dos grandes y graves temas con los que ha podido evidenciar la incompetencia socialista -la política antiterrorista en la pasada Legislatura, la crisis económica en la presente- tenían el inconveniente paradójico de su propia gravedad, porque no se quedan en sí mismos sino que afectan muy directamente a toda la vida nacional. No se trata de asuntos colaterales sino fundamentales, que, si no se abordan debidamente, terminan haciendo «impopular» al mismo que denuncia los fallos en su gestión y que, de manera inevitable, pretende salir beneficiario de un perjuicio que padecemos todos. Si la oposición denuncia la corrupción del Gobierno -como lo hizo Aznar para llegar a la Moncloa en el 96-, esa lacra indigna a la ciudadanía, pero no repercute en las vidas de los individuos. Si la oposición empuña la bandera pacifista en medio de una guerra mal justificada como la de Irak -como lo hizo Zapatero en las vísperas del 2004- esa campaña no afecta a la vida cotidiana de los ciudadanos, como tampoco les afectaba a la mayoría de ellos aquella lejana guerra. Estamos ante dos casos de oposición que responden a eso que se llama «experimentos con gaseosa», que no alteran la vida del país, al menos de un modo directo e inmediato. En cambio, hay cuestiones que son «material sensible» y son justamente esas dos con las que ha hecho justa oposición Rajoy en diferentes tiempos. Si Zapatero estaba actuando erróneamente al negociar con ETA, el fracaso anunciado de dicha negociación iba a ser percibido inevitablemente como una mala noticia para todos los españoles. Si Zapatero está hoy haciendo una pésima política económica, su fracaso también lo vamos a pagar todos, por lo cual no resulta popular querer sacar popularidad del hundimiento económico del país. Y es que aquí la gente en lo que toca a esos dos temas va a lo suyo. Lo que la gente quiere es que no la maten y que no la despidan del curro. Dicho con otras palabras, ¿de qué le sirve al votante comprobar que el PP tenía razón si, precisamente porque tenía razón, su empresa ha quebrado? ¿De qué le vale comprobar que, en efecto, el PP acertaba al vaticinar el fracaso de la negociación con ETA si la comprobación de ese vaticinio equivale a que ETA le sigue amargando la vida? «¿No merecía la pena el atajo del diálogo como antes el del GAL?», se pregunta esa mentalidad exenta de principios en «un país que -con palabras de Luis Alberto de Cuenca- ha prohibido los héroes». Los héroes y los profetas. En España no hay ni romanticismo ni amor a la verdad. El héroe no gusta porque evidencia la cobardía de la mayoría. El profeta tampoco porque evidencia otra cosa incómoda: la ceguera general. Por esa razón el Gobierno siempre tiene el mismo argumento contra la oposición que toca ese «material sensible»: «Usted quiere que ETA vuelva a matar», «usted quiere que el país se hunda»... Tal acusación es injusta pero eficaz pues resulta innegable que esa oposición trata de nutrirse «legítimamente» de ese fracaso y ese hundimiento. Para ganar el poder en España no vale ni la denuncia del pacto con ETA ni de la crisis, como no valió la del GAL. Aquí hay que ser más frívolo. Trece años después de su derrota, el PSOE se sabe mejor que el PP aquella lección. Por eso busca una «minifilesa», para hacer desde el propio Gobierno algo insólito: oposición a la oposición.
viernes, 10 de abril de 2009
La espesa cohesión de un cenagal
Félix Ovejero en El País.
El Ayuntamiento de Barcelona, por empresa intermedia, ha vetado una publicidad de una sentencia del Tribunal Supremo que reconoce el derecho a elegir la lengua en la primera enseñanza. En una autonomía que gasta una fortuna en política -y penalización- lingüística y otra en propaganda de esa política, una mención a una sentencia judicial se considera "polémica".
El 53,5% de los catalanes tiene el castellano como lengua materna; en el Parlament, el 7,1%
El argumento, el habitual: se crea un conflicto donde no lo hay. La prueba de que no hay conflicto es que nadie se queja, se dice. Así de claro, así de cínico. Las quejas se acallan diciendo que no hay quejas y, por si acaso, se impide la expresión de las quejas. Se confunde, interesadamente, el problema con su denuncia. Como si al que critica una guerra le acusarán de provocarla.
Cuando se estira el hilo del conflicto siempre se llega al mismo ovillo: la cohesión. Montilla lo acaba de repetir: "La lengua propia es un factor de integración y cohesión (...), con la convivencia civil, con la lengua, no se puede jugar". Por si no estuviese claro el mensaje y el destinatario, precisa que la jurisdicción del Constitucional no alcanza a Cataluña: "Nuestro país no aceptará que se le imponga, desde fuera, una confrontación lingüística". El conflicto parece importarle poco al otro lado del Ebro. El socialismo catalán maneja principios de alcance limitado.
A mí, la cohesión no me parece el acabose. Pero tampoco me extraña que los políticos, incluso aquellos que vetean sus discursos con las bondades de la diversidad, la invoquen. Lo que me extraña es la conclusión. Porque si nos atenemos a "la integración y la cohesión", la lengua a defender debería ser el castellano, la lengua común y de la mayoría de los catalanes, la de los vecinos y la de la mayor parte de los trabajadores emigrantes. En la enseñanza, desde luego. No lo digo yo, sino un refinado pensador elogiado por los nacionalistas, Kymlicka: "La educación pública estandarizada en un mismo idioma (el de la mayoría) se ha considerado esencial si se quiere que todos los ciudadanos tengan iguales oportunidades laborales".
Yo, por supuesto, no sostengo lo anterior. Creo que hay otros principios a ponderar. Sólo digo que si lo que importa es la cohesión, hay que hacer lo contrario de lo que se hace.
No es excepcional la manipulación. Hay otra que atañe a algo más importante: la igualdad. Cuando se sostiene que, en aras de la igualdad, hay que tomar medidas de discriminación positiva en favor de la "lengua minoritaria", en un solo movimiento, se dan dos trucos. El primero: la igualdad -y, por ende, la discriminación- atañe a los individuos. Las lenguas no sufren ni tienen derechos. Tampoco se discriminan. Se discrimina a los hablantes o, en general, a quien se impide el acceso a ciertas posiciones en razón de criterios injustificados: sexuales, raciales o religiosos. En tales casos, la igualdad reclama eliminar las barreras, no entrenar a los ciudadanos a saltarlas. Lo que a nadie se le ocurre es imponer conversiones o cambios de sexo en masa para que estemos en "igualdad de condiciones".
En el caso de la lengua, si hay una común, el problema está resuelto. Con la lengua de todos, nadie se excluye. La exigencia de otra necesita justificación y siempre deja a alguien fuera de juego. Es lo que sucede cuando la "lengua propia" oficia como barrera laboral. Los españoles con "lengua propia" juegan con ventaja: participan en dos ligas, la privada y la de todos. No extrañe que las comunidades "sin identidad" se la inventen. Si no pueden proceder por lo derecho, contra las barreras de los otros, por lo torcido, con las propias. A la igualdad por la discriminación.
Algunos nacionalistas, en nombre de la igualdad de las lenguas, proponen que todas sean oficiales en todo el territorio. Es otro modo de conseguir la igualdad: todos aprendemos todas y las podemos utilizar en todas partes. Todos nos entrenaríamos para saltar todas las barreras. Eso sí, en Europa, con más de 225 lenguas, pasar del primer curso sería cosa de portentos.
El segundo truco: la discriminación positiva no está pensada para resolver la desigualdad entre minorías y mayorías, sino entre desprotegidos y poderosos. Los ricos, que no son muchos, no parecen necesitarla. Las mujeres, sí. La razón: su presencia política está lejos de corresponderse con su presencia demográfica.
Y ahora, las cuentas. Mientras el 53,5% de los catalanes tienen el castellano como lengua materna, en el Parlament, hace no tanto, la cifra se quedaba en el 7,1%. El reflejo en la agenda política nos atosiga, aburre y cuesta dinero. Desde luego, la aplicación de la discriminación positiva cambiaría el cuadro.
Los principios, como se ve, trucados. Lo que importa es otra cosa. Asoma sin pudor en la nueva Ley de Educación, que busca educar en el "sentimiento de pertenencia como miembros de la nación catalana". Vamos, la Formación de Espíritu Nacional. Eso lo justifica todo y a su servicio, lo que haga falta. Con los nacionalistas hace tiempo que uno aprendió a ser un encajador. Un aprendizaje modesto pero absorbente, ya se sabe. Qué le vamos a hacer. Pase con que nos intenten joder la vida, pero, por pavor, que no nos ensucien los principios.
domingo, 5 de abril de 2009
Buhoneros de la felicidad
Félix de Azúa en El Periódico de Catalunya
Hará más de 60 años que los humanos topamos con un enigma rotundo. En 10 años los pueblos más civilizados, cultos y ricos del planeta asesinaron a millones de sus compatriotas. Se suele decir que los alemanes liquidaron a seis millones de judíos. Esa es la versión alemana. Lo cierto es que asesinaron a seis millones de alemanes, polacos, húngaros, con la ayuda de los gobiernos francés, italiano, holandés y así sucesivamente. Los pueblos más avanzados del planeta demostraron que ni la riqueza, ni la cultura, ni la civilización son garantía de humanidad. Ni mucho menos de sensatez.
La resaca fue considerable. Incontables ciudadanos contrajeron una repugnancia invencible hacia los vendedores de esperanza, fueran estos patriotas, sacerdotes, comunistas, psiquiatras o economistas. El desvío hacia Oriente, además
de una frivolidad, fue consecuencia de la dificultad de creer en la esperanza occidental. ¿Qué podías
esperar? Las mejores cabezas trataron con ahínco de que nadie se llevara a engaño, sobre todo los estudiantes, masa frágil y maleable. La llamada "filosofía de la sospecha" quiso dar armas de resistencia contra el canto estupefaciente de los tenores y las sopranos políticas y mediáticas. Aparecieron publicaciones destinadas a revelar las mentiras de los diarios optimistas, es decir, corruptos. La televisión era el entierro de la sardina, el espejo de la farsa gubernamental, la esclavitud moral, el analfabeto ufano de serlo.
Han pasado los años. Ya no puedes escuchar al crítico respetable sin tener que apagar la radio por el estruendo publicitario. Imposible ver la tele sin espantarse ante la masacre. Los diarios respiran publicidad, lo que da a esas empresas un poder parejo al del Estado o las finanzas, si acaso difieren. No hay político que no venda nuestro futuro, ni futuro sin traje regional. Sucias mentiras vestidas para la boda. El escéptico ve un mundo en ruinas, poblado por cadáveres joviales.
Por lo menos ahora ya sabe quién gano la guerra: los mayoristas de la droga beata, los gimnastas de la genuflexión divertida.