domingo, 8 de febrero de 2009

Desafinados.

Un artículo de David Trueba.


La política española está desafinada. ¿Qué pasa? ¿Quién lo sabe? ¿Es preocupante? No es posible que se juegue con asuntos tan serios como el atentado del 11-M, la política antiterrorista, el grado de autonomía vasca y catalana y el sistema monárquico de una manera tan superficial. Un político profesional ha dicho que vivimos una situación equiparable al golpe del 23-F y nadie le ha pedido cuentas. ¿Dónde están los tiros, el secuestro de la soberanía popular? ¿Por qué constantemente tratan de tutelarnos? ¿Por qué no se comportan con madurez? ¿Por qué parecen más inconscientes los responsables políticos que los ciudadanos? Son concertistas a la suya, sin partitura precisa. Lo único que se acierta a escuchar de melodía de fondo es una letanía que dice: votos, votos, votos. De lo grotesco a lo trágico a veces hay menos distancia de la que creemos.
Cuando era preadolescente íbamos a la puerta de un colegio de chicas y les decíamos frases soeces y burradas varias. Un día le pregunté a uno de mis amigos si creía que aquella era una forma de ligar productiva. Él me contestó con toda seriedad: "Pero si no estamos ligando, si quisiéramos ligar no estaríamos aquí dando la nota". Y tenía toda la razón. A menudo la vida política española me recuerda esa escena: declaraciones grandilocuentes, estrategias llenas de ambigüedades, victimismo rentable, firmeza inconsecuente. Digo yo que, si alguien quiere la independencia de su nación, lo que tiene que decir es que quiere la independencia de su nación. Y si alguien quiere decir que se debe poner en cuestión el sistema monárquico, lo que debe decir es que se debe poner en cuestión el sistema monárquico. Y si alguien quiere decir que le gustaría invitarte al cine, lo que tiene que hacer es invitarte al cine. Yo no creo que esto suceda en la actualidad. Sucede algo muy diferente. Te dicen. Si este fin de semana echaran una película que te gustara y si tus padres te dejaran salir por la noche y si yo tuviera dinero y si no cerrara el metro y si no lloviera demasiado y si no pusieran un partido en la tele, a lo mejor iba y te invitaba al cine. Lo cual es muy diferente.
Ahórrense los simulacros de debate, con todo tipo de parafernalia incluida, fuerza de choque callejera o mediática incluida. Lo que yo creo es que nuestros representantes públicos no confían en los ciudadanos. Por eso no tocan música, sólo ensayan. Y bien desafinados, por cierto. Y van a ver si suman esos votos que les faltan para tomar un poco más de carrerilla y mojan el pie en la piscina para ver cómo está el agua. Por más que nos gustara ignorar el ruido y la desmadrada algarabía de tantos solistas desafinados, no nos va a quedar más remedio que aceptar el papel que la democracia nos concede: el de directores de orquesta.
Con nuestros votos, no tenemos otra batuta, debemos afinar la melodía y colocar la orquesta en nuestro orden de preferencia, el de cada uno, yo tengo el mío, ustedes el suyo: desde el primer violín hasta el más secundario tipo de los timbales pasando, claro está, por la tuba y el fagot, todos han de someterse a la única música que vale en democracia. la voz de las urnas.

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