martes, 10 de febrero de 2009
En juego, la democracia.
Joseba Arregui, en El Diario Vasco.
Lo único que puede unir en una sociedad es la condición de ciudadanos y no una determinada identidad, un sentimiento. La democracia no niega ni las identidades ni los sentimientos: niega que ninguno de los muchos existentes pretenda ser el único válido en el espacio público. Que el nacionalismo vasco entienda esto es lo que está en juego todavía, por desgracia, en estas elecciones.
Y la libertad, habría que añadir, ya que parece que vamos olvidando que si con algo tiene que ver la democracia es con la libertad. Aunque no sea ésta su intención, la lista electoral con el nombre D3M -Democracia 3 millones- y la lista con el nombre Askatasuna -libertad- ponen el dedo en la llaga: después de treinta años y de tantas elecciones, en cada una convocada en y para la sociedad vasca lo que sigue estando en juego es la democracia y la libertad.
Es evidente que el sentido dado a las palabras democracia y libertad por los impulsores de esas dos listas electorales y el que yo pretendo darles aquí son radicalmente opuestos. Pero será bueno tratar de explicar con claridad en qué consisten esas diferencias para saber lo que realmente está en juego en estas elecciones. Y lo que está en juego no es saber si para solucionar los problemas de la sociedad vasca hay que ser de aquí -y de aquí son sólo los nacionalistas, como pretenden ellos, aunque el problema principal, el terrorismo, haya sido producido por los de aquí, y muy de aquí-. Tampoco está en juego el autogobierno, aunque sí pueden estar en juego distintas formas, legítimas, de entender el autogobierno, algunas más democráticas y defensoras de la libertad que otras.
Quienes se colocan del lado de los impulsores de las dos listas electorales citadas -el conglomerado ETA-Batasuna- entienden que en la sociedad vasca no existen ni la democracia ni la libertad. Y los dos argumentos fundamentales que usan para ello son el no reconocimiento por parte de la Constitución española y del Estado de Derecho de la autodeterminación -en alguno de los ropajes que se le han cosido por parte del nacionalismo en los últimos años-, y el hecho de que la Ley de Partidos Políticos impide a algunos ciudadanos vascos el ejercicio del derecho básico, activo y pasivo, de elección -anulando determinadas listas electorales, ilegalizando determinados partidos, impidiendo así que se puedan votar esas opciones-.
Las únicas constituciones que han asumido en su articulado el derecho de autodeterminación de entidades inferiores al propio Estado para el que se aprobaba la constitución fueron la constitución estalinista de la URSS y la titoísta de Yugoslavia. Y la razón es obvia, porque en ambos casos era evidente quién podía decidir si existía o no como sujeto político esa entidad inferior capaz de autodeterminarse: el comité central del partido comunista.
En ninguna otra constitución se prevé el derecho de autodeterminación, lo que no significa que no puedan darse casos en los que se practique: cuando es manifiesta la existencia de una mayoría clara a favor de la separación, para cuyo caso, en los supuestos regulados como Canadá, se exigen claras preguntas, claras mayorías y la obligación de una negociación. Pero si se pone de manifiesto la existencia de una clara mayoría, no hay gobierno en Europa que pueda impedir la separación. Tampoco el español. Ni el francés. Pero resulta que ETA sigue matando porque no cree que exista una mayoría clara en la sociedad vasca para llevar a cabo su proyecto independentista.
El derecho básico a elegir y ser elegido no es un derecho absoluto. No es antidemocrático exigir que quienes quieren participar en el juego democrático condenen la violencia, admitan el principio fundamental sin el que no existe Estado de Derecho, el monopolio legítimo de la violencia: sólo el Estado puede ejercer violencia -privar de libertad a los delincuentes, imponer tasas e impuestos-. Los vascos pueden elegir a independentistas de izquierda -Aralar-, independentistas socialdemócratas -EA- e independentistas de centro -el PNV de Ibarretxe-. No pueden elegir a quienes no condenan la violencia. Y no es extraño que, yendo al fondo de la cuestión, el entorno de ETA tenga dificultades con el concepto de Estado, aunque sea Estado de Derecho, y apueste por las naciones sin Estado. No es ninguna casualidad.
¿Por qué están, en estos comicios, la democracia y la libertad en juego? Porque existe la violencia terrorista y con ello la falta de libertad: de quienes están perseguidos, de quienes son objetivo de ETA, de quienes necesitan escolta para poder salir de casa. Porque la persistencia de la violencia terrorista ha llevado a muchos en la sociedad vasca a enmascarar su pensamiento, a pensar bajo la presión directa e indirecta de la violencia. Porque la persistencia de la violencia hace difícil en la Euskadi de hoy la libertad de expresión, la manifestación de posiciones contrarias a ETA, contrarias a la autodeterminación, contrarias al nacionalismo.
En la sociedad vasca todavía no ha llegado a imponerse la idea de que la traducción moderna de la libertad de conciencia, matriz de todas las libertades políticas en Europa, es la libertad de identidad, que lo único que puede unir a los ciudadanos de una sociedad es precisamente la condición de ciudadanos y no una determinada identidad, no un determinado sentimiento, no un determinado interés. La democracia no niega ni las identidades, ni los sentimientos, ni los intereses: niega que ninguno de los muchos existentes pueda pretender ser el único válido en el espacio público de la democracia.
Mientras el nacionalismo vasco no entienda esto, y destierre todas sus referencias a la unicidad del sentimiento, al ser de aquí, a su exclusiva representatividad de la verdad del pueblo vasco, al valor del sentimiento por encima de las normas de convivencia, seguiremos necesitando aire fresco, el aire fresco de la democracia y de la libertad: para poder ser ciudadanos por encima de todo, para poder ser vascos como nos da la gana, para poder ser lo que nos dé la gana, y salir del ambiente viciado y asfixiante de la pregunta permanente de una identidad pura inexistente, imposible y peligrosa. Esto es lo que está en juego, por desgracia, todavía en estas elecciones.
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