lunes, 27 de julio de 2009

De las alegrías a destiempo


HERMANN TERTSCH en ABC


Esta mañana, se lo confieso, he estado a punto de llorar como un niño, de pura emoción y alegría, al enterarme de que Francisco Franco Bahamonde ya no es alcalde de Amposta. La ciudad tarraconense le ha quitado -eso es coraje- el cargo de regidor perpetuo y la medalla de oro. En aras de la reconciliación, no exigen a Franco que devuelva la medalla personalmente. Mientras, en Barcelona, otra tropilla de seres sensibles ha pintarrajeado las paredes de numerosas iglesias, con evocaciones de la Semana Trágica de hace un siglo y comentarios poco amables sobre la religión -sobre la católica, por supuesto-. «La única iglesia que ilumina es la que arde» o «La iglesia apesta aunque no arda» -podían haber añadido un «todavía»- son algunas de esas frases estelares del pensamiento aparecidas en paredes de edificios religiosos. La autoría puede intuirse en esa inmensa camada de jóvenes antisistema que ha mamado su fanatismo de las amables y generosas ubres del Ayuntamiento de Barcelona y del tripartito. El fenómeno no es exclusivamente catalán, aunque el socialismo nacionalista y el nacionalsocialismo en aquella región son vanguardia en entusiasmos tan añejos. También en iglesias de Madrid -entre otras, en el Cachito de Cielo en el barrio de Chueca, que reparte cientos de comidas diarias a personas y familias sin ningún recurso- han aparecido carteles insultantes y amenazadoras. Impresos con gran calidad y en multicolor. Es decir, insultos caros. También en este caso se puede intuir que el dinero procede de alguna otra ubre oficial que subvenciona a organizaciones de hinchas de Bibiana Aído. El día que arda realmente de nuevo una iglesia en España, nuestros socialistas antisistema dirán que no se trataba de eso. Y los socialistas demócratas quizá sientan vergüenza por haber tolerado que su partido haya incubado estos huevos de serpiente. Aunque puede ser que antes arda alguna sede empresarial, dado ese giro tan moderno que da ahora la retórica gubernamental. Se resume en una pintada en Barcelona, «Ni iglesia ni capital». Un Gobierno que ha destruido dos millones de puestos de trabajo y en el que apenas algún miembro ha pasado jamás por el mercado laboral ha decidido que los culpables de la catastrófica situación son los empresarios. Los explotadores. Este mensaje tan sofisticado, propio del alcalde de Marinaleda, cala en el escenario de pobreza que se nos avecina. A perfeccionarlo ha debido viajar ahora nuestro héroe Moratinos a Venezuela. Allí, y en Nicaragua, en Bolivia, en Ecuador -Honduras resiste-, tiene éxito el modelo que pronto, cuando se haya consumado en nuestro país la destrucción de la clase media, podría tener aquí su primera cabeza de playa europea. Por eso quienes se alegran en la oposición por el hecho de que el CIS también le otorgue una ventaja electoral se alegran a destiempo. Porque no hay elecciones. Y porque el daño infligido a España en estos años, sin precedentes en tiempos de paz en ningún país desarrollado, tardará en el mejor de los casos una generación en subsanarse.

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