sábado, 2 de mayo de 2009

Investigación rigurosa y fina en Cádiz.


Félix de Azúa en El Periódico de Catalunya.

Siempre que se abate sobre el mundo una crisis, los cráneos científicos buscamos un lugar donde constatar con rigor los datos que se publicitan y politizan. La vez anterior trabajé sobre Sanlúcar de Barrameda, de manera que ahora me voy a Cádiz. Solo en lugares como esa milenaria península, castigada por las finanzas y relegada de la caridad autonómica, se puede medir el grado de espanto y horror de la crisis. Puedo adelantar que el consumo de langostinos ha subido un 85% en los últimos dos meses, y el de manzanilla, un 73%.
Es jueves: los bares, tabernas y figones están a rebosar, los restaurantes elegantes, más. Me acerco a la calle Columela, el banco de datos más denso de la ciudad porque concentra el negocio refitolero tipo Armani, pero no puedo entrar. Es una corredera de unos tres metros de ancho, pero desde las cuatro de la tarde está tomada por la población toda de Cádiz. Con hegemonía de las madres de cochecito. Cuento en media hora 94 cochecitos en feroz competencia con los manteros que extienden su producto (tan nocivo para la ministra) sin compadecerse de las jóvenes madres. Los atascos son fenomenales.
Recojo datos con Perico, de la Asociación Qultura y, según vemos, el pueblo gaditano ha elegido una senda feliz para luchar contra la crisis: gastar más. Los 100 langostinos extra sirven para que el tabernero se compre zapatos, el zapatero una moto, el gasolinero un pantalón, y así sucesivamente. La crisis, allí, ha sido detenida.
Para verificarlo, me voy en barco al Puerto de Santa María, lugar muy pavorosamente castigado por la crisis. Todo en orden: el consumo de langostinos, según constato en los cocederos, es superior al de Cádiz. Regreso feliz. Mañana podré explicar a Zapatero o quizá a Carla cómo hay que apañarse para salir de la crisis. Desde el barco veo relumbres blancos de alas como hoces: son los charranes lanzándose en picado sobre las aguas, de las que emergen con un boquerón en el pico. En este pasmoso lugar, la Gran Madre Inagotable ha adiestrado a todos sus hijos en la lucha por el pescaíto.

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