jueves, 7 de mayo de 2009

Los reflujos soberanistas.


Valentí Puig en ABC.

Es en múltiples frentes que el soberanismo retrocede, en parte porque la recesión económica absorbe energías y focaliza la inquietud, pero sobre todo por un reflujo verificable del nacionalismo periférico. El adiós de Ibarretxe tras décadas del PNV en el poder tuvo mucho de gesticulación crispada, de abandono tosco del poder al tener que asumir una grieta en la quilla soberanista después de anunciar diversos planes secesionistas con consulta popular. Hubo quien ya diera por imposible el reflujo, deduciendo del imponente flujo centrífugo de hace unos años, con el auge de la alianza del zapaterismo con los soberanistas y el segundo estatuto catalán, que España estaba definitivamente rota. En estas materias, un cierto fatalismo de la derecha a menudo ha dificultado los diagnósticos por verlo todo en blanco o negro. Ciertamente, el detonador había sido zapaterista.

Por contraste con el patriotismo fatalista, lo que ha pasado es que el PP regresó al poder en Galicia, desactivando la coyuntura del PSOE-BNG, el socialista Patxi López es «lehendakari» con los votos del PP y en Cataluña la clase política ya no sabe exactamente cuál es la salida del «impasse» formado al centrarlo todo en torno a la financiación autonómica sin valorar el abstencionismo galopante de la sociedad catalana. A la espera de una sentencia del Tribunal Constitucional sobre el «Estatut», tanto el gobierno de Montilla como el mundo nacionalista se muestran en fase casi catatónica, cercana al deterioro de las constantes vitales. ¿En qué medida una u otra sentencia afectará al comportamiento de la sociedad catalana?
El descontento de CiU con Zapatero ha sido formulado de modo reiterativo y gráfico. En ERC el despedazamiento interno es bárbaro. La Convergencia más soberanista espera que un cismático de ERC, el ex «conseller» Joan Carretero, forme grupúsculo y llame a la puerta de la casa madre de lo que fue el pujolismo. En Unió Democrática y el mundo empresarial catalán no pocos preferirían una reedición de los pactos del Majestic, tan prácticos y favorables en su momento. Es cierto que Artur Mas firmó ante notario que no pactaría con el PP, pero nunca digas nunca. Cambiar el testamento también se hace ante notario. Rajoy pisa Cataluña con frecuencia. Ahí el menor avance electoral ya significa algo.

Con la crisis económica, se agota el balón de oxígeno al que el zapaterismo recurrió para contribuir al deterioro del modelo territorial del Estado de 1978. De haberse consolidado un desbordamiento fragmentador, la dosis de determinismo histórico que configura el destino de los nacionalismos hubiese sido mucho mayor. Según las teorías de la complejidad, las sociedades se hacen más complejas en la medida en que intentan solventar más problemas. En España, sabemos ya que querer trastocar el modelo territorial exacerba la confrontación política, pone en riesgo la unidad de mercado, incrementa la litigación institucional y merma la cohesión general: mayor complejidad, y menor posibilidad de solución, menos horizonte en común.

Los conflictos que se enquistan alejan «per se» la transacción equilibradora. Con flujos soberanistas, el mejor de los ajustes -como la Constitución de 1978- se ve secuenciado por nuevos desajustes, a veces de la forma más inesperada o ya sea de modo previsible. Esa ha sido una de las aventuras más desventuradas del zapaterismo. Con el reflujo, un elemento reflexivo compartido sería higiénico. A lo mejor entraríamos paulatinamente en algo distinto.

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