jueves, 11 de junio de 2009
Ensaimada ensimismada
Arcadi Espada en El Mundo.
La abstención en Cataluña ha alcanzado su máximo histórico. Un 62,4 del censo no fue a votar. Cifra apoteósica. Seis puntos por encima de la media europea y nueve de la española. Al nivel del euroescepticismo británico y de la profunda crisis política holandesa. Y en franca aproximación a las animadas democracias del Este de Europa, en especial las bálticas, que no en vano subrayaron muchas veces los nacionalistas hasta qué punto eran modelos para Catalunya. Apoteósica, pero no esporádica. En las anteriores europeas la abstención fue del 60,2. En el referéndum sobre el Tratado de la Constitución, del 59,4. Y en la votación sobre el Estatut, aquella necesidad largamente sentida de la patria, del 51,1. Este es el balance de participación política que ofrece la gestión de la izquierda nacionalista. Importantísimos proyectos de construcción local o europea se han saldado con el disenso pasivo de más de la mitad del censo de votantes. Pasivo… Es bastante probable que a partir de ciertos niveles de abstención sólo quepa hablar de disenso activo, reforzado por el casi 3 por ciento que votó en blanco.
El cinismo bien retribuido, tan poderoso en el establishment catalán, se pondrá a hablar de esta desafección política en términos de líquida posmodernidad. Lo requiere el líquido. Pero hay dos cadáveres que siempre acaba devolviendo la playa. El primero corresponde al nominalismo izquierdista al que acude el gobierno de don José Montilla con puntual obscenidad electoral y que esta vez se ha manifestado en una de las campañas más grotescas de la democracia: ¡quién iba a decirle al pobre Chirac que, a estos efectos de espacio y tiempo su cara engalanaría el pim, pam, pum verbenero del socialismo catalán! Pero el alto y sofisticado proyecto de un corte de mangas a la derecha tampoco es capaz ya de implicar a los votantes. Ni mediante el hooliganismo la izquierda catalana ha sido capaz de crear una comunidad política de ciudadanos.
Luego está la propia Europa. El tema de Europa. Es uno más, aunque destacado, de los cuentos que Catalunya se ha explicado a la vera de la lumbre. El europeísmo. Catalunya fue muy europeísta cuando bastaba con decirlo, sin más hechos. O cuando Europa era una posibilidad de desagregación: mera forma refinada de antiespañolismo. Ahora que Europa existe, que es trámite y papeleo, entidad y esfuerzo, discusión y réplica antes que macerada niebla romántica, ahora que es unificación, a Catalunya ha dejado de importarle Europa. Como todo lo que no sea la ensaimada ensimismada (Juaristi lo llamó “bucle melancólico”, pero el mío lleva manteca) que luce desde hace décadas a modo de privilegiado cráneo colectivo.
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