jueves, 18 de junio de 2009
Un minuto, señorías.
Ignacio Camacho en ABC
Con el debido respeto y si no es mucha molestia, si no perturba demasiado sus urgentísimas obligaciones prioritarias, si lo tienen a bien, si no les incomoda mucho, si no les causa estrés, si les viene de mano y no les interrumpe la siesta, sus señorías los miembros del Tribunal Constitucional acaso deberían un día de éstos tener la bondad de reunirse para, aprovechando que ya no va a haber elecciones en año y medio largo, ultimar el recurso del Estatuto de Cataluña, sentenciarlo y firmarlo de una puñeterísima vez. Eso siempre que no tengan nada mejor que hacer, faltaría más, que ya se entiende que han estado muy ocupados en los últimos casi tres años, que a unos espíritus tan selectos no se les puede meter prisa y que se trata de un asunto extremadamente delicado que requiere de una serena y reflexiva ponderación incompatible con cualquier género de precipitaciones. Pero sería estupendo que encontrasen el hueco, ahora que llega el verano, para hacer la merced de evacuar ese expediente tan complejo y poderse tomar las vacaciones que su ardua dedicación jurídica y su irreprochable diligencia merecen. Siempre que sea posible sin quebrantos, claro está; tomándose su tiempo, que no es cosa de ir con apremios ni urgencias.
Si hallasen el momento tan ilustres próceres, la sentencia podría acaso aclarar el enredo de la financiación autonómica antes de que el presidente Zapatero la resuelva, como prometió ayer en El Prat, por cuenta propia y riesgo ajeno, ya que resulta del todo impensable que el jefe del Gobierno disponga al respecto de información privilegiada; esos honorables juristas no permitirían jamás una declinación tan improbable de su independencia. El lapso estival acolcharía la previsible controversia del fallo, y las instituciones autonómicas catalanas, y en su caso las nacionales españolas, podrían al fin disponer de un marco al que atenerse para desarrollar la arquitectura territorial del Estado.
Todo ello aun el caso de que, como sostienen algunas mentes malpensantes, la sentencia acabe discurriendo por cauces contemporizadores y efectúe encaje de bolillos en torno a las cuestiones más trascendentes de la bilateralidad institucional, la lengua o el reconocimiento de la nación catalana. Incluso en esa hipótesis más o menos resignada, la resolución del recurso vendría a acabar con la provisionalidad del encaje político de Cataluña en España, sometido en los últimos tiempos al capricho de una clase dirigente poco diligente y sumida en un profundo autismo de complacencia. El pronunciamiento del Constitucional resulta imprescindible para marcar, aunque sea en medio del partido, las reglas del juego. Pero para ello es necesario que sus abrumadas señorías tengan a bien buscar, en medio de su azacaneado trajín, un ratito para ocuparse de esta minucia. Sin prisa alguna, por supuesto, no vayan a precipitarse.
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